Capítulo XXI

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Samuel había llegado al hospital esa madrugada, una escolta de guardias reales se encontraban apostados afuera de la habitación donde se encontraba Niel

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Samuel había llegado al hospital esa madrugada, una escolta de guardias reales se encontraban apostados afuera de la habitación donde se encontraba Niel. El estaba inquieto ya que seguía mandándole mensajes a Candy, se había quedado taciturno y comenzaba a quedarse dormido cuando vibró su teléfono, era un mensaje, pero no reconocía el número, por lo cual sólo lo abrió.

Niel, sal inmediatamente del hospital corres un gran riesgo, un amigo.

Ante esta advertencia se colocó la bata, sus pantuflas y salió hacia el pasillo cuando fue interceptado por Samuel Harrison.

- ¿Va a algún lado joven Leagan? – cuestionó Samuel alegre por la cara que había puesto Niel.

- Eh... iba por una taza de té señor Harrison – soltó de golpe comenzando a caminar.

- ¿Por qué no lo pidió con el servicio? – sugirió el hombre.

- Es que tienen...mucho trabajo y pues me haría bien caminar – respondió casi ecuánime.

- Que considerado de su parte joven Leagan, guardias arréstenlo – ordenó enérgico Samuel.

- ¿Qué? ¿Por qué señor Harrison? – preguntó él nervioso.

- En nombre de la reina, se le acusa de acoso a la Condesa Grandchester – soltó Samuel con una sonrisa.

- Pero qué patrañas son esas, no he hecho nada, suéltenme, se los ordeno – demandó Niel colérico.

- Esperen ¿qué pasa aquí? – intervino un hombre con bata blanca.

- El Señor Niel Leagan queda arrestado en nombre de la reina, guardias arréstenlo – ordenó a los guardias reales mientras se colocaban alrededor de Niel.

- Un momento, aquí el médico del señor Leagan soy yo, así que se queda – pidió el galeno a Samuel.

- Lo siento, el señor Leagan ha cometido una falta a la corona, por lo que quedará confinado en la Torre de Londres, el médico de la prisión lo atenderá, de eso no cabe duda – bufó Samuel.

- Pero es imperdonable – protestó el Doctor Robson.

- Lo siento, son órdenes explicitas de la corona, llévenselo – ordenó e hizo una reverencia encaminándose a la salida del nosocomio.

- Doctor Robson, llame a mi tío, a mi madre, a quién sea...quítenme las manos de encima, no pueden arrestarme – pretextó el joven sumamente enojado.

- Lo siento señor Leagan, los verá a todos en el juicio – le soltó riéndose.

- ¿Cuál juicio? – pregunto extrañado.

- El de usted, por supuesto – repitió.

- ¡Noooooooo, suéltenme, suéltenme! – gritaba sin que nadie le hiciera caso.

La dama del retratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora