Capítulo XXX, Parte II

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En la biblioteca se encontraba un alterado Terry, dando vueltas, en realidad ya se le habían acabado las ideas de cómo evitar que Candy desobedeciera las órdenes médicas, en eso pensaba  cuando de pronto un toque en la puerta pasó desapercibido

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En la biblioteca se encontraba un alterado Terry, dando vueltas, en realidad ya se le habían acabado las ideas de cómo evitar que Candy desobedeciera las órdenes médicas, en eso pensaba cuando de pronto un toque en la puerta pasó desapercibido.

- ¿Cómo voy a poder? No lo voy hacer, ¡ay Candy! ¿En qué aprietos me metes? – dijo sin notar que Albert entraba.

- ¿Qué hizo Candy... ésta vez? – cuestionó el rubio preocupado.

- Albert, no se supone que estabas durmiendo ya – le pregunto cuando lo vio acercarse.

- No, de hecho Eleonor ya hace tiempo que esta con Morfeo. ¿Qué pasa con Candy? – sonrió el padre de la rubia.

- Le prometí una noche precisamente hoy – comentó él un poco preocupado.

- Como todas las noches ¿no? – le dijo pensando que así era.

- No de esas noches, Mauro nos dio permiso de dormir otra vez juntos – le contó el castaño-

- Y ¿qué con eso? ¡Ah es eso entonces! – soltó una risita.

- Por supuesto que es eso, pero aún no debemos – bajo el rostro al piso, al ver la burlona sonrisa de su suegro.

- ¿En qué aprietos te pone ella? No te agobies Terry, sé ¿cómo puedes librarte de esa pesadilla que es mi hija? – se acercó a él dándole unas palmadas en el hombro.

- Para ti, es fácil decirlo, Joe no hacía eso – le reclamó para defenderse.

- Eso crees tú, sencillamente se me quitó el sueño muchas noches después de mi primera vez. Bueno, ¡hola Mauro! Disculpa la molestia, queríamos saber si habría alguna forma que Candy durmiera toda la noche, es que anda un poco hormonal. Ajá, sí claro, entonces se la pido a Dorothy, gracias, de acuerdo, que pases buenas noches, hasta luego – terminó por despedirse, riendo cínicamente, ya que él adoraba a su hija, sin embargo, acababa de comprobar que había heredado algo más de su madre, su implacable inquietud sexual. Cuantas veces quiso saber más allá de su conexión mental con ella, pero nada más se enteraba de lo superficial y no de la otra parte, así que vivía en constante zozobra.

- ¿Qué te dijo? – cuestionó preocupado.

- Espera, Dorothy podrías venir por favor – pulsó un botón que abría el interfono dirigiéndose al de la cocina y pidiendo que viniera la mucama.

- En un momento señor William – contestó la castaña, dejando de hacer sus deberes.

Toc toc

- ¿Me llamaba? – se introdujo en la biblioteca.

- Sí Dorothy, me dijo Mauro que usted tenía unas gotas que le había dado por si la señora no podría dormir ¿no es así? – cuestionó el rubio.

La dama del retratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora