Prefacio

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- Lamento todo esto princesa; lamento tanto tu llanto ocultándose en esta lluvia; lamento que tus ojos no acepten tu miedo y que nuestras diferencias sean tan fuertes como el día y la noche; lamento haber aparecido en tu vida por creer en el amor, porque antes de conocerme eras feliz...

Llovía cada vez más fuerte y mi princesa realmente quería ocultar sus lágrimas mezclándolas con la lluvia; ¡¿Pero cómo no iba yo a darme cuenta de que Ailen no estaba feliz?!

El ruido producido por los constantes truenos hizo que nuestro tono de voz aumente tan lentamente, tan emotivo...

- ¡Yo no era feliz! Tan solo reía como cualquier princesa. Pero no te confundas, estaba totalmente segura de que era feliz, estaba convencida de que ser feliz era solamente sonreír. ¡Vaya que me equivoque! ¡Estar a tu lado sí que es felicidad! –nada consolaba su llanto- Por favor, no te vayas... ¿qué hay si te vas y te extraño como jamás extrañé a nadie? ¿y si te veo con otra dama y la envidio más que un árbol a una flor? ¿y si me vuelvo tan loca como la muerte? No hagas de mí un verdadero "nada", enséñame a luchar por un "todo", aunque tenga tanto que aprender... Te suplico que no permitas que vuelva a ser esa marioneta de todos menos mía con miedo a mojarse bajo una llovizna o miedo a hablar con un extraño. No permitas que no vea a este mundo. –Se le hacía cada vez más difícil hablar, sus lágrimas no la dejaban pues ellas también querían transmitirme el sentimiento. Créanme que lo hacían.- Déjame decirte una última cosa y luego puedes irte...: aunque digas que lamentas habernos conocido porque en este momento quisiera conocer a la muerte, quiero que sepas que no me arrepiento de nada, que si pudiese volver el tiempo atrás haría exactamente lo mismo ¿y sabes por qué? Porque todo este dolor y todo el dolor de los años que quedan de mi vida sin ti, no son nada a comparación de los pocos momentos en que fui feliz. ¿Lo entiendes? Me hiciste feliz. Fui feliz aunque fueron esos pocos momentos... Daría mi vida si me la pides a cambio de otro de esos momentos ¡Y no me arrepentiría aunque mis padres me maten...!

Luego de unos minutos que se veían conmovidos por la intensa lluvia que caía sobre nosotros y nuestras palabras, le regalé a mi princesa una caricia en su rostro totalmente empapado y triste, y comencé a alejarme de ella sin dejar de mirarle los ojos. Ailen sabía que me estaba perdiendo y seguía llorando (no se animaba a gritar porque sabía que eso haría las cosas más difíciles y melancólicas).

Yo también sabía que estaba dejando atrás a mi más importante sueño, a la mujer de mi vida. Pero no dejé de retroceder. Siempre había sido tan fuerte...

Sus ojos se veían en los míos cada vez más pequeños.

¡La amaba más que al amor mismo! Sus ojos estaban lejos... sin saber por qué.

Entonces dejé de mirarla, no aguanté más su mirada y me di vuelta para seguir caminando bajo la lluvia (que cada vez era más fuerte).

¡Qué tonto es uno cuando cree que puede contra el amor!

Frené mi andar y como si alguien me empujara, sin control sobre mis movimientos, la volví a mirar. Y toda mi fuerza se desvaneció y le dio permiso a mi corazón y mi alma para que hagan lo que quisiesen.

Cuando volví a tomar conciencia estaba corriendo hacia mi princesa.

¡¿Quién dijo que se podría escribir tanta felicidad?! Sinceramente yo no puedo.

Faltaban tan solo pasos para abrazarla y se hacían eternos.

Ailen ya no lloraba, me vio acercarme hasta que abrió sus brazos que me abrazaron tan fuerte como yo a ella, Tan fuerte como se abrazan la vida y el amor.

Fueron mil nuestros besos y otros mil nuestros silencios y, aun así, no me cansaba de decirle a mi princesa cuánto la amaba mientras ella hacía lo mismo. ¡Qué egoístas habíamos sido al justificar el no demostrarnos este amor suponiendo que ya lo sabíamos!

- ¿Por qué haz regresado? –sabía que el motivo era insignificante con semejante hecho al lado, pero ella quería escuchar mi respuesta.-

- ¿Sabes?, una vez me pregunte cuáles serían los límites de los poetas a la hora de hablar de amor.

- ¿Y los encontraste? –Ailen no paraba de llorar, ahora de emoción.-

- No, sólo encontré el mío cuando miré tus ojos y me pregunté que sería yo sin ti.

A nuestro alrededor todo seguía igual, pero ahora estábamos abrazados y ya no llovía.


La princesa del poetaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora