Capítulo 8

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La idea de no volver a ver a la princesa me ahogaba.

Había pasado ya mucho tiempo desde aquel encuentro y, aunque todas las noches iba a nuestro lugar, ella no estaba.

Ni siquiera en el castillo se la veía.

Una tarde se festejaba otra de las tantas tradiciones y allí podría ver a la princesa.

Recuerdo como odiaba esas fiestas. Ahora era lo único que tenía para ver esos ojos claros, sonrientes pero con lágrimas... a solas.

En esa fiesta, por primera vez ella tomó la palabra para decirle solamente a la gente que los amaba y que los ayudaría.

Yo la escuché y me asombré mucho al oírla. Si lo hubiese ducho su padre tendría mucho que escribir en las páginas de mi propia sangre. Pero sin embargo a ella le creía.

Allí estaba yo, lejos de sus ojos, tal vez invisible, con tantos sueños como preguntas, sin respuestas ni palabras. Sólo oyéndola.

¿Qué había ocurrido con su silencio, seguramente por timidez?

El Rey también estaba emocionado no tanto por la propuesta de su hija sino porque el pueblo ovacionaba a la familia real de una manera jamás vista. Hasta la reina aplaudía esas pocas palabras de la princesa con tanto orgullo transformado en fuerza que a la distancia se notaba el dolor de sus manos.

Como deben imaginarse Simón estaba al lado mío sin saber si aplaudir o no, mirándome como preguntándose qué hacer, buscando en mi rostro una simple explicación que no pude darle (como otras tantas veces).

- No logro entender lo que ocurre Simón. Siempre estuvo callada, sonriendo, mostrándole al mundo su felicidad y ahora, con gestos de tristeza nos dice que reconoce que hay gente que necesita ayuda y como si fuese poco que se ofrece a ayudarnos. ¿Sabrá el Rey lo que esto significaría para su gobierno si la princesa cumple con su promesa?... ¿Por qué tanto amor, así, de golpe?

- Tal vez quiera vencer al odio.

- ¿Odio? ¿Hacia quién?

- Al Rey, por olvidarse de ser humano... y su padre...

- Necesito hablarle Simón.

- Pero no pue... es decir... ¿cómo harás?

- Conozco el pasadillo secreto que usa la princesa para entrar y salir de su cuarto

- Si te atrapan te matarán... y contigo a tu libro.

- Si lo logro tal vez pueda escribir otro libro, junto a ella.

- Ya sabes lo que suele ocurrir en estos casos, ya debes saber darte cuenta de que no importa lo que hagas, si ella y tu son una sola ala para ambos nada podrá impedirlo.

- Por eso mismo, hay que luchar. Con semejante respaldo y seguridad, ¿cómo tener miedo a morir?

- ¿Cómo puedo ayudarte?

- Déjame pensar un plan. Todo se hizo más fácil desde que me preguntaste esto último.

Y le sonreí. Estaba contento.

La celebración terminó con cualquier otro tema. El Rey también dio su discurso y volvió a finalizar agradeciéndole a Dios tanto amor.

Ignoraba que yo lo odiaba... al igual que su hija, quien cada vez amaba más.

Cada vez que me acordaba de lo difícil que era su nombre para mí, mi interés aumentaba y con él mis ganas de amarla.

Otra vez más el sol me sorprendió en mi casa,sentado sobre la vieja mesa de madera gruesa, al lado de la estufa quecomenzaba a dejar morir sus llamas de fuego; escribiendo a cerca de algunasotras cosas del día anterior. 

La princesa del poetaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora