Al llegar estuvimos dos días sin lugar, intentando buscar una casa lo más cercana al castillo de Rey, pero como nuestro dinero no era tanto y como debíamos cuidarlo, conseguimos una un poco más alejada. De todas formas nos conformaba.
Nos acomodamos y comencé a escribir a cerca de la mediocridad y el egoísmo. Aunque fuese peligroso también tuve que escribir acerca del amor, para venderlas a la gente y así subsistir.
Simón escuchaba cada palabra y la entendía: él no era egoísta y su mente estaba abierta. Cada vez que leía algún poema romántico que yo haya escrito liberaba una lágrima quién sabe por qué, tal vez algo de su pasado.
A veces creía que él admiraba más mis versos que yo mismo, pero alcanzaba con leerlos nuevamente para que yo también me felicite (sin lágrimas, con hielo).
Cuando ya había juntado una buena cantidad de ellas, salía a la calle a venderlas. (Recuerdo que una vez pensé que sería hermoso tener a alguien a quien amar con esas poesías).
El libro andaba cada vez mejor. La gente rica (que era menos) me daba mucho que escribir acerca del egoísmo ya que no solamente no ayudaba a los más pobres sino que los ignoraba. Incluso el Rey solía decir en sus discursos que su reinado era perfecto.
Hambre, odio, violencia, discriminación, miedo... ¡Valla significado de lo perfecto!
También aprovechaba para agradecerle a Dios por haberlo elegido Rey.
Lo que más me dolía de todo esto era que no sólo los ricos aplaudían sino también los pobres estaban resignados y acostumbrados a no hablar acerca de sus valores y sus derechos.
De alguna manera tenía que demostrarles que el Rey no era Dios y poseía una buena arma: mis ideas y mi pluma.
A medida que conocía la realidad crecía mi odio y mi hielo en el corazón, pero todo esto no parecía afectar ni a mi relación con Simón ni a mi arte.
Mi amigo no paraba de decirme que al odio no se lo vence con odio, sino con amor, pero yo solamente podría hablar de amor cuando otra persona, ajena a mí, lo necesitaba.
Una mañana se festejaba en el lugar una fiesta importante en la cual el Rey daría a conocer a su familia a todos los que ya la conocían, pero había que cumplir con la tradición.
Tenía mucho que escribir a cerca de mi odio hacia las tradiciones, por lo tanto, allí estaba yo, presente, con mi pluma y un pedazo de papel para tomar nota del tan ansiado discurso.
El primero en aparecer fue el Rey, quién se adueñó de una ovación causada por la gente que seguramente no entendía todo lo que él hacía, porque de haberlo entendido nadie hubiese estado allí, presente, sin una pluma y un pedazo de papel para ayudarme en mi proyecto.
En su discurso dejó bien en claro que no quería que nadie le diga que hacer ni cómo, ya que Dios no se equivoca nunca y por algo lo había elegido a él para ser superior a nosotros.
Eso me sonó algo a "conciencia sucia" y algo a estupidez: ¿Realmente creía que Dios lo había elegido? ¿Realmente creía en ese Dios?
Luego salió la reina, a quién había visto solamente una vez en todo el tiempo que llevaba allí, y no dio un discurso pero dijo que el Rey era una especie de ángel para su pueblo y para el pueblo de Dios (cosa que me causó mucha más gracia aún que la estupidez del Rey).
Todo el reino aplaudió.
Cada vez más odio, cada vez más... hacia el Rey, la Reina, hacia la gente que aplaudía desde sus costosos trajes e incluso hacia los pobres que eran tan débiles y se conformaban con tan poco... y les habían enseñado a quererse tan poco, tan poco...
Ya había podido escribir muchísimo, pero el odio me ganaba. Mi pluma estaba callada y mi papel en blanco.
Siguió la princesa, sonriendo y mostrándole al reino su felicidad. Su sonrisa me contagió y me quito de toda la bronca un gesto de felicidad por cuestión de un segundo, tal vez medio. Mis ojos se clavaron en sus ojos y mi pluma comenzó a hablar no se ni por qué ni a cerca de qué.
No tarde mucho en recuperar mi odio y volví a mirarla como la hija del Rey y no como a una dama tan bella. Pero sus ojos eran tan claros y su cabello tan perfecto... y sobretodo esa sonrisa que me contagiaba dejándome a un lado de la naturaleza, de mi naturaleza, tan fuertemente.
Yo estaba desconcertado, no sabía lo que pasaba, así que me retiré completamente impactado y encantado con aquella princesa que, luego de varios años de poesías, me había hecho dejar de escribir.
Al llegar a mi casa tomé el papel para analizar los que había escrito en ese pedazo de tiempo entre el antes y el después. Pero cuando lo miré alcancé a leer algo que hizo que ya no pueda dejar de pensar en ella.
"Al odio no se lo vence con odio, sino con amor", decía.
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La princesa del poeta
RomanceCuenta una leyenda que hace siglos, un grupo de sabios se reunió para encontrar la definición perfecta para la palabra amor. Luego de años de búsqueda, todos llegaron a una sencilla conclusión: El AMOR es el AMOR. -*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*- - Esta es u...