La princesa del poeta

Epílogo

Al final de esta historia, con mi princesa pensamos en el libro. Tal vez no sea del todo insignificante escribir acerca de cómo si el amor no cambia al mundo, el mundo directamente no cambia.

Pensé en Simón. Se preguntarán dónde está. Sinceramente no lo sé.

Él también fue tan mágico como la lluvia. Seguramente estará en su mundo. El que siempre soñó. Protegiéndome como siempre, como lo hacía cuando yo era pequeño, desde mi mente, desde mi imaginación.

Si alguna vez alguno de ustedes lo ve, no se olviden de mandarle mis mayores agradecimientos y no pierdan la oportunidad de recibir su ayuda, que en cierta forma es su propia ayuda, la de ustedes mismos.

Me encuentro ahora caminando de la mano de mi princesa, a orillas de un sin fin de ilusiones transformado en un mar... que debimos cruzar.

Ailen y yo no nos cansamos de ser distintos, eso es lo que nos mantiene admirándonos.

Ella ama mis poesías, yo amo sus silencios.

La eternidad nos hace cosquillas sin pretender molestarnos. Sabe que no puede ser nuestra enemiga, porque la vencimos. Imaginen, ¡semejante amor!

Y así quedamos, hasta aquí les dejamos nuestra historia: que no termina, al igual que el amor.

Tal vez alguno piense que por bronca eliminé mis ideas y le prohibí leer aquel libro.

Tal vez alguno piense que callé mis pensamientos al quemarlo.

Tal vez alguno piense que lo eliminé...

No piensen mal: Lo acaban de leer.

- No abras los ojos, princesa, no veas esta realidad... hagamos de este mundo una ilusión de dos...

- Nunca me había sentido tan amada.

Ambos reímos.

- ¿En serio?

- Muy en serio, Gracias también por enseñarme a amarte.

- ¿Yo te enseñé a amarme?

- Si, ¿será porque te amo?

- ¿Será porque queremos vivir o morir juntos y no estar separados?

Nos miramos a los ojos. Ella tenía tanta inocencia, tanta ternura en su mirada...

- Te amo, princesa.

- Te amo, poeta.