Capítulo 10

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Y la noche llegó al fin.

Me dirigí hacia el castillo siguiendo las pisadas de aquel camino que recorrí junto a la princesa. Al llegar, sentí la sensación de que en realidad no sabía lo que estaba haciendo, pero me contuve.

Fuerza y más fuerza.

Comenzaba a llover.

Me apresuré entonces hasta el pasadillo. Era increíble cómo se podía ingresar a la habitación de la princesa con tanta facilidad.

Ni siquiera parecía un laberinto.

De todas formas no me apuré al entrar por esa pequeña puerta semi-abierta, dentro de una gran estufa que por suerte estaba apagada.

La abrí con tanta precaución que creo que estuve más de media hora...

Pero entré y allí estaba la princesa, durmiendo...

No se imaginan como mi alma se desvaneció, las ganas de acariciarla entre sus sueños se apoderaban de mí...

Me acerque, un poco más y luego otro poco más hasta que tuve su rostro a un centímetro de mi amor, transmitido por mis manos...

Tan sólo a un centímetro de una caricia a quién llamaron imposible. Tan sólo a un centímetro de un pétalo de rosas que liberaba un perfume que me hacía emocionar... pero no lloraba. Había otras cosas más importantes que hacer. Pero ¿qué más importante que mirarla, oírla suspirar, sentirla soñar?

Me olvidé del Rey y de mi libro en aquel momento.

No me animé a despertarla por miedo a interrumpir sus fantasías... y las mías...

Ese centímetro no me dejaba respirar.

Su cabello estaba despeinado y sin nada de oro encima, ¿cómo podía ser más hermosa aún, que la hermosura que me demostró cuando la vi por primera vez?

Caía como si fuese un dibujo de niños sinceros, que no saben dibujar pero lo hacen. Le investigue todo el rostro y mi mano permanecía siempre a la misma distancia de él. Era muy interesante esa timidez y temor a que abra los ojos, aunque algo me decía que alguna vez, esa princesa había deseado con sus lágrimas que alguien la despertase con una caricia.

Pero no la desperté.

Me dirigí a sus ojos.

Encontré una lágrima.

Estuve a punto, en ese momento, de liberar una mía...

En el momento en que estuve a punto de acariciarla con el amor, oí un ruido cercano y reaccioné, me acordé del peligro y volví a meterme en la gran estufa, y salir por la puerta, sin hacer el mínimo ruido.

Justo a tiempo, entró un guardia.

- Princesa, debe despertarse. –dijo en vos alta para que no haga preguntas. Luego se marchó.

Ella cumplió con la petición y se secó esa lágrima que casi rompe mis fuerzas. Abrió una puerta y entró, tardó muchos minutos para salir. Al hacerlo ya no estaba despeinada, tenía un vestido hermoso y mucho oro... y una sonrisa que, esta vez, no me contagió.

Prefería sus sueños.

Salí del castillo tan fácilmente como había entrado.

Al ver las cosas de afuera supe que había pasado horas enteras soñando junto a ella.

Juré volver.  

La princesa del poetaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora