Capítulo 20

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Leí mil veces más la nota de Ailén y no pude dejar de llorar. ¡Cuánta tristeza! Por miedo...

En tres días más, la princesa se casaría con un joven millonario, dueño de tierras cómo las que el Rey siempre había soñado. Un hombre ideal para una princesa. Ideal para la lógica, pero el amor no sabe de ella. A eso me aferraba y en eso se apoyaba mi vida. Pensaba que nunca un poeta pobre se había casado con una princesa de oro porque la gente sabía poco de amor y lo convertían en lógica, hiriéndose.

Pero de todas formas ella estaba enamorada, lo amaba y según la nota me había olvidado o simplemente nunca me había amado con amor verdadero, como si todo hubiese sido un sueño.

Mis lágrimas dijeron "presente" en mi mundo, y no me avergonzaba ni me lastimaba más. Nunca lo hubiese imaginado. Llorar por el amor, a quien amaba, por quien vivía, a quien intentaba descubrir...

Dejé que el tiempo pase lentamente, y es que así pasa cuando no estamos con quienes amamos.

Ganas de gritar, seguir llorando, buscar, correr, golpear... pero nada de eso me devolvía a mi princesa.

¿Tan equivocada estaba al decirme "te amo"? ¿Tan idiota pude haber sido al no darme cuenta de que no era así?

No.

La princesa me había amado y por lo tanto me amará para siempre...

Sólo un deseo.

Solamente eso, nada más.

Si Ailen estaba enamorada de ese hombre, tal cual ella lo decía, ni me había amado ni me amaría jamás.

¡Apúrate tiempo! ¡Por favor! Apúrate que te necesito fuera...

Verla. Eso, debería verla, preguntarle si ya no me amaba. Preguntarlo ante sus ojos. Escuchar su respuesta con los míos, aunque me mate.

Mientras tanto el mundo era una semilla. Seguía igual o peor.

Pensé en él y en mi libro. Después de todo para eso había venido y tan mal que digamos no lo estaba llevando.

Mientras pensaba una suave voz me habló despacio:

- Señor, ¿me ve?

Un niño pequeño, de ropas sucias y rotas, con la cara manchada y los ojos tristes, me había descubierto allí, tan lejos.

- Claro que te veo, pequeño... ¿En qué puedo ayudarte?

- ¿Cómo ha dicho?

- ¿Puedo hacer algo por ti?

- No puedo creerlo, Dios ha leído mis cartas...

- No entiendo...

- ¡Claro! Iba a pedirle si no me ayudaba a escribir una carta a Dios, preguntándole por qué la gente no me ve...

El mundo se paralizó. No giró más, al menos para mí.

- Lo más extraño es que no se escribir siquiera... ¡Valla que Dios si es inteligente!...

- Por el amor de Dios...

- ¿Quiere hacer algo más por mí?

- Si, por supuesto...

- Dígale a la gente que existo, que hay muchos como yo que también existen... y que los necesitamos...

Al decir esto desapareció en la oscuridad.

Al oír esto supe que el libro no alcanzaba para ayudar a ese pequeño que había sido.

Lleno de bronca y horrorizado, ante las preguntas de Simón (quién sonreía) tomé las hojas del libro y las arrojé a la estufa quien hizo desaparecer las ideas, planeando cambiar al mundo con el mundo... y con amor.

Me dirigí lo más rápido posible hacia el castillo, y entré como siempre. Los guardias ya me conocían y no hicieron ni siquiera una pregunta.

- La princesa no se encuentra en el castillo. – dijo uno de ellos, humildemente.

- Vine a ver al rey.

- Ah, muy bien, lo llamaré si lo desea.

- Si, por favor. Dígale que lo espero en la habitación de la princesa para mostrarle mi poesía.

- Pero... ¿entrará a la habitación de la princesa, así... tan confiadamente?

- Oh, por favor, el mismo Rey me dio la orden de que haga cuanto necesite hacer en el castillo para adorar a la princesa con mi obra...

- Ah... Le informaré al rey.

Y entré a la habitación.

El rey no sabía de mi nuevo plan para salvar a la gente.

- Disculpe las demoras señor. Puede dejar su poesía sobre la mesa, la leeré luego y le pagaré si me gusta. La boda de mi hija será una buena oportunidad para que la lea.

- Una perfecta oportunidad, pero querría confesarle algo a solas.

- Oh, está bien, los guardias de allí son solo formalidades. Puede hablar delante de ellos.

- Lo lamento, pero no acostumbro a expresar mi arte a extraños.

- Mmmmm está bien.

Y les dio la orden de dejarnos a solas.

Cuando estuvimos solos no tuve más que tomar un fuerte jarrón de oro macizo y golpearlo fuertemente en la cabeza. Luego lo cargué y lo saqué del castillo por el pasadillo de la princesa.

En unas horas más, el reino estaría preocupado y elrey también. 

La princesa del poetaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora