Capítulo 22

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Cualquier persona que sepa un poco o vaya a un psiquiatra, sabe que las pastillas que ellos te dan no deben ser mezcladas con alcohol. A diferencia de los medicamentos que se venden libres de receta, estos no pierden efecto, al contrario, los distorsiona, te alteran, te da la sensación de... volar...

No debí hacerlo. Desde escaparme de lo de Eli, ir al cementerio, hablar con Diana, nada de eso. Ahora estaba ida, no era yo para nada. En mi bolso tenía las pastillas de Vilanova y me tomé cinco con un vodka barato que compré, era extraño saber lo erróneo de toda la situación y sin embargo no poder frenar, porque en el fondo, muy en el fondo, el instinto salvaje se hacía cargo, y simplemente lo necesitaba. El dolor se iba y las preocupaciones se nublaban, pero no lo suficiente.

Paseé por lugares de la ciudad que ninguna chica de mi edad y sola debería frecuentar, pero necesitaba encontrar a Diana, y tal vez la Luna Llena me guiará hacia ella. Nadie sabía nada, sin embargo. Pero al escuchar el nombre de aquella droga, me rogaban que les diga dónde conseguir, pero yo estaba en el mismo estado que ellos, y no nos servíamos los unos a los otros. Un grupo de chicas me invitó a recorrer con ellas algunos lugares a cambio de darles lo que yo había consumido. Acepté y les entregué el frasco entero de las pastillas de Vilanova, la que supuse era la líder las agarró rápidamente, llevaba un bebé en brazos, y no me importó. Caminamos hasta el cansancio, ellas se reían de mi semi sordera y me gastaban bromas a las que no les presté atención.

Llegó el momento en que todas comenzaban a inquietarse, terminamos sentadas en una esquina oscura, y ya comenzaban a mirarme como una intrusa, habían usado todas las pastillas y bebido el resto de mi alcohol, no tenía ni idea de dónde me encontraba hasta que divisé a lo lejos un cartel enorme en una esquina, lo reconocí, era Vodka. El bar.

Me levanté y comencé a caminar, las chicas quedaron en el olvido y de igual manera tampoco recordaría sus caras o nombres, porque estuvimos un par de horas juntas por una simple búsqueda en común. No sabía por qué estaba yendo hacia aquel bar, pero era un lugar conocido y tal vez ella estuviera allí. El mono de la puerta me reconoció y me dejó pasar.

Me senté en la barra y no sé cuánto tiempo estuve mirando a mí alrededor, sólo sé que por mí pasaron alrededor de siete tragos, murmuraba el nombre de Diana por lo bajo y revolvía los hielos del fondo de mi vaso de plástico cuando un chico se sentó a mi lado, me estaba mirando fijamente, pero mi cabeza no tenía la fuerza para moverse por sí sola.

—Lia... —Me puso la mano bajo la barbilla y movió mi cabeza para que lo mirara.

—Pe...

—Pedro, sí. Te acuerdas de mí. —Y una sonrisa se dibujó en su rostro.

Asentí.

—¿Qué haces sola y triste? —preguntó luego de ver que no tenía pensado hablar.

—Estoy... —¿Qué estaba exactamente?—. Buscando, uhm, Luna Llena.

Escucharme hablar fue una bofetada a la realidad que se esfumó tan rápido como vino. Los ojos del chico se iluminaron.

—¿De verdad? —dijo en tono malicioso. Asentí—. Entonces ven a bailar conmigo.

Pedro me bajó del asiento y jugando la carta del caballero, me tomó por los hombros y dirigió a la pista de baile. Llegamos donde estaban un grupo de chicos y él le dijo algo a uno en el oído, que rápidamente tomó su teléfono y le dio la espalda. Pedro me encaró y tomó por la cintura, haciendo que me mueva torpemente al ritmo de la música.

Destrúyeme (Diez Estrellas #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora