Capítulo 7

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Tu:

No fue fácil. Nada lo es. El saber que me gustabas me tomó por sorpresa. No era posible. Aun así tú no habías estado en mi radar, hasta que te metiste en él, sin darte cuenta, eso seguro, pero para mí fue como un golpe de agua fría.

Dicen que a la noche grito tu nombre... desesperado... hambriento por ti. Supongo que ahora encontré mi voz, porque puedo jurarte que desde que me di cuenta de que estaba cayendo enamorado por ti, mis noches enteras eran sobre gritar tu nombre, en silencio, pidiéndote que me saques de mi agonía. Supongo, mi amor, que algunas cosas no cambian del todo.

Yo.

 

No me había acostumbrado del todo a la rutina diaria con Zac incluido en ella. Él estaba en su casa, que se encontraba en el barrio privado de nuestra ciudad, pero venía a visitarme cada vez que podía a mi casa o al Instituto. Resulta que el trabajo que Madame le ofreció era ser el asistente de Marcel, uno se pregunta, ¿para qué necesitaría Marcel un asistente?, pero así y todo, Zac se pasaba todas las noches ausente.

Mis queridos hermanos Lekker eran otra historia, mientras Kevin se iba con Diana a la Universidad, dividiendo su tiempo entre los estudios y trabajos de medio tiempo, Milo no hacía nada. De vez en cuando le sonaba el teléfono y se iba por un buen rato con su Chevy. Un día volví a casa temprano, mis horarios en el Instituto eran flexibles, pero me pasaba el resto trabajando con Rosa y martes y jueves iba a mi profesorado, justo vi cuando se iba y en un arrebato de valentía le pregunté si era su trabajo. Me contestó que lo era, si se consideraba “trabajar” cobrarles viajes a tus padres. Simplemente me quedé sin habla, no tenía respuesta para eso. Aunque, la parte buena era que cada vez que llegaba a casa, tenía la cena lista, esperándome y ahorrándome todo el lío de prepararla y el dinero de pedirla. Era todo una rutina hogareña que me gustaba mucho, la disfrutaba tanto como podía. Los jueves eran días de chicos y tenía a una hinchada de machos alfas pegados a la televisión. Los miércoles Ana entraba tarde a la escuela por un problema con un profesor, así que los martes se quedaba a comer con nosotros. Los padres estaban felices de que Milo y yo la llevemos sana y salva a la misma hora de siempre. Los fines de semana, bueno, eran algo que nunca se sabía, pero que los cuatro nos íbamos, eso seguro.

El martes después de la llegada de Zac, lo invitamos a cenar. Con Diana hicimos pasta, dándole un  descanso de sus tareas a Milo, recibimos elogios de parte de nuestros comensales, así que supusimos que no lo habíamos hecho tan mal. En la sobre mesa, Ana estaba nerviosa, me miraba, como tratando de decirme algo y luego se arrepentía. Hizo esto un par de veces hasta que tomé las riendas, me estaba poniendo nerviosa.

—Ana, ¿estás bien? —le pregunté.

—Sip, perfecta...

—Bueno, si tú lo dices...

—En realidad —dijo rápidamente—. Hay algo que quiero preguntarte.

—Está bien. Dime.

—¿Te acuerdas de mi cita? ¿El domingo?

—¿De la que no me contaste ni antes ni después? Sí.

—Bueeeeeno, resulta que no les había dicho a mis padres. Por culpa de él me sentí mal todo el camino —dijo fulminando con la mirada a Kevin. Zac rió—, y llamé para cancelarlo.

—¿Y la pregunta? —dije.

—Yo cambié el día, le dije a mis padres, pero entré en pánico y dije que era una cita doble contigo y que me acompañarías así no tenían que preocuparse... entonces, ¿vendrás? Por favor. Es el sábado. Te lo ruego.

Destrúyeme (Diez Estrellas #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora