Capítulo 19

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Tú:

Pienso en el sol iluminando mi rostro cada mañana, recordándome lo bueno que es estar vivo, lleno de oportunidades, de chances y de vivir el hoy. Soy la suma de mis errores y vivo por mis momentos de felicidad, no me voy a atar a los recuerdos, voy a vivir por ellos. Te dejo salir de mi corazón, quedándome para siempre con tu nombre puesto en una cicatriz, porque puedo sentir la vitalidad aleteando fuerte en mi pecho, la dejaré salir y me iré con ella. Tengo fe que desde lo alto de mi vuelo no pueda verte quedándote atrás.

Yo.

Una fina capa de polvo cubría la cama, la habitación ya estaba esquelética, había estado sacando mis cosas de a poco, postergando mi ida. Uno de los pocos muebles que quedaban era mi cama, sin ningún lugar donde ponerla en el pequeño apartamento de Eli ya abarrotado de cajas con mis cosas.

Aquellos ojos oscuros como la noche sin luna me miraban preocupados.

—Estoy bien —dije.

—No. Uno debe aceptar cuando no está bien, a veces no es tan malo pedir ayuda. Y tú no estás bien.

Zac, con la ropa arrugada y rostro cansado, había dado en el punto. Pero no iba a pedir ayuda, mucho menos admitir que estaba mal, no con toda la información reciente.

—¿Por qué te llamó? —inquirí. Estaba claro como el agua que Milo lo había llamado, lo que no sabía era el por qué, si estaba él, ¿por qué llamar a otro?

—Por ti.

—Sabes a lo que me refiero. —Él bufó.

—No te podían calmar. Supongo que entró en pánico y me llamó.

—A já já. ¡Qué chistoso! —dije sin ningún tono divertido en mi voz.

—Le expliqué que no hay que calmarte, lo tienes que hacer sola.

—Y lo hice.

—¿Eres consciente de que esta vez te duró hora y media?

—¿Qu...?

La tristeza me invadió, tornándose a mí alrededor como una manta áspera y fría. Mis ataques nunca habían durado tanto. Y ahí fue cuando caí en la cuenta de que realmente no era consciente, porque lo último que recordaba era haber ido a la casa de Milo en ayuda, luego, todo era negro. No recordaba el ataque, y siempre lo hacía. Estaba al tanto de mi alrededor aunque con la realidad distorsionada y esas eran mis pesadillas a la noche, lo mismo que mi alivio luego, porque sabía que en realidad todo era un susto tonto, producto de la mente.

—Y acá es donde me contradigo —comenzó Zac—, porque te tranquilizaste cuando llegué.

Había un toque de orgullo en sus palabras y eso me produjo el más raro de los sentimientos. Todo mi cuerpo vibraba como abeja en un frasco. Sin embargo, mi cerebro estaba en otra sintonía. Yo, tirada en una cama en un post ataque, sintiéndome inútil. Todo era mi problema a resolver y tratar, no de Milo (por quien mi corazón lloraba al no tenerlo cerca), no de Zac (por quien mi corazón cobraba vida al tenerlo cerca), ni de nadie. Mi amigo se equivocaba. Yo podía asumir que estaba mal, pero no necesita ayuda de ninguna persona.

Me levanté de la cama y la habitación entera dio un giro antes de parar, hacerme sentir enferma y luego volver a una normalidad que tan solo lanzaba alguna que otra punzada a mi cabeza. Zac protestó pero lo callé levantando las manos. Recogí mis cosas y con él pisando los talones, salí del cuarto.

Destrúyeme (Diez Estrellas #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora