Capítulo 12

48 2 0
                                    


Tú:

Nunca entendí, e incluso juzgué, a los hombres enamorados. Me creía diferente por creer que sentía diferente. Me gustabas mucho y pensaba que hasta ahí llegaba mi amor. Pero me cambiaste, como a todos aquellos que se cruzaron en tu camino. Solo que fue allí donde me sentí realmente diferente, porque me llevaste al Cielo con la misma facilidad que me hiciste descender al Infierno y tenías el poder de hacerlo cuantas veces quisieras, cuando quisieras.

Fue por tu boca que me di cuenta que jamás sentiría pasión alguna como la que sentía cuando te besaba. Cuando te hice mía comprendí que ibas a ser la única capaz de hacerme explotar en mil pedazos estando tan entero, en cuerpo, mente y alma. Pero era tu simple mirada la que me hacía sentir el hombre más dichoso del mundo, y fueron tus ojos los que me hicieron entender que fui sin saberlo, era y sería pese a todo tuyo.

Yo.


El sol golpeaba mis parpados y mi primer pensamiento fue odiar tomar el cuarto donde la luz daba cada mañana. Me quejé a la nada en mi habitación y con los ojos cerrados me di vuelta, intentando bloquear los molestos rayitos luminosos.

—Buen día —dijo una voz.

Era como un balde de agua fría, pero extrañamente disfrutaba que me cayera encima. Milo y yo dormimos juntos todos los días desde aquella noche en que discutí con Kevin. Levantarme con él cada mañana le daba esa sensación aplastante a mi pecho que era tan placentera y sacaba sonrisas tontas en mi cara que vivía suprimiendo.

—Ahoy, Pirata. —Salió amortiguado por la almohada—. Déjame dormir.

—Vamos, Lia, levántate —dijo, acercándose a mí y haciéndome cosquillas en las costillas.

Abrí los ojos. Era cosquilluda, mucho, y él lo había descubierto. Me reía, gritaba y pedía basta, todo en uno. Milo dejó de hostigarme con sus manos y se tiró a la cama, sobre mí, riendo y oliendo mi cabello. A velocidad luz, o al menos yo quería pensar eso, lo saqué de encima de mí, salí de la habitación y me metí al cuarto de baño. Había muchas cosas que no me podía permitir en mi vida; 1- usar un par de converse del mismo color. 2- empezar mi día sin haber ido al baño y lavarme los dientes. Y la lista podía seguir pero esas eran las principales, las dos inviolables.

Cuando volví a mi habitación, Milo estaba desayunando en mi cama, mi taza térmica y un plato de galletas de chocolate me esperaban.

—Lo gracioso de todo esto es que no lo hiciste por mí —dijo dándome una sonrisa.

—Prioridades, Lekker, te las presento. —Era verdad, no lo hacía por él, era mi ritual. Me senté en la cama y besó mi mejilla entregándome mi taza de café.

—Un gusto, pero debes admitir que las tuyas son raras.

—Pero las tengo, raras o no. —Esta vez fui yo la que lo besé—. Gracias por el desayuno.

—Sabes, podrías agradecerme de otra forma.

—¿Aceptas efectivo?

—Tengo en mente otros medios de pago.

—¿Otros? —pregunté, tomando una galleta y esquivando su beso.

—Abrazos... —Sacó la bandeja con el desayuno de mi cama y la depositó en la mesilla de noche—. Besos... Salir conmigo en una cita... —Tomó la taza de mi mano y la dejó junto a la bandeja—. No reemplazarme con galletas...

—La última, definitivamente te pagaré con la última —dije mientras se acercaba y me tiraba hacia atrás—. Aunque pensé que lo de la cita lo hacíamos cada noche. Con abrazos y besos incluidos. Mejor te pagó con eso y ya saldé mi deuda.

Destrúyeme (Diez Estrellas #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora