Capítulo 8

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Tu:

Me acuerdo de todo. Por si alguna vez te lo preguntaste. Tus labios formaban un perfecto capullo rosa, el inferior sobresalía más, abriste la boca solo un poco para respirar pesadamente y tus ojos estaban brillosos. Fue el segundo en el que me reflejé en ellos que tuve que pellizcarme para saber si era verdad, no lo creía, y después de tanto que tus labios dejaron de formar parte de mi existencia... no lo creo.

Yo.

 

Fue otro clic en mi cabeza el darme cuenta que no importaba la hora, cuando el padre de Ana viniese a buscarla iba a querer hablar con Milo. Y él debía estar allí. Por suerte para ambas, el taxista que nos llevó sabía dónde se encontraba ese bar. En una parte bastante transitada de la ciudad, con un estacionamiento enorme a un costado y acaparando una gran esquina, se encontraba Vodka. Algunas personas salían por una puerta negra, no había a la vista ningún guardia, y como no sabía con lo que me iba a encontrar, y el hecho de la inseguridad también pesaba, arrastré a Ana conmigo.

Tras pasar la puerta dos hombres y una mujer se encontraban custodiando otra puerta más. Bueno, los dos hombres hablaban y la mujer nos miró como si sacarnos de allí fuese lo más aburrido del mundo. Cuando uno de los hombres se giró casi me atraganté con mi saliva.

—¿Marcel, pero qué carajo...?

—¿Amélie? ¿Qué haces aquí? —Marcel siempre usaba mi nombre en francés, Madame por suerte lo hacía cuando realmente se preocupaba, se ponía muy feliz o se enojaba mucho.

—Vengo a buscar a unos amigos. ¿Y tú? No creo que a bailar.

—Claro que no —dijo, sonando cansado—. La dueña es amiga mía, la estoy ayudando con unas cosas... Yo... preferiría que esto quede entre nosotros, ¿por favor? —Esto último lo dijo mirando tanto a Ana como a mí.

—Yo... —comencé a decir, ciertamente dudando—, claro —dije al final. No era de mi incumbencia la vida personal de Marcel, siempre y cuando no incluyera a Madame.

—Identificaciones —dijo el gorila con el que Marcel estaba hablando.

—Ellas no las necesitan, son amigas, ambas del Instituto —dijo Marcel con una sonrisa. Una mano lava la otra.

El guardia nos dejó pasar con un bufido y una rápida revisión de la musculosa mujer que nos miró mal cuando entramos. Ana estaba en shock, era su primera vez en un bar de este tipo. Aun así, se despejó rápidamente, en el taxi acordamos buscar a los chicos y largarnos. Nos conformábamos solo con Milo, pero no creía que el resto se quedará sin él. Dentro, el bar comenzaba con una modesta barra y las luces no tan tenues como pensé que serían, mesas y sillas, sillones y demás estaban esparcidas por el lugar, al fondo las luces se volvían oscuras, las mesas desaparecían y una barra con luces neón sobresalía. Era enorme, el complejo se extendía y una gran cantidad de gente bailaba una junto a la otra, había personas besándose a los costados, todos sudorosos y bailando. Tomé de la mano a Ana y le grité sobre la música:

—Vamos juntas, no me sueltes.

Ella solo asintió y comenzamos a caminar. Se hacía difícil ver y concentrarse con las luces parpadeantes que venían de la pista de baile. Recorrimos las mesas mirando para todos lados cuando casi al final, los veo. Kevin hablaba con dos chicas que estaban mejores en estado que él. Una lo besaba constantemente por toda la cara y la otra no podía sacar sus manos de su pecho, recorriendo con sus largas uñas los pectorales de mi borracho amigo. La mano de Ana tiró de la mía, pero seguí caminado. Tony estaba con la cabeza sobre sus brazos, tirado sobre la mesa, una morocha con mucho maquillaje en su cara masticaba goma de mascar y batía un trago mientras le golpeaba el brazo. Tony ni se inmutaba.

Destrúyeme (Diez Estrellas #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora