A la mamá de Montiel, Francisca, no le había gustado la idea de ir tras el saco de monedas de oro. Su preocupación estaba más relacionada con los peligros que se podían encontrar en el camino. Y si bien ella conocía desde hacía mucho tiempo a Juan Baigorria, ponía en tela de juicio la veracidad de la historia que le había contado a su hijo. Otro escollo por resolver eran las provisiones que llevarían al viaje. Francisca decía que muchos de los viajeros morían de hambre en el camino. Montiel le aseguraba que podían salir sin provisiones, ya que carne sobraba en el campo, y que se iban a arreglar con lo que encontraran por el camino: ... "Es zona de ganado cimarrón"... "alguna mulita vamos a encontrar"..."Agua hay por todas partes ¿Qué más necesitamos?"...
Sofía estaba molesta porque quería acompañarlo. No le gustaba la idea de que se fuera a la frontera sin ella.
Montiel no conocía el camino hacia Las Bruscas. También sabía lo tenebroso que era llegar hasta el lugar. Había varios interrogantes por resolver. Uno de ellos era mantener en secreto el viaje ante la curiosa mirada de los vecinos. Todos notaban que en el rancho de Francisca había cambiado la rutina.
Montiel tenía claro que solo no podía ir, debía formar un grupo. Su hermano mayor, Modesto, era baqueano de la zona. Muy joven para ser un avezado conocedor de la geografía de la provincia, pero la había recorrido en reiteradas oportunidades. Había acompañado, junto a un contingente de soldados, al Gobernador a rmar tratados de paz con algunos caciques de la zona. Su hermano también era hábil en el manejo de las boleadoras y experto con la lanza. Lo que le preocupaba a Montiel eran las preguntas que le había formulado acerca de la cantidad de monedas que podría haber en el saco. Lo notaba muy ambicioso y eso lo hacía dudar si incluirlo o no en el viaje. Ya estaba enterado de todo y lo necesitaba.
Candor iría seguro, estaba tras él todo el día. Ayudaría a cuidar el campamento, correr mulitas y encontrar agua. De su perro no dudaba.
El cuarto del grupo sería Anselmo. Cuando era pequeño, su padre lo había hecho participar de un malón. Una irrupción de los indios en el pueblo de Montiel, muy sangrienta y recordada durante años. Finalmente y luego de mucha pelea los pobladores lograron rechazarlos. Durante la incursión, Anselmo, se cayó de su caballo y se rompió la pierna. Los indios tuvieron que escapar y fue abandonado en la mitad del campo. Unos pobladores lo levantaron y el cura se hizo cargo, lo llevó a vivir a la parroquia. Ahí aprendió a hablar en español. Lo quería a Anselmo en el equipo porque conocía las propiedades curativas de las plantas, los secretos mágicos que ocultan las ores de la zona y sabía casi con certeza cuándo caería la lluvia. Se podía anticipar a ella. Y, lo más importante que tuvo en cuenta Montiel para integrarlo al grupo, es que hablaba perfectamente bien el idioma de los indios. Se entendía con ellos y se ponía de igual a igual.
Durante los días previos a la partida, fueron realizando los preparativos. Los caballos de los tres eran jóvenes y bien adiestrados. No eran ariscos y, subordinados a cada jinete, respondían siempre. Todos llevarían sus boleadoras, cuchillos y lazos.
A pesar de su postura negativa con respecto al viaje, Francisca ayudó a preparar los víveres. Yerba no podía faltar, charqui, choclos, tortillas para los primeros días. En el "menú" incluyó también azúcar, a pesar de que era costosa y escaseaba. El tabaco y el aguardiente estaban a cargo de Modesto.
Montiel quería repasar los últimos detalles y refrescar los nombres de las personas que Juan Baigorria le había comentado, ne- cesitaba una descripción del hidalgo que se había quedado con el oro y algún mensaje para el Comisario de la prisión. Si bien Modesto aseguraba conocer la forma de llegar a destino, esperaba tener un consejo de cómo hacerlo. Así que montó en su caballo y al galope se dirigió al rancho del Granadero.
Antes de ingresar, Montiel se encontró con los tres perros de Baigorria. Estaban alterados, se movían por todas partes ladrando y husmeando. Uno al que le faltaba medio rabo, tenía los ojos cerrados ya que un tábano lo molestaba cerca de la oreja. En medio de la entrada al rancho, una nube de moscardones que vola- ban con recorridos inciertos, formaban una cortina amenazante para el visitante. En esta ocasión a Montiel le dio la sensación de que protegían la entrada. Pero ya no quedaba nada que proteger.
Sabiendo que Juan Baigorria se enfurecería por no decirle Granadero, Montiel, a modo de broma, dio unas palmadas al entrar y a los gritos dijo:
-¡Soldado Juan! ¡Atención!
Nadie respondió a su llamado. Lo reiteró e ingresó. La escena que observó Montiel lo dejó sumamente angustiado. El Granadero estaba tendido en su cama con los ojos abiertos. Ya no tosía, no se tocaba la cara, ya no respiraba. Montiel dio dos pasos para atrás y se tomó de las manos. Una fuerte preocupación lo invadió. Sintió que el viaje a Las Bruscas estaba truncado. Quiso salir corriendo, dio un par de pasos y se frenó. Con la mirada recorrió la habitación de Juan. Sobre el cráneo de un buey pudo ver un papel que en la parte del doblés, al frente, tenía una inscripción con una letra muy espigada, casi ininteligible. Dedujo que decía: ..."Para Montiel"... El contenido intuyó que podría ser el recado para el jefe de Las Bruscas, su papel de entrada a la prisión. Con la carta en la mano recobró el ánimo y aumentó la esperanza de lograr recuperar el saco con las monedas oro. La leyenda interna del papel no la entendió, Montiel casi no sabía leer, podía reconocer algunas palabras. Hasta ese punto llegaba su instrucción escolar.
Cerca de la carta, sobre un grueso tronco había un fusil y municiones, lo tomó. Le cerró los ojos a Baigorria, giró sobre sus talones y salió. Con di cultad le prendió fuego al techo de paja y al camastro. Se quedó frente al rancho observando como ardía. Del centro salía un humo denso y oscuro. A Montiel le pareció ver entre la humareda la gura sana del Granadero Baigorria. Mirando el humo, balbuceó unas palabras en latín que había aprendido del cura, que decía cuando enterraban a alguien. Se quedó unos minutos en silencio y salió al galope a contar la noticia en el pueblo.

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El legado del virrey
Teen FictionUn grupo de adolescentes sigue una pista que conocía un soldado de San Martín. Juan Baigorria. Deben encontrar a un ex funcionario español que conoce el lugar donde se había ocultado un cofre repleto de monedas de oro. En el recorrido deben pasar po...