- Nuestras tierras -

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El puesto de observación en donde se habían acomodado

Montiel y Anselmo, para no perder de vista los movimientos

del poblado, les parecía seguro. Seguridad que

duró apenas unos minutos. Una vez que se acomodaron de inmediato

fueron descubiertos por un grupo de personas armadas que

los obligaron a salir del escondite y caminar con los brazos en alto

en dirección a los ranchos.

Montiel sintió temor, se avecinaban momentos complicados. Le

pareció que había actuado de manera apresurada, que no había medido

la dimensión de la peligrosidad de la decisión que había tomado

de ir a rescatar a Sofía, en Los Tordillos. Fugazmente le apareció

la imagen de la sonrisa irónica del Comisario de Las Bruscas, aconsejándole

no ir hacia el sur. Tenía necesidad de tener a su hermano

Modesto, cerca. Observaba como Anselmo caminaba con los

brazos en alto. Pero no veía en su mirada los miedos que sentía. Su

compañero parecía estar más seguro. La responsabilidad del viaje

recaía sobre su persona. Él los había metido en el pantano y ahora

no tenía la seguridad de poder sacarlos. Es más, imaginaba el futuro

incierto, oscuro. Le costaba caminar y no era porque la geografía

del terreno no se lo permitiese. Se miraba las botas y recordaba el

día en que las había hecho. Había sido para el festejo del día de la

independencia. Su padre había cuereado un potro y Juan Baigorria

le había enseñado a confeccionarlas. También, para ese mes y con

cuero de potro, hizo sus primeras boleadoras. Uno del grupo que

los escoltaba hacia el poblado, le había quitado el facón. El cuchillo

se lo había dado en parte de pago un estanciero que tenía un gran

campo y era vecino de su pueblo. Montiel había trabajado el verano

anterior domando potros y trasladando cueros de ganado cimarrón,

al puerto. Estar lejos de su facón lo debilitaba espiritualmente.

Durante el trayecto lo arrebató una sensación de arrepentimiento.

Comenzó a recordar sus días en Santa Fe, la tranquilidad que le

proporcionaba Francisca, su madre, que en los momentos en que

se enfrentaba con lo desconocido siempre le expresaba palabras

tranquilizadoras. Recordó el día que, en muy poco tiempo, un malón

lo dejo huérfano de padre. El día de la incursión de los indios,

todo fue muy rápido. El infortunio había golpeado a su familia sin

aviso. A diferencia del enero del siguiente año en que la milicia se

llevó a su hermano, mayor que Modesto, a pelear con el gobernador

y nunca más regreso.

Al llegar al poblado se acercaron a un rancho, al ingresar ninguno

se sorprendió al ver a Tiburcia, era lo esperado.

-Mamá Tiburcia, mire lo que encontramos entre los matorrales

–dijo uno de los muchachos que trasladaban a los ya prisioneros.

Tenemos visitas. Parece que están perdidos.

-No, no están perdidos. Todo lo contrario, ellos saben lo que

están buscando. Hicieron bastante más rápido en llegar de lo que

imaginaba –dijo Tiburcia acomodándose en una silla de madera y

cueros. Los estaba esperando. Muchachos curiosos.

-Tiburcia, ¿Qué es todo esto? ¿Dónde está Sofía?

-Ah, m'hijo. Que rapidito que va usted.

En el centro del rancho había una gran fogata que alimentaba

a manera de horno un gran caldero por donde surgía un espeso

humo blanco, que por momentos envolvía a Tiburcia. Cerca de las

paredes había una gran cantidad de jarros y envases.

Mientras Montiel observaba el rancho, por la puerta ingreso

Sofía. Montiel corrió a saludarla y abrazarla, pero un bravucón que

custodiaba el ingreso lo detuvo. Sofía parecía desconocer a Montiel.

Lo miraba sin recuerdo, sin afecto.

-Sofía, mi amor, ¿estás bien? –pregunto Montiel. Tiburcia, ¿Qué

le hiciste a Sofía? ¿Qué gualicho le metiste?

-Montiel, yo sabía que iban a venir a buscar a Sofía. Por eso la

traje. Necesito gente, personas, soldados. Ustedes son jóvenes y

quiero que nos ayuden. Que se unan a nuestra causa.

-¿Ayuden a que, Tiburcia? –Montiel preguntó desconcertado.

-Muy sencillo, a recuperar nuestras tierras. Las tierras que nos

quitaron los conquistadores. Las tierras de donde nos echaron y

nos pertenecen. De donde día a día nos van empujando y nos obligan

a retroceder. La tierra de nuestros antepasados. La tierra que

nos pertenece, donde nació mi madre, mi abuela y toda mi gente.

-Tiburcia, hay una realidad y es que se está gestando un país nuevo.

¿Por qué no se incorporan al proyecto patriota y formamos una

gran nación?

-Es cierto pero parece que no hay lugar para nosotros.

-Sí que hay lugar, pero ustedes entran en malón matando y robando

todo lo que encuentran a su paso.

-No, Montiel. No todos somos iguales y a todos nos tratan por

igual, como bandidos. Nuestra tribu conserva un secreto muy importante

que se mantuvo vivo a través de los años gracias a que se

fue contando de madres a hijos y de hijos a hijos. Y con ese secreto

vamos a recuperar nuestras tierras. Justamente conocemos las bondades

de las plantas y de los árboles, de las flores y de las semillas. Y

en lo que nos rodea está el secreto para poder recuperar lo nuestro.

Logramos tener una bebida que cambia la voluntad de las personas.

Mirala a Sofía. Ahora ella es una más de nosotros y quiero que ustedes

también nos acompañen.

-Tiburcia, nosotros somos patriotas y queremos que las Provincias

Unidas sean un gran país. Quiero regresar a mi pueblo, a mi casa

con Sofía, mi hermano y Anselmo. Nada más que eso. Del resto no

entiendo nada. Nosotros no tenemos nada que ver.

El legado del virreyWhere stories live. Discover now