Capítulo XII

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Para Gerard era extraño ver lo fácil que era deslizarse por el día a día al lado de Frank. Los besos se habían convertido en costumbre y más de una vez el avellana se deslizó a su cama en busca de compañía después del trabajo, petición que nunca era denegada y terminaban revolcándose entre las sábanas hasta el amanecer.

Bob ya era como su amigo, el trabajo en el bar se había vuelto una rutina diaria fácil de llevar a través de las casi dos semanas pasadas. Pero sobre todo, se sentía vivo. Feliz. A gusto. Y eso era razón de más para escoger quedarse, escoger esta vida fuera de lujos y vivir con lo justo. Y le gustaba, por que era lo que había buscado para vivir a plenitud, para sonreír de verdad y por qué no decirlo; para experimentar el amor. Este era uno de esos días donde despertaba con las piernas del castaño entrelazadas con las propias y su aliento saliendo perezosamente desde sus labios entrecerrados, dándole una vista inocente ante la luz solar del medio día que se colaba por la ventana.

Hoy era el día en que sus cosas llegarían. Hace unos días había llamado a su hermano después de darse cuenta que no podía seguir usando la ropa de Frank y lavando a diario su ropa interior. Su hermano había aceptado de inmediato a enviarle algunas cosas, preguntándole como era vivir sólo y contándole lo mucho que su padre estaba odiándolo ahora mismo.

Y como si su reloj interno estuviese conectado con el del repartidor del correo, minutos después de recobrar la conciencia sobre la cama se escuchó un par de golpes sobre la puerta principal.

— ¡Ya voy! —gritó Gerard, haciendo que el castaño se siente en la cama desconcertado, bostezando profusamente y mirándolo con desdén.

— ¿Qué pasa Gee? —murmuró el avellana con voz pastosa, tallándose un ojo.

—  Llegaron mis cosas —le respondió éste, terminando de ponerse los jeans y corriendo hacia la puerta principal. El hombre le miró con el ceño fruncido ante su retraso, le extendió una planilla en la cual debía poner sus datos y lanzándole una enorme caja en los brazos, se perdió por el pasillo—  Buenos días. Gracias —musitó Gerard en voz baja, cerrando la puerta con una pierna y adentrándose en el apartamento con sus pertenencias.

La caja fue a dar a la mesita de centro y ayudándose de un cuchillo de mantequilla le quitó la cinta adhesiva para comenzar a ver sus cosas. Lo primero que notó fueron sus camisas Armani, Gucci y Ralph, los pantalones Calvin Klein, Boss y Tommy y diferentes prendas de vestir con marcas reconocidas. Sonrió enormemente al ver su camiseta de Black Flag, la favorita desde siempre pero que en rara ocasión podía usar en casa. Varios pares de zapatillas converse y tres pares de zapatos, ropa interior y hasta abajo encontró su notebook junto a su Blackberry y los respectivos cargadores.

—  Wow Mikey, te amo —murmuró Gerard para sí, encendiendo su celular y marcando el número de su hermano— Michael ¡Hola, Soy Gerard! Eres el mejor ¿Te lo he dicho?

— Al parecer ya recibiste las cosas.

—  Así es, hace unos minutos despedí al repartidor y acabo de ver que me enviaste lo esencial, y es genial— sonrió enormemente, si su hermano estuviera presente lo abrazaría hasta quitarle el aire.

— Falta una segunda caja, llegará en unos días.

— ¿En serio? —abrió sus ojos enormemente— ¿Qué más enviaste Michael?

—  Me tomé la libertad de entrar en tu despacho y tomé algunos implementos, unos frascos y croqueras, supongo que has de estar aburriéndote allá donde estás.

—  Oh dios, Michael. No sabes lo feliz que me hace escucharte decir eso ¡Eres el mejor! Extraño tanto pintar — suspiró riéndole al teléfono y recibiendo una risa de vuelta—  Gracias hermano, te extraño ¿Sabes?

common people ・ frerardWhere stories live. Discover now