Capítulo XXIV

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— ¿Amor a primera vista? —resopló divertido.

 Y aunque en un primer momento él también había caído de rodillas ante los encantos del amor a primera vista, ahora se maldecía por ello. Al ver bien cada uno de los hechos ahora, era como si hubiera llegado a servirse en bandeja de oro, le había hecho el trabajo tan jodidamente fácil plantándose frente a él como un cachorro triste.  Pero aunque su mente sólo pensara en golpear al tipo sentado junto a él y luego irse muy lejos.  Una parte de ella pensaba en lo que Frank no había hecho.

 Frank no lo había convencido de volver aunque ese fuese su trabajo.

Tampoco lo había obligado a subirse a un auto como el niño mimado que era para llevarlo a rastras a casa. Tampoco le había dado la espalda, esperando que se aburriera y fuera a casa, para así tener su sucio dinero en las manos.

 No, Frank no había hecho ninguna de esas cosas.

 — Gerard, si tan sólo… —comenzó a hablar, pero Gerard le interrumpió en seco. Cada una de sus palabras quemaba dolorosamente.

 Frank tomó aliento, juntó valía y cuando se disponía a hablar nuevamente unos nudillos golpearon la maltratada puerta, acompañados por el sonido de la áspera voz del Way menor.

 — Gerard, soy yo —dijo como si no fuera obvio.

 Los ojos del mayor se pasearon por el perfil derrotado del avellana más no dijo nada, caminó torpe hacia la puerta y cuando la abrió su hermano se le abalanzó a los brazos.

 — No sé cómo encima tienes el descaro de mirar a mi hermano a los ojos —escupió con el ceño fruncido, y sus palabras se clavaban sobre la piel de Iero, dejando heridas abiertas que no se preocuparía en lamer.

 Gerard se estremeció contra el delgado cuerpo de su hermano, intensificó el abrazo y lloró sobre su hombro.

 Lloró porque necesitaba dejar salir todos esos pensamientos.
Lloró porque se sentía tan sólo y si solo su hermano le hubiese hecho caso días antes ahora estaría en una ciudad plagada de desconocidos, sintiéndose más solo que nunca.
Lloró porque se sentía traicionado y herido, porque sin importar  las acciones del menor, sus intenciones eran las que dolían.
Y lloró porque independiente de todo, lo seguía amando. Y porque el amor duele.

 — Bob me contó todo —dijo Mikey rompiendo el silencio.

 Frank levantó la mirada más no dijo nada, tenía los brazos apoyados sobre sus muslos, sus manos tomaban su mentón que llegaba hacia ellas gracias a su espalda doblada. Deseaba poder adquirir la valentía para hablar y hacerse escuchar, para decir su versión aunque ya se sabía, para simplemente correr a los brazos de Gerard y ser él quien lo consolara. Porque Gerard lloraba por su culpa y eso le dolía más que nada.

 — Me dijo sobre sus intenciones —agregó apuntando a Frank con el mentón, Gerard se estremeció en el abrazo— Y me dijo de la suculenta suma de dinero que recibiría la rata cuando te llevara de vuelta a casa.

 Frank resopló. Si bien era un hombre orgulloso y en otra instancia jamás dejaría que usaran dicho adjetivo al referirse a él, ahora las cosas eran diferentes. Y una parte de su cabeza creía que se merecía cada una de las filosas palabras que su ‘cuñado’ clavaba con fuerza sobre su piel desnuda.

 — Vámonos Gerard, vamos a casa… —suspiró acariciando el cabello de su hermano— Papá tenía razón después de todo, no se puede confiar en esta maldita gente podrida.

 Frank hizo el ademan de levantarse del sofá pero su cuerpo le traicionó y no logró hacer nada. Quería pararse y correr, ponerse frente a la puerta y negarle la salida a su amor, pero si echar a patadas a su venenoso hermano. Abrazarlo con todas sus fuerzas y decirle cuanto lo sentía, que a pesar de todo lo amaba y que eso era lo que importaba.

Pero no logró hacer nada de esto.

Gerard deshizo el abrazo y se giró lentamente, sus ojos buscaron los del menor y lo atraparon por unos segundos eternos. Ambos quedaron envueltos en ese manto de intimidad que los cubría después de cada sesión de sexo intenso. Las mejillas de Gerard se sonrojaron levemente cuando sus ojos demostraron su deseo, pero Frank no pudo llevarlo a cabo. Porque se sentía tan roto y culpable que dudaba poder volver a mirarlo a los ojos sin recordar el momento en que por 5.000 dólares selló su sentencia.

Y quizá tan sólo ese abrazo que Gerard necesitaba en ese momento hubiese cambiado esa corriente de sentimientos que amenazaba por quebrar de dentro hacia fuera sus contenedores. Frank se levantó, pero no fue a los brazos de Gerard, simplemente cortó la línea de visión y pasando por su lado como un rayo que no quiere ser visto, se perdió escaleras abajo.

Corrió con lágrimas en los ojos, sin saber dónde ir, sin saber que hacer o a quien culpar. Sin saber qué hacer con esas toneladas de sentimientos albergados en su interior, con ese nudo que cada vez apretaba más en su garganta, con ese puño que a cada instante profundizaba más su golpe, con ese escozor justo en el centro del pecho.

Amaba a Gerard, seguía amándolo… y seguiría amándolo, pero simplemente necesitaba desahogar el torrente de emociones antes de pararse frente a él y decirle todo lo que sentía y pensaba.

*

— Huyó —Mikey dijo lo obvio, mirando hacia la puerta abierta con una sonrisa vacía de sentimientos.

Esperaba ver algo merecedor de un cuento de hadas, se imaginaba a Frank pidiéndole disculpas a su hermano y a este aceptado de inmediato con el brillo en los ojos, quería ser el primer espectador de ese beso pero nada de eso sucedió. El tipo simplemente huyo sin siquiera decir palabra, como la rata que era.

— Todo lo que me dijo fue una mentira… —Gerard suspiró intentando retener las lágrimas— Jamás sintió nada por mí, si no… estaría aquí ahora…

Caminó torpemente al sofá y se dejó caer pesadamente sobre él, adoptó la misma posición que Frank tenía minutos antes y se dedicó a mirar el piso, sintiendo la calidez que el otro cuerpo había dejado sobre el sofá.

“Es lo más cercano a un abrazo que recibiré de ti”

Se dijo con una sonrisa lacónica en los labios.

Frank podía tragarse sus sentimientos, sus ‘Te amo’, sus caricias, sus besos… Cada una de las cosas que le había hecho sentir único y especial en el mundo, sus risas que erizaban la piel, su nariz de bolita acompañada siempre por esa barba a medio afeitar, su cabello castaño que caía lacio sobre su frente, el agujero agrandado que las expansiones habían dejado en sus orejas, sus labios carnosos y suaves, sus mejillas tostadas y siempre tibias… la sonrisa única en su rostro, su olor a lavanda y tabaco…

Suspiró pesadamente y sus manos acariciaron sus brazos, levantó la mirada y se encontró con los ojos castaños de su hermano, que le miraban atentos, expectantes.

— Vamos a casa, ya tuve suficiente —sonrió poniéndose de pie.

common people ・ frerardWhere stories live. Discover now