- Hola Beth. - dijo una voz cálida en cuanto descolgó el teléfono.
La voz que Elisabeth más añoraba, la que más deseaba escuchar. El corazón comenzó a latirle con tanta fuerza que ella pensaba que haría un agujero en el pecho y saldría dando saltos de emoción.
- Hola.
Aceleró el paso hacia casa para poder hablar en la tranquila privacidad de su habitación o de la buhardilla. Todavía notaba como algunas chicas se giraban para mirarla. El estrés que Lucas había provocado se había esfumado. En esos momentos sólo sentía esa paz interior que podía disfrutar cada vez que hablaba con él.
- ¿Qué tal?
Interesante pregunta.
¿Qué tal estaba? Podía decirle la verdad. Podía contarle que sus padres habían guardado revistas que hablaban sobre ellos y que, peor aún, habían creído todas las mentiras que aquellos papeles albergaban. Podía contarle que el vecino era un gilipollas que esperaba que ella se derritiese ante sus encantos y que conseguiría algo más que un beso suyo. Podía contarle que cada vez sus padres se cerraban más a la idea de dejarla volver a casa, a Londres. Podía contarle que las chicas de la calle la miraban como si ella hubiera hecho algo malo y con muchísimo odio. Podía contarle las ganas que tenía de que alguien se la llevase de allí. Pero en lugar de todo eso, se limitó a responder todo lo contrario.
- Estoy bien, Niall. ¿Cómo estás tú? ¿Qué has estado haciendo hoy?
Y sonrió ampliamente al saber que las cosas seguían tranquilas allí. Al saber cada una de las gamberradas que hacían como si tuviesen ocho años. También al saber que habían ido a ver a Helen y a entretenerla.
***
Llevaba dos horas hablando con ella y se sentía realmente feliz cada vez que la escuchaba soltar una carcajada. Toda la timidez que creó un muro entre ellos desde que se conocían había desaparecido. Aquello era tan reconfortante. Se alegraba mucho de que ella estuviera aparentemente bien, pero había un dolor punzante que le molestaba. ¿Acaso Elisabeth no le echaba de menos? ¿No quería volver a Londres? A lo mejor Beth ya se había acostumbrado a España. Si tres días habían bastado para que se sintiese cómoda allí, quizá dentro de una semana ya no se acordaría de que en Inglaterra le esperaba una vida... y un estúpido a punto de enamorarse.
- Hey, creo que debo colgar, aquí es la hora de cenar y a ti te va a salir carísima la llamada. Esta noche te mandaré un WhatsApp ¿vale?
- Claro. Adiós Beth. Te echo de menos.
Pero la llamada se había cortado impidiendo a la española escuchar las cuatro últimas palabras que llevaban dos horas intentando salir.
Aún recordaba el primer día que la vió. Con las mejillas sonrosadas.
Había cogido el autobús porque no tenía tiempo para que ningún guardaespaldas fuese a recogerle y varias chicas ya habían corrido el rumor de la zona en la que se encontraba. No las culpaba, sabía que sus fans sólo querían cumplir sus sueños. El autobús acababa de parar y fue lo único que se le ocurrió. Dejó unas libras frente a la ventana del conductor y se agarró a una barra del final del vehículo. Cruzó los dedos porque nadie se fijase en su presencia y así ocurrió. En la segunda parada del recorrido un grupo bastante grande de personas entró y se quedó estancado en medio del autobús. Podía oír una voz suave pidiendo disculpas por hacerse paso entre la gente. Intentando pasar entre dos señoras mayores y rechonchas apareció una figura pequeña, de movimientos torpes. Era una chica de grandes ojos verdes que hacían resaltar su pálida piel. Una nariz pequeña y unos labios finos y rosados. Las cejas cuidadosamente perfiladas y las mejillas llenas de pecas. Parecía tener unos años menos que él. Tenía el pelo casi rizado, muy largo, prácticamente un palmo por encima de su trasero y de un rubio oscuro. Le llamó la atención que no llevase nada de maquillaje, eso dejaba claro la sencillez de esa chica que había caminado hasta el final del autobús y se había agarrado a la misma barra que él. Algo en ella le llamaba la atención, algo especial hacía que no pudiera dejar de observarla. Tenía la sensación de haberla visto antes pero no sabía donde. Desde su lugar podía oler su aroma a vainilla. Era reconfortante y extrañamente familiar. Continuó contemplándola hasta que ella se bajo del bus, ajena a su mirada.
Lo recordaba como si fuera ayer. Desde aquel día que había visto a Elisabeth no había podido olvidarla. Aún no sabía por qué le había resultado tan familiar, la verdad es que desde que tuvo la oportunidad de devolverle su teléfono y poder conocerla, no se lo había preguntado mucho. Ahora que ya no estaba, la pregunta volvió a rondar por su cabeza. Pero eso no era en lo que quería pensar en esos momentos. Quería pensar en la manera de volver a verla. Y la solución a aquello era muy sencilla. Se dirigió a su portátil con las intenciones claras, un viaje. Pero antes tenía que llamar a los chicos.
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