Capítulo 33.

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Nueve días.

Estaba sentada en su cama con sus manos agarrando fuertemente la guitarra. Se sentía muy incapaz de tocarla. Había atravesado un argumento de telenovela sin tomar cuenta de ello. Pero se había prometido a sí misma que en esos nueve días tenía que enmendar todo lo que había hecho mal en esas últimas semanas. O por lo menos intentarlo.

Ahora que las cosas iban bien con sus padres, estar en casa se hacía mucho más fácil. Intentaba estar todo el tiempo posible con su hermano, aprovechando que eran vacaciones y estaba apunto de llegar la mejor época del año. Sin embargo, cuando el pequeño estaba ocupado en casa de su mejor amigo -también hermano de Lucas- ella trataba de hacer las tareas que su madre solía hacer; cocinar, tender, limpiar. De hecho, se había aficionado un poco a la hostelería. No se cansaba de hacer magdalenas y galletas, las cuales a veces decidía repartir entre sus vecinos, entre los cuales estaba Lucas, que aunque siempre dijera que eran un asco, se las acababa comiendo con gusto. Pero después del beso de la noche anterior, no se atrevía a coger sus llamadas.

- He oído que tu novio actuará en el Madison Square Garden. -habló el chico. 

- No es mi novio. - había respondido ella.

- Entonces, ¿Por qué no me das lo que me debes, preciosa? 

- Si te refieres a ese beso que llevas esperando desde que me conociste, ni en tus sueños, guapo. 

- ¡Te gusta! - contraatacó de nuevo él.

- No me gusta. 

- Demuéstralo. 

Y se besaron. ¡Cómo se había podido dejar besar! Se llevó las manos a la cabeza y siguió recordando lo ocurrido.

Poco a poco se separaron y Lucas miró fijamente al ceño fruncido de Elisabeth. Acercó sus dedos hacía él y tensó su piel para deshacerlo. Sabía lo que significaba y no quería oírlo. 

Y no lo hizo, porque ella, como una estúpida, salió corriendo de allí. ¿Se sentía mal? Por supuesto, pero no se sentía capaz de afrontar el rostro burlón de su amigo al haber conseguido su objetivo. Y de todos modos, estaba casi segura de que si iba a hablar con él, ya estaría con otra chica, mucho más guapa, más lista, más divertida y con un cuerpo mucho más bonito que el suyo. Se acercó al espejo y se observó; no estaba gorda pero no tenía unas piernas despampanantes y unos pechos grandes como todos los chicos desean.

Suspiró. No estaba segura de qué quería hacer. Lucas le atraía bastante a pesar de todo. Pero ella a él no. Y luego estaba Niall. Le gustaba muchísimo el irlandés, pero él estaba enfadado con ella. Aún no había sido capaz de abrir la carta que dejó para ella en el hospital.

Inspiró con fuerza, buscando algo de ánimo en el aire. Pero lo único que percibió era un olor a quemado... ¡Sus magdalenas! Bajó corriendo las escaleras sin importarle lo que se llevara a su paso, que en ese caso sería su madre y fue a la cocina. A la velocidad de la luz se puso unas manoplas y sacó su bandeja del horno. Estaban...

- Lo que yo decía, un asco. -dijo una voz tras ella.

Cerró los ojos con fuerza deseando que no fuera él, pero estaba muy claro. Dio media vuelta y lo vio apoyado en el marco de la puerta. Con un poco de timidez se acercó hasta ponerse delante de él.

- ¿Qué haces aquí? -preguntó un poco azorada.

- Pues la verdad, venía a merendar pero... se me han quitado las ganas -respondió dirigiendo una rápida mirada a las magdalenas quemadas con su sonrisa de siempre.

Tus pequeñas cosas son perfectas para mí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora