Capítulo 28.

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Inspiró y exhaló con fuerza. Paciencia era lo que se pedía a sí misma. Acababan de llegar sus padres y, por tanto, Lucas ya se había marchado. Había sido un día demasiado largo. Se miró fijamente en el espejo del baño, subida a la balanza de peso con el ceño fruncido. Aquello marcaba 53kg. Era imposible que pesase menos pero continuara estando así de... gorda. Ahora entendía por qué no le gustaba a Niall. Dirigió la mirada hacia su antebrazo, donde el hueso de la muñeca ahora era más notable.

Durante toda la noche se había dedicado a ignorar los gritos silenciosos de su estómago exigiendo algo para digerir. Había intentado disimular los mareos que le daban cada vez que se levantaba o hacía movimientos bruscos. Lucas parecía no haberse dado cuenta de nada. Había cenado y se había dedicado a ver la televisión mientras soltaba alguna que otra mirada hacia Elisabeth.

Caminó hacia su habitación pesadamente. Iba a meterse entre las sábanas cuándo vio algo que le llamó la atención junto a su armario. Se había olvidado de su guitarra. Se acercó hacia el instrumento y se sentó en la cama con él, tras sacarlo de su funda. La observó con mucha cautela hasta que se topó con una inscripción bajo la sexta cuerda. Una inscripción que traía consigo un recuerdo.

"- Oye Beth, te aseguro que lo que decíamos en la canción iba completamente en serio. Volveremos... - dudó unos segundos - Volverá a por ti. Ese rubio que está ahí fuera intentando retener las lágrimas irá a buscarte a España.Y si no lo hace, le obligaré yo.

El mayor de los chicos consiguió arrancar una sonrisa en el rostro de Elisabeth. Ésta cerró la caja de la mudanza tras meter la foto y se dirigió al salón junto a Louis, donde se encontraban los demás. Niall, sentado en un sofá para dos, con una guitarra entre las manos, le hizo una señal a la chica para que se sentase con él. Ella obedeció.

- ¿Y esta guitarra? - preguntó contemplando la cinta de color azul celeste que se agarraba a la guitarra.

Ese no era el instrumento de Niall pues el del chico tenía la cinta negra.

- Es tuya."

Colocó los dedos correctamente sobre las cuerdas del mástil de la guitarra y rasgó provocando que el sonido inundase la habitación mientras las lágrimas recorrían su rostro.

"I will always find you".

Tras unas horas en silencio, con el único sonido del gotear de sus lágrimas, dejó el instrumento sobre su cama y se dirigió al piso de abajo. Sus padres se habían acostado, por lo que todas las luces estaban apagadas. Caminó hasta el salón y se sentó en el sillón en el que anteriormente un descarado chico había estado observándola. El mueble todavía desprendía el olor de Lucas. Le costaba reconocerlo pero era un perfume agradable. Llevó la mano a su vientre cuando su estómago emitió un largo quejido. Pero sus pensamientos seguían rondando sobre la imagen de un español de ojos oscuros. Pese a lo maleducado que era, muy en el fondo de su mente debía reconocer que le atraía. Pero no, ella no caería en sus redes, no era tan tonta.

En el suelo, algo llamó su atención. Alargó el brazo para coger con mucho cuidado aquello que había captado el interés de todos sus sentidos. Una cajeta de cigarrillos. Sus padres no fumaban por lo que a la única persona a la que le podía pertenecer era a Lucas. Elisabeth abrió la caja con curiosidad y sacó uno. ¿No se suponía que los cigarrillos quitaban el estrés y también el hambre? Por un momento, el cáncer de pulmón le pareció un problema secundario a aquella chica, hasta que el sentido común le golpeó con fuerza. ¿Cómo iba a fumar alguien como ella? Nunca se metía en problemas, siempre estudiaba, sacaba buenas notas, no bebía, no iba a fiestas. Pero por otro lado, esa era su vida en Londres. Ahora estaba en España, siendo arrastrada por sus padres a juntarse con quien no quería y a alejarse de su felicidad. Ellos habían causado todos sus problemas desde que había llegado a Málaga. Así que, agarró con fuerza la caja y la guardó en la sudadera que solía ponerse por encima del pijama, cogió la caja de cerillas que había en la estantería y salió al jardín.

El frío le azotó con fuerza haciendo que su melena volase tras sus hombros dejando su cara desprotegida. Se sentó en los escalones del porche y abrió el pequeño cajoncito con cerillas. Sus manos que temblaban por el frío y el vaho que provocaba su respiración entrecortada impedían que pudiese encender la cerilla correctamente. Suspiró. La curiosidad, el estrés y el hambre habían conseguido convencer a Elisabeth de que quizás fumar era una buena idea, pero a lo mejor aquello era una señal de lo contrario.

- ¿Quieres fuego?

Frunció el ceño. Aquella voz de nuevo. Serían las dos de la madrugada y sin embargo, allí estaba, parado frente a ella.

- Venía a por eso, pero creo que tú lo necesitas más que yo. -señaló su caja de cigarrillos.

Agarró el que la chica tenía en la mano y lo puso entre sus labios ante su atenta mirada. Sacó un mechero del bolsillo y, tras encenderlo y darle una larga calada, se lo devolvió. Ella lo cogió con cuidado, intentando parecer segura pero sin conseguirlo. Se lo llevó a la boca aunque hubiese estado en los labios de Lucas con anterioridad. Inspiró con fuerza hasta que el tabaco llegó a sus pulmones, los cuales lo rechazaron rápidamente provocando su tos. Lucas rió mientras se sentaba a su lado.

- No esperaba que fueses a convertir en fumadora.

Esperó a recuperarse y dio otra calada.

Durante un largo silencio, ambos miraban la calle que tenían en frente, las farolas iluminando el vacío y el silencio que reinaba en ella. Se intercambiaron el cigarro hasta que se consumió y Lucas repitió su acción anterior encendiendo otro.

- ¿Siempre eres tan gilipollas con las chicas? -se atrevió a preguntar Elisabeth.

El español se asombró de la dureza con la que pronunció aquellas palabras. Se asombró de que por fin decidiera comportarse como una verdadera chica de dieciséis años y no como una adulta responsable de veintidós. Pero aquello no iba a cambiar su actitud.

-Sólo con las que quiero conocer a fondo. -levantó las cejas dando a entender así el doble sentido de la frase.

Los ojos de ella se abrieron como platos. ¿Quería tener algo con ella? ¡Pero si estaba gorda y era fea!

- Y tú ¿siempre eres una niña buena?

Elisabeth dirigió todos sus pensamientos hacia la respuesta de esa pregunta.

Sí.

Siempre lo era. Le habían educado así ¿Qué podía hacer? Provenía de un país donde los modales y la educación siempre iban por delante. Nunca había hecho ninguna locura. Nunca se había escapado de casa. Nunca había suspendido. Nunca había ido de fiestas. Y hasta hacía prácticamente una hora, nunca había fumado. Pero estaba harta. Estaba harta de ser la persona que sus padres querían que fuera. A partir de ese momento, las cosas iban a cambiar para Elisabeth Black.

- No, ya no.

Y así, sin más, se levantó con la caja de cigarrillos y la de cerillas en sus bolsillos aún, y se marchó a su habitación., haciendo, sin darse cuenta, un juramento.

Tus pequeñas cosas son perfectas para mí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora