Capítulo 19.

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Aquella frase arrancó una sonrisa en el rostro de Elisabeth.

Caminaban por el pasillo con tan solo el sonido de las pisadas de Niall, pues la chica seguía descalza.

- Te he traído el desayuno. - dijo el rubio irlandés mientras entraban en la cocina.

Sobre la mesa descansaban platos a rebosar de comida. Todo tipo de dulces y bollos. Pero lo que más llamó la atención de Elisabeth fue uno de los desayunos más típicos de España. En una fuente se encontraban humeantes, los llamados "Churros en lazo" , junto a dos tazas de chocolate caliente. Recordaba en las vacaciones de verano, cuando cada año que volvía a su país, todas las mañanas su madre le llevaba bolsas llenas de aquella comida más conocida en los países hispanos que, consistía básicamente en harina, sal, azúcar y agua.

Dirigió una mirada de incredulidad a su acompañante.

- ¿De dónde los has sacado?

- Tengo contactos. - dijo sonriente.

- ¿Has desayunado?

Tras una leve negación de cabeza por parte del chico los dos se sentaron en la mesa.

Mientras daba un sorbo a su taza de chocolate caliente, contemplaba los ojos melancólicos de su amiga, que le contaba una de sus aventuras en las vacaciones en su país. Siempre había pensado que no era necesario esperar años para poder forjar una gran amistad. Y ella era un claro ejemplo de ello. Nunca se arrepentiría de haber recogido aquel teléfono móvil a sus pies cuando estaba en el autobús. Nunca se arrepentiría de haber cogido el autobús durante tanto tiempo por sólo verla a ella. Los chicos siempre le decían que si cogía el transporte público la gente le reconocería y no le dejarían tranquilo, que era mejor que le pidiese a Alfred que le recogiese o que le pidiera a cualquier guardaespaldas que le llevase, pero él, se limitaba a ignorarles. Decía que la atención de las Directioners era mejor que nada, pero el verdadero motivo por el que siempre iba en autobús era por ella.

- Gracias. - dijo Elisabeth con la mirada fija en su taza de chocolate.

- ¿Por qué?

- Por todo.

Por fin levantó la cabeza para contemplar aquellos preciosos ojos azules que la miraban interrogantes. Ambos sonrieron y continuaron desayunando.

- ¿Te importa si vamos al piso de mi abuela? Me gustaría despedirme de ella. - dijo dándole el último sorbo a su taza de chocolate.

- Claro que no. Tú ve a vestirte y yo mientras recojo esto.

Elisabeth hizo caso y salió de la cocina para dirigirse a su habitación y escoger la ropa, no sin antes darle un sonoro beso en la mejilla a aquel chico que estaba haciendo tanto por ella. Caminó hasta el baño que compartía con su compañera de piso y se permitió el lujo de estar más de quince minutos bajo el agua.

La decisión que su padre había tomado era drástica. Podría haberla obligado a vivir con su abuela y no salir de su piso. Podrían haberse quedado ellos en Londres y haber rechazado el traslado. Pero no, su padre la obligaba a cambiarse de país, de un día para otro. Pretendiendo que olvidase todos esos momentos que había vivido allí, todas esas personas que había conocido, todos sus amigos.

Tras haberse secado, vestido y más tarde, cepillado su rubia melena ondulada, se dirigió a la cocina donde Niall había recogido absolutamente todo.

- ¿Vamos? - preguntó éste.

Después de un asentimiento por parte de Elisabeth, se dirigieron entre risas y tonterías hasta el piso de su abuela. Durante todo el camino, ambos hablaban y reían pero ninguno decía realmente lo que sentía. Lo mucho que se echarían de menos mutuamente a pesar de tan sólo haber pasado cuatro días juntos. A pesar de las palabras de la chica cuando se despertó, Niall continuaba sintiéndose culpable.

- Abuela... Hola.

La anciana abrió los ojos con sorpresa al ver a su nieta frente a la puerta, sin su habitual sonrisa y acompañada de un chico. Volvió la mirada a la joven y contempló sus ojos con cautela. Aquellos ojos que se parecían tanto a los de su hijo en los que expresaba dolor y tristeza, mucha tristeza.

- Pasad. ¿Queréis algo?

- No gracias Abuela, acabamos de desayunar. - habló educadamente.

- Pues antes de explicarme a qué se debe tu visita, ¿Por qué no me presentas a este muchacho tan guapo?

- Claro. Abuela éste es mi amigo Niall, Niall ésta es mi abuela.

Tras el cruce de miradas y sonrisas, un abrazo por parte de la anciana y el chico, caminaron hasta el salón. Una habitación con las paredes color crema, el suelo cubierto por una moqueta de un marrón de tono oscuro. Parecido al parqué. Muebles barnizados del mismo color que la moqueta. Una mesa redonda colocada en el centro de la habitación, junto a un sofá, dos sillones y frente a la televisión. La mujer mayor dejó a los invitados sentarse en el sofá, colocándose ella en uno de los sillones, a la derecha de Elisabeth. Quien no tardó en explicarle que había ido a verla para despedirse de ella. Ya que como mucho la vería una vez al año.

- No me gusta la decisión que ha tomado tu padre, pequeña. Debería saber que la prensa cobra por inventar historias.

- ¿No puedes convencerlo?

- Cariño, tu padre siempre ha sido muy cabezota. Y como figura paterna, debe cometer errores, yo no puedo entrometerme en sus decisiones, él está a cargo de tu educación por delante de mí. Ya se dará cuenta de que es un error y seguro que pronto podrás volver. - dijo la mujer dándole un beso en la frente a su nieta y sonriendo al amigo de ésta.

Tus pequeñas cosas son perfectas para mí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora