Capítulo 19

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~Narra Margot~

-¿Seguro qué es aquí?-me pregunta Pablo parándonos delante de un gran bloque de pisos abandonados. 

Me coloco el gorro que no he podido evitar quitarle a Pablo de su cajón donde guarda todos y asiento mirando varias veces el papel en el que apunté la dirección. Pensativa observo el edificio, está anticuado y en muy mala condición debido a que ya hace muchos años que nadie habita allí, pero me niego a pensar que toda la locura que he hecho no sirva para nada. Por mucho que me pida Pablo que nos vayamos, yo le hago caso omiso, no puedo, tengo que saber si es una broma o de verdad vive ahí. 

-Margot ¿Qué haces?-con un empujón la puerta se viene abajo al igual que todo el polvo que escondía provocando que ambos tosamos-Margot, no es buena idea.

-No va a pasar nada-me adentro en la casa y con un resoplido Pablo me acompaña.

Ambos nos quedamos paralizados por lo que vemos, parece un pequeño castillo ocultado por la suciedad y las telarañas. El hall está decorado con alfombras de colores desgastados por la antigüedad y con muchos objetos del color del oro, como el jarrón de mi izquierda que guarda unas flores marchitas. 

-Según esto pone la tercera planta A-me mira atónito, como si no diese crédito a lo que digo.

-¿De verdad vas a buscar aquí?-asiento-Y luego el cabezón soy yo.

-Cabezón, payaso y miedica, lo tienes todo-frunce el ceño dándome a entender que no le ha hecho gracia-Has sido tú el que ha querido venir, si no quieres no me acompañes. 

Y tras esto, lo dejo atrás, enloquecido por mis palabras que han sonado de todo menos amable. No puedo echarme atrás, no ahora que es el motivo por el que he venido, si me entiende podría dejar atrás sus temores y apoyarme, en cambio, me he dado cuenta que es igual que mi madre, siempre protegiéndome contra ¿qué? ¿el mundo? ¿Y cuando llegue ese día y no estén ellos que será de mi? He hecho bien, hago bien en tomar mis decisiones porque si no ahora estaría muy perdida y no disfrutaría de las ventajas e inconvenientes que me da mi edad.

Subo las escaleras fijándome en todos los detalles, sobre todo en las fotos que aparecen personas de cuando esto tenía vida, pero, no me doy cuenta de que lo que piso es madera vieja, por lo que al pisar un escalón, éste se rompe provocando que mi cuerpo se desestabilice y vaya escaleras abajo.  Sin embargo, unas manos me sujetan de la cintura y choco contra un cuerpo que si no fuese por su fuerza, estaríamos ahora rodando los dos.

-Cuidado-me susurra al oído, una descarga recorre mi cuerpo y me pongo nerviosa, sujeta de mi mano, sin importarle que es un acto demasiado atrevido y seguimos subiendo saltando aquellos escalones que suponemos que acabaran como el otro.

Al fin llegamos a la planta que indicaba la hoja que sujeto y lo único que nos da la bienvenida son viviendas sin puertas y sin nada, donde un olor a putrefacción embriagan nuestras fosas nasales, nos subimos nuestras respectivas bufandas para poder escapar del mal olor y por sugerencia de Pablo y por una vez, estoy de acuerdo con él, lo mejor es marcharnos. 

Ya en la calle siento que mi desesperación acaba en lágrimas, no puede ser que al final sea todo mentira, él me abraza porque es lo único que puede hacer para remediar todo el lío que hay en estos momentos en mi cabeza. Nunca conoceré al que es mi padre, ni a mi hermano, aunque luego lo hubiese olvidado, da igual, lo hubiese escrito y se lo contaría a mis hijos como un cuento más, pero lo único que les voy a decir es que tenían una madre que estaba mal de la cabeza y que nada le salía bien.

-No te culpes-murmura como si me hubiese leído la cabeza-Podemos intentar en otro lugar.

-¿Dónde? ¡Dime dónde!-con un empujón lo aparto y camino con mi frustración por delante de todo, de razonar que lo que me dice es para animarme, de coger las riendas en este momento y llevarme a no sé donde me quiera dirigir.

Se me olvidaba que Pablo era mucho más rápido que yo, por lo que en pocos segundos me alcanza y me detiene con sus brazos impidiendo que pueda continuar con mi camino-¿Tanto te cuesta entender que quiero estar sola?

-En París no decías eso-me asombra como sabe siempre pillarme, su paciencia, como se toma todo con calma, debería estar enfadado, echándome cruces por ser tan egoísta y en cambio, hace todo lo contrario, me da una sonrisa, en plan, ey sé que no eres tú la que hablas si no tu enfado-Mañana será un nuevo día, lo intentaremos de nuevo.

-¿Tú nunca te enfadas?-me suelta, por fin siento aire libre, me observa tanto que parece que está buscando lo que oculto en mi interior.

-Entiendo que no debe ser fácil para ti-pero esa respuesta no me sirve, le he dicho de todo y sigue sin inmutarse ¡Dios! Su pasotismo supera el nivel más alto de pasota-Lo mejor es que no me veas enfadado.

-¡Pues yo quiero verte enfadado! Y no tan bonachón como aparentas-frunce de nuevo el ceño y con una sonrisa de medio lado hace que me muera de intriga por saber que es lo que piensa esa cabeza suya.

-¿Quieres verme enfadado?-muerdo mi labio, su tono me ha puesto la carne de gallina.

A medio metro uno del otro nos quedamos retándonos con la mirada, asiento cruzando los brazos y él moja sus labios con su lengua, ¡Será...! Eso me pone más nerviosa de lo que estoy-Pues ahí te quedas-y con una media vuelta se pone a caminar dejándome sola en la calle fantasmagórica.

Un suave viento mece mi melena y parece que éste me habla-¡Espera!-digo al fin, lo último que quiero es quedarme sola en este lugar tan siniestro-¡Eso no es enfadarse!-le grito ya a su lado e intentando coger aire, él ríe.

-Pero al final has preferido al bonachón, el pesado que no te deja solo-le doy un golpe en las costillas, ¡Me la ha jugado! Su astucia ha podido con mi terquería, enhorabuena, España 1-0 Francia-Conozco un lugar que te va a encantar.

Una taza de café en ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora