Capítulo 10

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~Narra Pablo~
Han pasado ya varias semanas del viaje y parece que el tiempo se ha ralentizado desde entonces. Nada más sentarme en el sillón del avión me puse a leer las cartas y darme cuenta del por qué no quería que me fuera, nunca había leído algo tan emotivo, y más cuando estaba escrito en tres idiomas, francés, inglés y español. Lo que más me sorprendió es que utilizaba las distintas lenguas como si les rodease desde pequeña y se sintiese familiar con ellas. Sin duda, no podía dejar la carta en un rincón olvidada así que nada más llegar a casa la guardé en una pequeña caja junto a las que me han parecido las más emotivas o con gran significado para mi, tampoco quiero decir que las demás no las tengan, pero siento que en ellas llevo guardadas diferentes sueños de mucha gente y saber que yo soy su acompañante en esos viajes realmente me emociona.
Y desde entonces, llevo metido en una completa rutina del que no sé liberarme. Me he metido de lleno en esas etapas de estudio en los que no quiero relacionarme con nadie, solo conmigo mismo. Mis mañanas son así, me levanto, cojo varias magdalenas, si de casualidad me encuentro alguien de mi familia, la saludo y vuelvo a mi pequeño rincón, y así hasta que cae la tarde y se hace de noche. No niego que más de una vez he notado tanto cansancio que me he dormido encima del piano alarmando a Terral que con sus ladridos vuelve a despertarme.
Pero, lo que de verdad no me gusta nada es como llevo sintiéndome desde que visité Paris, es como si algo me faltase y la maquinaria de mi cuerpo fallase, echo de menos algo que no sé muy bien como explicarlo.
He pensado muchas veces en Margot, en como estará, si seguirá enfadada conmigo o si mi apodo de cabezón ya pasará en la historia. También pienso en esa vez que dormía a mi lado, en como mi cabeza por el catarro daba vueltas pero podía ver bien los cuatro lunares que reflejaba su espalda tras el camisón. Lo he querido relatar en una canción pero he sentido que no era suficiente para expresarla.

~Narra Margot~
Llevo varios días sin dormir, hay un pensamiento que me quita el sueño, una pesadilla que cuando abro los ojos desaparece y es como si tanto sufrimiento no hubiese servido para nada.
Desde que le dije a mi madre lo del medicamento no hace más que darme notas de las horas a las que debo tomármelo, obviamente, la mitad de ellas se me olvidan ya que por cada cierto tiempo me tengo que estar tomando cien mil pastillas, y como no, eso me deprime mucho. Según ella, es por los efectos secundarios, sean lo que sean, hay veces que tengo ganas de pegarle a alguien y después llorar todo el día. Echo en falta ver una sonrisa en mi cara, ni recuerdo cuando fue la última vez que lo hice.
También, desde que me lo tomo no se me va de la cabeza el nombre de Pablo Alborán, es como si me retumbara en ella exigiéndome que me acuerde de algo que seguro que ni tendrá importancia. Lo he llegado a odiar, tanto que he arrancado el póster de la pared y lo he hecho trizas, después he llorado tumbada en el suelo.
Eli ya me ha dado por pérdida. Si antes ya estabas loca, ahora superas ese nivel de trastorno me bromea todas las mañanas pero sé que no es una broma, que es la pura verdad. Sinceramente, si yo fuese ella ya me habría hecho amiga de otra que no fuese yo, pero me sorprende lo que está aguantando a pesar de las malas contestaciones que le doy siempre.
-Yo te conozco y sé que volverás a ser la misma de antes.
Me dijo una vez que discutí con ella por esta razón, esa frase la escribí rápidamente en un papel y la colgué en mi pared, en el hueco que ha dejado Pablo.
Por no hablar también de la panda de idiotas que me miran con burla y a la vez miedo, no me quiero imaginar que les pude hacer pero creo que hice lo correcto.
Y en esa maldita rutina me he metido.
También se me olvidaba decir que he vuelto al psicólogo por mis cambios de humor. Ya no está la chica tan buena que me regalaba una piruleta por cada sesión, en cambio, ahora hay un chico, que por cierto, bastante guapo, que por cada terapia que me porto bien, es decir, contestarle todas las preguntas sin que él tenga que sonsacarme la respuesta de algunas, me regala una bonita sonrisa que hace que me derrita ¡Lo qué me gusta ese hombre! Que pena que esté comprometido.
Sin embargo, mi gran sorpresa es que hoy no es terapia de preguntas si no de dúo con la persona que más confío, mi madre. Ella lleva en su bolso álbumes que no recuerdo haber visto antes, el psicólogo quiere que las observe y le diga que es lo que siento al ver las fotos.
-Nada-respondo.
-¿Nada? ¿Ni añoranza ni tristeza...?-niego.
Él resopla pero no se da por vencido hasta que al pasar una página veo a un hombre y a un niño junto a nosotras en una playa.
-Me suena de algo.
Mi madre me contempla con seriedad y con un gesto le dice al chico que de por finalizada la quedada.
-¿Por qué has acabado de esa manera?-le pregunto ya en la calle, ella solo se preocupa de saber donde ha aparcado su coche-¿Me escuchas? ¡Te estoy hablando!
-Es tu padre y tu hermano-un escalofrío recorre mi cuerpo cuando los menciona y más si utiliza ese tono de voz.
-¿Y por qué ya no están con nosotros?
Y un completo silencio inunda el coche sin dar explicación alguna.

Una taza de café en ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora