Capítulo 8

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~Narra Margot~
Cuando llego a mi casa un olor a chocolate caliente inunda mis fosas nasales dándome a entender que hoy debe ser un día especial ya que mi madre ha vuelto de trabajar antes de lo que ella suele acostumbrar.

-¿Celebramos algo?-comento desanimada después de toda la tarde de despedida que he tenido con Pablo, solo me apetece echarme en mi cama y no volver a despertar más.

-Tenemos un invitado en nuestra casa-abro la boca sorprendida y me hago ilusiones por si ha vuelto.

-¿Y donde está?-miro a todos lados pero las únicas que hay en este sala somos nosotras dos, sin nadie más que nos saque de nuestra rutina.

-Seguirá en tu habitación-frunzo el cejo desilusionada y cojo la taza para beberme yo el chocolate, mi madre me mira extrañada pero no menciona nada al respecto, solo que, sabe que algo no va bien-¿Qué es lo que sucede?

La habitación se queda en silencio, solo se escucha como el culo del vaso se apoya sobre la mesa cuando termino de bebérmelo, es entonces, cuando toda la presión que llevo guardando toda esta tarde sale en forma de lágrimas alarmándola que se sienta a mi lado para acariciarme-¿Qué es lo que me pasa? No sé porque estoy así y debe haber un motivo que no recuerde-confieso, confusa por todo lo que estoy sintiendo ahora mismo.

Es extraño esto de no entenderse a si misma, hay días que mis ganas de llorar aparecen sin motivo alguno, ya sea porque me pongo a pensar en una persona que no recuerdo de que la conocía o porque ha pasado algo el día anterior y no me acuerdo, hoy ha sido uno de ellos y lo que me provoca Pablo, esas ganas de matarlo pero a la vez sentirme bien con él no lo ha conseguido nadie. Sé que tuvo que ocurrirme algo con él, que significó algo en mi vida, pero ¿el qué? Anoche, mientras revisaba mis cuadernos no encontré nada que estuviese relacionado con él, ni lo mencionaba, pero ¿A qué viene a cuento tener un póster en mi habitación y levantarme todas las mañanas viendo su cara? Un dolor de cabeza me atormenta más de lo que ya estoy y siento que como siga dándole vueltas me va a explotar.

-¿Y no has visto nada raro en tu habitación?-la miro a los ojos para descifrar a que se está refiriendo.

La curiosidad puede conmigo y la suelto tan rápido que sin darme cuenta ya estoy subiendo las escaleras para saber de lo que está hablando. Abro la puerta y me encuentro la sala de la misma forma como me la dejé está mañana, la cama deshecha, la ventana abierta para ventilar y que cualquier germen que hubiese saliese por allí y las libretas amontonadas en una esquina del escritorio a punto de caerse pero manteniendo un equilibrio que ni una gimnasta rítmica podría hacerlo. Un gran vacío recorre mi cuerpo al recordar la noche anterior, el mismo instante en el que entré y lo vi medio moribundo en la cama, tosiendo como si estuviese expulsando su vida por la boca, un escalofrío pone de punta mi vello. Con pequeños pasos me fijo en las paredes, en todas las fotos en las que salgo con gente que desconozco y mi favorita, mi madre, yo y el que supuestamente es mi padre y mi hermano, un tema tanto doloroso para mi madre como para mi aunque no recuerde muy bien el motivo. Llego a la sección póster, la mitad de animales debido a mi época de la infancia que me encantaba todo lo que estuviese relacionado con ellos, los demás son escritores, ya sean de los años de la pera, pero las letras me chiflan, y de cantantes que me pongo algunas noches para estudiar, y ahí está mi cabezón, mirándome como si no hubiese pasado nada, como si esto hubiese sido parte de un sueño. Y ahora que lo pienso ¿Y si lo ha sido? Yo que suelo tender a ser sonámbula ha podido ser solo una ilusión, me pellizco varias veces pero mi piel exige que basta, vale, no lo ha sido. 

Lo determino con las palabras de mi madre en mi cabeza, no veo nada, y siento que me voy a volver loca, bueno, un poco más de lo que ya estoy. Resoplo, me araño con las llamas de los dedos la cara por la desesperación y veo en la esquina una hoja doblada con una chincheta ¡Pero que pava soy! Si lo tenía a la vista. Lo agarro y lo abro encontrándome una carta en ella, la leo y vuelvo a llorar porque soy una maldita blanda. Ese día no sé que demonios tuvo que haberme ocurrido para escribir tales palabras, hasta me veo incapaz de hacerlo ahora, en una esquina leo Dárselo cuando lo abrace.

-¿A qué hora decías que salía su tren?-pregunta mi madre asomándose por la puerta.

A la mañana siguiente el despertador suena a la hora que tengo que ir al instituto. Levanto mi cabeza de un sitio poco cómodo y me aquejo de un gran dolor en el cuello, no sé como, pero me quedé dormida en el escritorio escribiendo algo que me parece extraño, lo que relaté en ella parece que lo ha vivido otra persona, ni sé quien es Pablo Alborán. A mi lado tengo otra pero no tengo tiempo para ponerme a leer ese gran testamento. Salgo de mi cuarto con pasos pesados, con un sueño que no puedo con él y sobre todo, una gran tristeza y un gran vacío inunda mi alma haciendo que mi cabeza no levante la vista del suelo y mi cuerpo ande como un zombie viviente. 

Una ducha, eso es lo que necesito, abro la puerta e intento cerrarla pero recuerdo que el pestillo está roto. Me quito la ropa y al reflejarse en el espejo los cuatro lunares repartidos de mi espalda recibo una descarga-¿Y eso qué ha sido?-llego a preguntarle al espejo, este no responde, es más, me quedaría seria si lo hiciese.

Bajo un manto de agua fría le doy vueltas a lo que sucedió en los últimos días pero todo se vuelve oscuro, sin ninguna salida, suspiro, otro día más borrado, tal vez cuando esté cerca la hora de mi muerte ya lo recordaré y me moriré, viva mi positividad. Salgo de la ducha harta de mis ideas, si me hubiese puesto música hubiese disfrutado más de mi momento de "paz y relax". Otra descarga vuelve a alertarme ¿¡Pero qué me pasa!? Querido karma ¿Qué pretendes decirme? Malhumorada, sin saber porque, me visto y salgo corriendo a la cocina para prepararme el desayuno mientras observo como el Sol va saliendo tímidamente, aunque hoy tengo poco tiempo para apreciarlo. 

Nada más llegar a la cocina, en el bol donde mi madre guarda todas las naranjas, se apoya una foto mía sentada al lado de un hombre que duerme en mi cama-¿Pero qué?-confundida por lo que veo abro el sobre que estaba a su lado:

 Ir al aeropuerto a las siete menos veinte. 

PD: Lo siento por la foto pero estabais adorables los dos.

Besos, mamá.

Mi madre no tiene solución, siempre ingenia algo por el bien de los demás, ella es así y ese gesto siempre le ha sido muy reconocido por los que están a su alrededor. Observo mi reloj y este marca las seis y cuarto, sé muy bien que por mucho que corra no voy a llegar a tiempo. Pero ¿Para que debería ir? No sé que intenciones tendrá pero esta vez no voy a ceder, cuelgo mi mochila en la espalda y salgo de casa en dirección al instituto y mi subconsciente diciéndome que me arrepentiré de esto.

Una taza de café en ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora