Capítulo 4

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______ se revolvió inquieta en la silla, deseando aun poder sentir el

aguijón dulce que había experimentado la noche del viernes y todo el sábado.

Llegado el domingo, sólo había un vago rastro del dolor por la mañana, pero

ella había ido a almorzar y se perdió. Dios mío, ¿qué estaba mal con ella?

Valientemente, se arrastró hasta su trabajo, haciendo los informes

semanales para su jefe, Louis Tomlinson, atendiendo a todo lo que él necesitara

durante todo el día. Louis , que era el vicepresidente de publicidad de la

pequeña empresa donde trabajaban, parecía raro aquel día. De hecho, el

Señor Inaccesible, como muchas veces pensaban de él, no estaba actuando

tan inaccesible como era su costumbre.

— ______, ¿puedes venir aquí? – Él la llamó por la puerta de su oficina

abierta faltando un minuto para las cinco. Ella puso los ojos en blanco. Claro,

él quería verla justo a la hora de salir. Bueno, no era como si tuviese grandes

planes. No había nada más allá de una película, un baño de espuma, y su

novio a pilas en el orden del día.—

Colocó el bolso en el cajón del escritorio y apagó la luz de su mesa.

Louis estaba de pie cerca de la puerta cuando entró en su oficina. Miró hacia

él confusa. Una extraña tensión parecía sobrevolar a través de la sala,

uniéndolo a su comportamiento poco común de hoy, se preguntaba si estaba a

punto de ser despedida. O tal vez, él iba a ser trasladado, y esperó hasta ahora

para contárselo.

Inquieta con la visión de su mesa limpia, que generalmente estaba llena

de pilas de papeles, ella decidió que lo segundo sería lo correcto. Entonces

¿por qué estaba tan tenso ahora? Tenía miedo que de que la echaran. Él tenía

reputación de ser un demonio para trabajar, pero en realidad, le gustaba su

dominio. Él nunca fue serio. Era solo... demandante. Y exigente.

A ella le gustaba el dolor. Le gustaba su carácter

muchas veces arrogante. Al parecer, era masoquista. A lo

grande. Pero, era protector también. Nadie se metía con ella, a menos que

quisiesen sufrir la ira de Louis .

— ¿Olvidé hacer algún informe? – preguntó ella, sabiendo muy bien que

no lo había hecho. Utilizaba una lista de verificación para no perder ningún

informe.

Saltó al oír la puerta siendo cerrada, cuando miró hacia arriba, Louis

estaba de pie junto la puerta con la mano en la cerradura.

— Louis...

Él negó con la cabeza. — Señor – instruyó – Me gusta cuando me llamas

señor.

— Pero, yo nunca...

Jadeó, mientras él cruzaba los brazos sobre el pecho y las mangas de la

camisa se estiraron sobre los musculosos brazos. Sus largos y poderosos

dedos enroscados sobre su bíceps. Excepto uno – el dedo índice que golpeaba

lentamente, de arriba abajo.

No...

Su coño se volvió crema con los profundos ojos azules que la

observaban como si supiesen todos sus secretos. De repente, estaba segura de

que al menos, él sabía uno.

Él se agachó y trabó la cerradura, su corazón se disparó como copas

cayendo sobre el suelo, encerrándolos juntos en la habitación.

— Ahora, Señorita Cooper – dijo él con su voz fuerte de mando – Quiero

que te saques las braguitas, dóblalas sobre mi mesa y levanta la falda hasta la

cintura.

Ella lo miró, horrorizada.

— ¿Debo llamarte Señorita Smith? – preguntó,

confirmando lo que ella ya sabía.

— No...

— No, no obedecerás mi orden, o no debo llamarte Señorita Smith? – Él

se retiró de la puerta dejando de jugar – Ahora ______. Haz lo que digo.

Su tono no admitía discusión, y ella no tenía ganas de discutir. Se

había sentido atraída por Louis desde el día en que llegó a la agencia de

secretarias, apuntó hacia ella y exigió que asumiese el puesto de la secretaria

que acababa de terminar llorando. Él no era el ogro – ella lo había visto de

inmediato — pero había pocas cosas que pudiesen coincidir con su

personalidad.

Un escalofrío la recorrió, y el calor atravesando su coño se acurrucó en

su vientre. Y ahora sabía algo sobre él que nadie más en la empresa podría

adivinar.

Su coño positivamente empapado, se subió la falda y empujó sus

bragas de encaje negro por sus muslos.

— Déjalas en las rodillas – gruñó – Luego separa las piernas todo lo que

puedas.

— Sí señor – susurró sabiendo que estaría completamente expuesta,

mucho más que en la imagen de su cabeza. Se inclinó sobre el escritorio.

Ahora entendía que estuviera limpio.

— Adorable – murmuró. Su mano golpeó su trasero, y ella saltó por la

sorpresa. No le había oído aproximarse —Ningún moretón o marca. Te curas

rápido. ¿Tienes algún dolor?

— No señor.

Él se rió entre dientes. —¿Quien quieres ser?

Ella dudó. ¿Qué debía decir?


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