Capítulo 21

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— Por favor... seré buena – exclamó en beneficio de él.

— No lo serás – bufó. Añadió unos golpes extra por si acaso, mientras

ella se retorcía sobre sus rodillas, sabiendo que eso lo incitaba más. Las

palmadas en su culo sonaron a través de la oficina en silencio interrumpido

por sus gritos.

— Por favor, señor – imploró – Por favor...

Si él no se detenía – y ella no quería que lo hiciese – sería lanzada a un

orgasmo que le dejaría los pantalones húmedos. Lo necesitaba en su coño

cuando se corriera. Quería ser uno con él.

— Te negaste a quitarte la ropa interior – añadió. Esperó otra palmada,

necesitándola, deseándola, pero él no la tocó. La puso en pie y la volvió para

enfrentarla a él. Sus labios temblaban y se dio cuenta de que las lágrimas

rodaban por sus mejillas mientras bajaba la cabeza como una colegiala

recalcitrante ante el director autoritario. Se mordió el labio, sabiendo que

añadida a su imagen, le inflamaba. Su mano frotaba sus nalgas maltratadas,

la piel caliente bajo su palma.

— Ahora, como te había dicho. Arrodíllate. Manos estiradas a los lados

y rodillas separadas, señorita Cooper. Y no aprietes los muslos. No creas que

no te veo haciéndolo.

— Sí, señor – respondió. Su corazón vibró ante sus órdenes.

El silencio reinó en la oficina, mientras obedecía, y se alegraba de que

siempre hiciera algo de calor allí. El aumento de la carne de gallina en sus

brazos no tenía nada que ver con el frío, a pesar de que el metal frío del

armario contra uno de sus pechos la hizo temblar hasta que pronto su piel se

calentó. En cambio, su reacción fue porque sabía que él aún estaba en la silla,

ligeramente inclinado sobre un brazo, con una pierna cruzada sobre la otra y

observándola. Mirando su culo enrojecido. Inclinó la cabeza hacia un lado, cuando la tensión

aumentó entre ellos. Deseaba que se arrodillase tras ella y

tirase de su cuerpo contra el suyo, luego arrastrase los dedos por su vientre

hasta deslizarlos en su coño y empujase en su interior.

Tomó una temblorosa respiración, sintiendo su crema filtrarse por sus

pliegues mientras su coño se apretaba con la necesidad de sentirse lleno. Oh

Dios, esperaba que no le negase la liberación como lo había hecho la mañana

que había tratado de escabullirse. Después de haber traicionado su confianza,

se merecía tener su placer retenido.

— Dime – dijo al fin, rompiendo el silencio – Explícame por qué lo

hiciste.

— Yo... umm... Hice una reserva en El Calabozo la noche que estuve

allí, aquella noche en la que fuiste el sacerdote y yo la estudiante. Ellos piden

que hagas tu próxima inscripción de inmediato.

— Sé cómo funciona. ¿Por qué no la cancelaste? – interrumpió. La ira

en su voz hizo que cerrara los ojos y deseando poder escapar a cualquier

parte lejos de allí. No quería verle enfadado de nuevo. Sola, desnuda y

castigada en su oficina, de repente se sentía vulnerable como nunca antes se

había sentido. Completamente a su merced.

— Pensé en ello – respondió – Fue la cosa más estúpida que he hecho. Y

acababa de recibir un e-mail tuyo, uno de los personales. Y me hizo sentir tan

caliente, todos ellos lo hacían. Y tú me habías prohibido liberarme a mi misma

y tenía toda esa tensión en mí — Ya se estaba construyendo de nuevo en ella

mientras las palabras se deslizaban por su lengua, y recordó las palabras de

su e-mail y la forma en la que se había sentido durante ese tiempo. Tan

agitada. Tan necesitada.

Su cuerpo comenzó a temblar. Trató de detenerlo para que él no se

diera cuenta de cómo la hacía sentir, pero nada hacía que se detuviera. Sólo lo

hacía peor. Incluso sus palabras temblaban cuando continuó, al límite del

placer insatisfecho. Estar allí era más tortuoso de lo que cualquier nalgada,

azote o palada pudieran ser.

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