Capítulo 11

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 Febrilmente, buscó en su bolsa el pequeño bolsillo de la parte inferior del

compartimento central.

— ¿Qué estás haciendo? — Oyó al mismo tiempo que cerraba sus dedos

alrededor de su premio y dejó caer su bolso al suelo.

Sorprendida miró a Louis. —Nada.

—¿Qué hay en tu mano?

Consideró decir "nada" de nuevo, pero no iba a mentir. No a él.

De mala gana, le tendió la mano con la palma hacia arriba y suspiró mientras

miraba por encima de su hombro izquierdo. A través de su horquilla sus dedos

rozaron su piel. Miró su rostro cuando él abrió la bolsa y lo sacó del tamaño

de una pulgada de largo en su mano. Sus labios se apretaron en una línea

delgada, miró hacia ella luego y de nuevo al dispositivo.

— Hmm, — lo cogió y lo torció para iniciar en un discreto zumbido que parecía

inusualmente alto en su oficina. — ¿Quieres explicarme esto?

La mortificación se apoderó de ella y oró para que nadie estuviera por

casualidad en la zona. — Creo más o menos que sabes lo que es,— respondió

ella.

— No estoy seguro de saberlo. — Sacudió la cabeza apagando el juguete y lo

deslizó en la bolsa del vibrador y luego metió la mano a su bolsillo. Ella miró a

su antebrazo por encima de la tela. Se había arremangado la camisa revelando

el vello ligeramente enroscado sobre su piel y el músculo. Apretó los muslos,

por la forma que la crema inundaba su coño, debido a la necesidad que

cualquier vibración podía hacerle.

— Louis, por favor — le rogó. Su cabeza se sentía tan

mareada, incapaz de concentrarse en otra cosa que su

excitación extrema.

— Necesito el archivo de Barker, — dijo él.

— ¿Barker? — ¿El qué?

Él asintió.

— Creo que lo has archivado. ¿Puedes conseguirlo?

¿Lo entendía? Estaba en su maldita oficina. Conocía el sistema alfabético

como ella lo hacía.

— Sí, claro, — respondió ella. Poniéndose de pie irrumpió en su oficina y al

banco de la pared de al lado de su escritorio. No era inmediatamente visible

desde la puerta y él se aprovechó de eso, fue detrás de ella mientras abría el

cajón. Su cuerpo bloqueo la vista de ella y deslizó el brazo alrededor de su

cintura rozando la parte delantera de la falda y apretó los dedos en el coño.

Agarrando su clítoris, él le dio un suave, pero duro apretón que la dejó sin

aliento. Fuego una vez más pasó a través de ella. ¡Nunca iba a lograr pasar

todo el día! Ni siquiera estaba segura que sus piernas la sostuvieran el tiempo

suficiente para poder regresar a su escritorio.

— Compórtate, — murmuró él. — No vas llegar a la liberación por ti misma. A

partir de ahora, será conmigo y solamente conmigo. ¿Comprendes? —Le dio

otro pellizco y ella gimió.

— Sí, señor. Dios, señor... ¿hasta cuándo?

— Hasta que yo lo diga.

Dejó caer su frente en el borde del cajón y respiró agitadamente. Estaba tan al

borde que era como si se hubiera tomado diez tazas de café en corto tiempo. El

gabinete, las paredes, el piso, todo parecía tener un impulso.

— No puedo soportarlo mucho más tiempo, — declaró ella.

— Sí puedes. Vuelve a tu escritorio. Tengo trabajo que hacer.

Ve a almorzar a las doce en punto.

— Sí, señor — murmuró ella. Sus piernas se tambalearon al caminar pero

llegó de nuevo a su escritorio sin contratiempos.

CastigadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora