Capítulo 19

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Luchando contra la depresión que la había asolado durante los últimos

días, ______ estaba en su escritorio en la oscuridad parcial con la luz del atardecer iluminando lo suficiente para ver los objetos

personales que pretendía recoger. Mañana por la mañana,

llamaría a personal y se iría. Esta noche, quería recoger sus cosas así no

tendría que regresar después de que Louis lo supiese. La odiaba de todos

modos, así que entendería que no le importase. Probablemente sería un alivio

para él ver que se marchaba, y no quería ver eso en sus ojos.

— ______.

Saltó con el sonido de su voz dura y miró con aire de culpabilidad al

verlo de pie en la puerta de su oficina. Su voz no revelaba nada más que su

mando normal, y las sombras le tapaban la cara. Probablemente mejor. No

quería ver su disgusto o decepción o enojo. Estuvo viviendo con eso en sus

recuerdos los últimos días.

— En mi oficina. Ahora – dijo, y sin esperar a que ella obedeciera, volvió

a entrar y encendió la lámpara de su escritorio.

Ella consideró el negarse. Él ya no era más su amante o su jefe. No

tenía que seguir sus órdenes. ¿Qué haría si se dirigiese hacia la salida?

¿Azotarla? Seguro. Dudaba que eso volviera a suceder alguna vez. No por él. Ni

por cualquier otra persona. Ningún hombre, salvo Louis volvería a hacerle

eso. No lo permitiría de nuevo.

Un profundo suspiro se le escapó. Si quería gritarle, bien. Le dejaría.

Sintiendo como si tuviese un millón de años, se dirigió a su oficina para el fin

del fin.

Él estaba de pie cerca de su escritorio, la mayor parte de su cuerpo,

incluyendo la cara, aún en las sombras. – ¿Dónde has estado?

— Enferma.

Él hizo un pequeño, enfurecido sonido. – No me mientas. No has estado

enferma. ¿Qué estabas haciendo ahora?

— Recogiendo mis cosas – se miró las manos y las metió en los bolsillos

de sus vaqueros y desvió la mirada hacia la oficina exterior. Mirarle todavía le provocaba mariposas en el vientre y la necesidad se construía

en su coño. No importaba lo enojado que estuviese con ella,

su cuerpo todavía reaccionaba a él.

Se quedó en silencio unos momentos. – ¿Por qué?

— Me voy. He dimitido. – En contra de su mejor juicio, levantó la

mirada hacia él y se encontró con que se había acercado al mismo tiempo que

ella le había evitado con esmero.

Él levantó una ceja e inclinó la cabeza. — Eres tú, ¿no? – le preguntó

con un aire divertido.

— Sí.

— Hmm...

Se dio la vuelta, quitándose la corbata que colgaba suelta alrededor de

su cuello y la arrojó sobre el escritorio. Ella se movió para marcharse.

— Sólo estoy aprendiendo – dijo en voz baja. – No fue mi intención

hacerte daño o desobedecer o ser infiel. No hubo sexo. Ni siquiera disfruté de

ello, de hecho, le dije que se detuviera incluso antes de que pasara nada. Pero

pensó que estaba jugando hasta que le grité mi palabra de seguridad. Estar

allí, sabiendo que no eras tú, era sólo... vacío. – ese mismo vacío que la estaba

dominando de nuevo. Necesitaba marcharse de allí antes de que las jodidas

lágrimas empezasen de nuevo. Se mordió el labio, disgustada por su debilidad,

incluso cuando su corazón le dolía.

— Congélate ahí – dijo – No dije que te pudieras ir.

Se negó a mirarle. — No eres mi jefe, o mi amante o lo que fuera que

teníamos.

Como fuera que él lo llamase, ese tiempo juntos había sido maravilloso.

— Mmm – murmuró otra vez – ¿Es así? Bueno, me hace feliz pensar que

soy tu Amo. Tu ‗Señor'. La respuesta a tus fantasías. – Él la envolvió en sus

brazos y después le apretó la cara contra su camisa. La mejilla apoyada contra la parte superior de su cabeza, haciendo que se

sintiese en su capullo de protección, dominio y cuidado. La

abrazó con fuerza, como si nunca la fuese a dejar ir. – Pensar que habíamos

terminado, ahí es donde te equivocas, mi pequeña irresponsable. Tú me

perteneces. No te equivoques, tu corazón, tu alma y todo tu cuerpo son míos.

Incluso este culo. – lo acarició con la mano. – Sobre todo este culo cuando se

trata de un castigo. ¿Entendido? Nadie más lo tocará.

Ella no respondió. No lo entendía. Quería creer, pero él no podía estar

diciendo...

Cuando estuvo en su apartamento, dijo que habían terminado. ¿No

había dicho eso?

— Ahora – dijo él – Quiero que te desnudes, y te arrodilles en la esquina

junto al armario hasta que te diga lo contrario.

Lo miró, todavía confundida por el súbito giro de los acontecimientos.

Sus ojos eran tiernos, el rostro estricto.

— No entiendo.

— Quiero decir que no renuncio a ti. Lo había decidido, antes de que

confesases lo que sucedió en el club, bueno, y ahora quiero golpearle hasta

que sea una masa sanguinolenta por atreverse a tocarte cuando le dijiste que

no, pero esa es otra historia.

— Él se disculpó.

— No me importa. Voy a tratar con él. Más tarde. Ahora, — ordenó, en

voz baja pero con firmeza, no dejando lugar para sus argumentos – desnúdate.

Bordeándola, fue hacia la puerta y la cerró para impedir la posible

interrupción del personal de limpieza, supuso ella. No queriendo decepcionarle

ahora que la había perdonado, se quitó la camiseta mientras se sacaba las

zapatillas deportivas. Abriendo el botón de los pantalones, se sacó los

vaqueros.

— Bragas – gruñó, golpeando su trasero.

vol

CastigadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora