Capítulo 20

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— No sabía que las ibas a ver, Señor – respondió ella.

— Ese fue tu primer error. El segundo es que todavía

las llevas puestas.

Ella hizo un mohín y se pasó el dedo por la cintura. – ¿Me las quito?

— ¿Quieres unos azotes?

— ¿De ti? Más de lo que nunca sabrás. – La idea de sus manos sobre

ella, en cualquier lugar, la hacía temblar. La piel de gallina subió por sus

brazos y su coño se apretó mientras él se acercaba hasta que estuvieron pecho

contra pecho. Sus largos dedos desabrocharon su sujetador y lo dejaron caer

al suelo, mientras miraba hacia arriba las duras líneas de su rostro.

Comandante, determinado, tan diferente a la ira que había visto antes.

Sus muslos se apretaron, y sus pliegues se deslizaron el uno contra el

otro, un signo claro de su excitación. Había pasado tanto tiempo desde que lo

había sentido... tocándola, llenándola, besándola.

Él metió los dedos entre su pelo y la llevó hasta sus labios. –

¿Realmente crees que es un buen momento para tomarme el pelo? – preguntó.

— Sí, señor.

Él negó con la cabeza. – Siempre una chica traviesa.

— Tu chica traviesa.

— Malditamente correcto. – murmuró. Su boca aplasto la suya,

presionando los labios de ella apartándolos para empujar la lengua en su

interior. Gimió, arqueando su cuerpo contra el de él, con la esperanza de que

la llenase en el futuro.

Él arrastró los pies, mientras la besaba con avidez, como si nunca

tuviese suficiente de su boca. Sin embargo, al mando de sus labios, se sentó

en una silla frente a su escritorio. Antes de que pudiese anticipar el

movimiento, la tenía sobre sus rodillas extendidas. Rápidamente, le bajó las bragas de algodón blanco hasta las rodillas, atrapándole las

piernas, pero liberando su culo para él.

Frotó la palma de su mano sobre su trasero. – Tan bonito, pero tan

blanco. Me gusta rojo.

— Oh Dios, por favor, señor. Por favor...

— Por favor, ¿qué? ¿Qué te azote? ¿Seguro que es lo que quieres?

— Sí. He sido mala.

— ¿Lo has sido? ¿Qué has hecho?

— Yo... yo te hice infeliz.

— Mmmm, sí, así fue. – respondió él y su mano golpeó con fuerza sus

nalgas. El fuego estalló a través de ella, y era lo único que podía hacer para no

arquearse como una gata en celo. Sus pechos presionaban contra los

pantalones de él, arañándola con cada palmada que le daba.

— ¿Y? – exigió.

— Y... yo... mentí sobre lo de estar enferma.

— Tres veces, de hecho.

— Cuatro – respondió ella – Te lo dije también a ti.

— Cuatro entonces – Su mano golpeó el culo tantas veces como

mentiras. Oh, el dulce dolor. El dulce mordisco del dolor. Desesperadamente,

trató de pensar en más transgresiones. A decir verdad, estaba dispuesta a

hacer más cosas si él mantenía su atención en su parte trasera.

— Hice mal mi trabajo, no respondí mis llamadas, no respondí mis emails... — Calmadamente él enumeró sus pecados y la palmeó por cada uno

de ellos. Con su parte de atrás caliente, la excitación resultante se filtró hacia

abajo y rebotó a través de su coño como fuegos artificiales fuera de control.

Sus terminaciones nerviosas chispeando, enviándola a un plano de placer increíble. Quería estar allí, en el regazo de su hombre, todo el

tiempo que él quisiera tenerla.

ps:lјn

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