VII

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El amanecer llegó, y con él, Yuuri despertaba de su letargo. Sentía la respiración de Viktor contra su rostro, percibía el sutil aroma del más alto -no era el perfume Giorgi Armani que tan bien ostentaba como fragancia en su día a día- sino su aroma corporal natural, por muy extraño que sonara. Una especie de olor a bosque viejo en pleno invierno... De alguna manera no podía quitarse de la cabeza lo bien que su entrenador olía y se recriminaba ante los pensamientos que lo abordaban. Teniéndolo tan cercano sólo incrementaba el palpitar de su corazón galopante; la nebulosa encrucijada que se formaba en su cabeza no podía ser calmada, cualquier pensamiento se veía opacado con la cercanía del ruso. Lo había estado meditando esos últimos días desde la llegada de Yurio. No era normal la desazón y desesperación que lo atosigaba ante la mera perspectiva de que Viktor volviera a Rusia junto a Yuri, que lo abandonara allí dejándolo con un futuro incierto.

Las últimas semanas fueron como una fuente de agua viva para Katsuki. Compartir momentos con Viktor, todas esas nuevas memorias, sentirlo tan cercano pero al mismo tiempo con la idea punzante de lejanía; era su más grande ídolo y ya la burbuja de fantasía que su llegada trajo, se reventó ante el inminente sentimiento de pérdida porque si él no lograba sorprender al público y al mismo ruso con su representación del programa Eros, éste se iría. Y Yuuri no estaba seguro si podría reponerse a perderlo. No ahora que lo había conocido. No ahora que veía lo humano que era; sus defectos y virtudes. Las amaba, cada una de ellas. Porque no podía continuar engañándose a sí mismo. No estaba seguro cuándo el sentimiento nació, quizás siempre estuvo allí, esperando a ser escuchado, esperando a que la primera sílaba entre ellos fuera cruzada para comenzar a florecer cual loto, de entre el lodo inmundo de las inseguridades en su corazón. Sólo su ídolo era la pequeña luz brillando ahí. A pesar de ese emergente sentir, continuaba admirándolo, su entereza, el talento que poseía sobre el hielo, pero, por sobre todo, también admiraba el hombre que era.

Amaba lo que conocía de ese hombre y confiaba en lo que aún no.

Ahora temía. Temía porque era consciente del talento que poseía Yuri Plisetsky, muy superior al propio. A sus cortos quince años tenía todo un futuro por delante sobre el hielo mientras que él ya estaba en la cúspide del descenso.

Más que nunca Yuuri quería ser Perséfone, apropiarse de ese Adonis encarnado. Dejar de ser un simple mortal. Empero, sabía no sería suficiente; debía ser Eros. Para retener a su lado al Adonis, no bastaba ser un mortal y simple Katsudon, por mucho que aquel platillo se hubiera convertido en uno de los favoritos del ruso, representarlo no garantizaba conservar su presencia junto a él. Quería, por primera vez en toda su vida, ser egoísta. Siquiera esperaba sus sentimientos hacia el ruso fueran correspondidos, Yuuri sólo se conformaba con poder estar cerca de él, conocerlo más así su corazón doliere ante en sentimiento creciente. El dolor le recordaría que estaba vivo y que nada de lo vivido junto a Viktor había sido algún sueño o alucinación.

Freeze You Out [Yuri On Ice]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora