XI

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Habían transcurrido tan sólo dos días desde la conversación con Yuuri, sin embargo, Viktor continuaba en espera. Debía confesarlo, el ruso se caracterizaba por su impaciencia. Era ansioso, una característica que muchos Inujinnin poseían, seguramente tenía mucho que ver con la naturaleza ligada a los canes: alegres, inquietos, mimosos y condescendientes; por sólo hablar sobre características 'buenas', porque ser ansiosos e inquietos no era precisamente algo bueno. Tampoco la territorialidad ni posesividad. Y aunque ésta no se acercaba ni por asomo a los Mizuchi, continuaba siendo de cuidado. Nikiforov nunca se catalogó ni identificó dentro de las últimas dos. Hasta que conoció a Katsuki Yuuri.

Verlo llevarse bien con Yuri Plisetsky, dedicarle al menor sonrisas radiantes, confiadas, que le hablara, que riera con él (porque el rubio escondía la risa, pero ahí estaba), que bromearan juntos... los celos le corroían las entrañas sin mesura. Él mayor de los tres sonreía desde su posición, reía de las bromas con soltura mientras el infierno se desataba en su sistema. Pensamientos sobre encerrar para sí mismo al japonés le inundaban; que nadie más viera su rostro, oyera su voz o escuchara el gorgojo de su risa.

No podía hacer tal cosa, porque existía dentro de él un impulso superior, uno contradictorio que dictaba deseaba todo el mundo lo viera, lo contemplara, deseara, mientras que Viktor se regocijaba sabiéndolo sólo suyo. Pero no era suyo y eso le cercenaba la razón.

Que horroroso era el amor.

Porque ¡Oye! Te pierdes a ti mismo en post de la otra persona, dejas de pensar en lo que tú deseas para anteponer los deseos de la otra. No puedes vivir sin ella. Arriesgas todo, absolutamente todo por quien amas y eso es aterrador. El amor es aterradoramente cautivante. Y Viktor, quien por primera vez a sus 27 años experimentaba el sentimiento, se sentía flotando sobre una nube de dulce algodón. Atesoraba dentro de su corazón cada una de las nuevas facetas que Yuuri le exponía y resguardaba bajo llave aquellas que le dedicaba particularmente a él.

Estaba agradecido con la vida por haber cruzado sus caminos.

Tan sólo... si tan sólo sus caminos se hubieran cruzado antes. Más sonrisas retendría, más palabras escucharía provenir de aquellos labios, más risas habría escuchado.

– Tienes una jodida sonrisa asquerosa sobre los labios ¿Qué estás pensando, maldito viejo pervertido? –Increpó Yuri una vez llegó a su lado en busca de su botella de agua para hidratarse del arduo trabajo de entrenamiento. Como siempre, las conversaciones se gestaban lejos de los oídos de Yuuri quien ahora estaba por la pista ensayando sus saltos.–

– En lo mucho que amo a mi Yuuri –Dijo sin pena alguna con mirada ensoñadora mientras contemplaba al mencionado. Casi podría suspirar.–

– ¡Asco! –Chilló a media voz el menor, engrifándose y sintiéndose asqueado de las feromonas encandiladas del otro.–

Freeze You Out [Yuri On Ice]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora