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— Papá, sólo estaba jugando con él. —Dije, mientras papá me cargaba con cierta urgencia lejos de casa, y lejos de Noah.

Tenía apenas 10 años, y Noah había aparecido a los 8. Estaba agradecida, ya que él es mi único amigo, es la única persona que puede entenderme sin burlarse. Así que decidí contarle a mis padres sobre él, pensé que podían llegar a querer conocerlo o algo por el estilo.

— Lo sé, pequeña. Pero ahora podrás contarle a uno de nuestros amigos sobre él, ¿Si? —Contestó compasivo, como si fuera el más fino cristal, y con un simple toque podría quebrarme. Asentí inocentemente en respuesta.

— Pero, papá, tú crees en mí ¿Verdad? Es sólo que es muy tímido. —Dije, jugando con mis manos mientras él colocaba el cinturón de seguridad en mí y comenzaba a conducir por la húmeda carretera.

— Claro que sí. Pero también le contarás al doctor Becher sobre tu amigo, así se conocen y ambos pueden llevarse bien. —Esta vez respondió mamá, un tanto incómoda al parecer, pero no me importó mucho. Estaba ansiosa porque alguien más pudiera estar orgulloso de mí primer amigo.

Estaba demasiado feliz por hablarle a mis padres de Noah, ahora podrán conocerlo y nos llevaremos muy bien, como dijo mamá.

Bajamos del auto fuera de la gran casa, cuyas paredes eran de un color crema, que hacían que te sintieras cómodo y relajado al instante. Al entrar, el notable olor a vainilla se colaba por mis fosas nasales, y la cálida mirada y sonrisa del doctor Becher, me hacían sentir en casa.

Papá y mamá se mostraban preocupados y nerviosos, y yo solo me solté de la mano de mamá y corrí hacia los brazos del doctor, fundiéndome en ellos en forma de saludo.

— ¿Cómo estás, pequeña? —Preguntó amablemente, alborotando un poco mi cabello.

— Pues, de maravilla. Les hablé sobre mi amigo a mamá y papá, y quieren que lo haga contigo. ¡Se llevarán genial con él! —Exclamé contenta. Becher miró alarmado a mis padres, y ellos asintieron. Como si pensara que ocurriría lo peor, y un asentimiento confirmara aquello.

Mi cara de confusión que aparecía lentamente al observar las miradas de preocupación entre los tres, llamó la atención del hombre con bata, y volvió a sonreírme de forma pacífica, aún cuando ya empezaba a creer que las cosas no andaban bien.

— Ven. Siéntate, Lana. —Ofreció, señalando el sillón de la sala de espera.— Hablaré un minuto con tus padres, ¿Si?

Su notorio nerviosismo no me transmitía la tranquilidad que su sonrisa y tono de voz querían transmitirme. Aún así, opté por no alterarme y obedecerle.

Antes de que pudiera cerrar la puerta detrás de él, logró escucharme.

— ¿Sucede algo malo?

— Oh, no cariño. Todo está bien. —Me regaló otra de sus sonrisas y luego entró a la habitación con mis padres, dejándome sentada en el gran sofá de color carmesí.

Noah entró a la sala, pasando desapercibido, y se sentó a mi lado. Tomó mi mano y esperó conmigo, balanceando sus pies como si de un columpio se tratase.

— ¿Crees que les agrade? —Preguntó con su inocente y aniñado tono. Yo sonreí y besé su mejilla. Era un niño bastante tierno y guapo, pero yo no podía pensar eso. Sólo somos niños.

— Lo importante es que seremos amigos y estaremos juntos por siempre. No dejaré que te alejen de mí nunca, Noah.

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