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— ¿Cómo estás hoy, Lana?

— Vete a la mierda, Scott.

— ¡Lana! Más respeto con el doctor Becher. —Exclamó mi madre. Yo rodeé mis ojos.

— Tranquila señora Stone, ya es costumbre. —Becher sonrió tranquilizadoramente.— ¿Puede dejarnos solos ahora?

— Claro. Cariño, estaré en la sala de espera. Por favor, compórtate. —Me avisó mamá. Asentí sin prestarle atención.

— ¿Cómo estás, Lana? Y espero que esta sea una respuesta digna de oír. —Dijo pícaro. Lo miré, y puse una mueca que decía: "si no quieres la misma respuesta, no preguntes lo mismo"— Está bien. —Se rindió. — ¿Cómo ha estado todo en casa?

— Todo es un puto caos. Bueno, no para mí, pero para mamá estoy segura que sí. —Me encogí de hombros. Él, como de costumbre, anotaba lo que decía en su libreta.

— ¿Por qué?

— Vamos, Scott. Tener una hija a la que solo tú cuidas porque el idiota de tu marido decidió abandonarlas, y a la que todos consideran loca, incluida una misma, no te produce normalidad en algún momento de tu vida. —Asintió, sin dejar de anotar.

— ¿Cómo te sientes respecto a eso? 

— Yo sólo creo que estar realmente loco es una artimaña. —Me senté mejor y dejé el adorno con el que estaba jugando, para explicarme.— Es decir, no nos volvemos totalmente locos, porque si lo hiciéramos nada de lo que diríamos, absolutamente nada, coordinaría o tendría sentido. Todos estamos un poco desquiciados, pero eso no nos vuelve totalmente locos o raros. Yo tengo un amigo real y no por eso me he vuelto totalmente loca. No soy una loca, sólo estoy algo rayada. Espero que comprendas lo que acabo de decir, porque tú tienes la suficiente locura como para tratar de entendernos. 

Becher sonrió, y asintió sin anotar lo que acababa de decir.

— Te entiendo, Lana. Entiendo lo que dices y a dónde quieres llegar con tus opiniones.

— No es una opinión, Becher. Es algo que realmente creo y que es así. Ni tú ni yo estamos locos, sólo un poco.

— Está bien. Dime ¿Cómo van las cosas con Noah? —Sonreí al recordarlo. Al recordar sus palabras, al recordar la razón que tiene.

— Scott Becher, ¿Cuándo cambiarás? Lo único que quieres, tú y todos los putos doctores, es recibir su paga por hacer la buena obra del día. ¿Acaso no les pesa la consciencia? Esto es tan absurdo. —Decía sin quitar mi sonrisa burlona, y caminando lentamente por todo el consultorio. Becher tragó duro.

— Lana, vuelve a tu lugar. —Ordenó, en un intento de ocultar su nerviosismo. Sonreí aún más y negué.

— No estoy loca. Ni yo ni nadie de aquí necesita tu ayuda. ¿Por qué nos siguen forzando a venir? Esto es como el cáncer, sólo que está en nuestra cabeza. Y no existe medicina para un virus mental. —Tomé una pequeña pero filosa navaja que se encontraba en uno de los cajones. ¿Por qué un psicólogo tendría una navaja en su consultorio? No lo sé ni me interesa.

Vi que el doctor se sentó más recto en su silla, como si con ella pudiera protegerse de cualquier daño que le sucediese, y miraba a todos lados, asustado y nervioso.

— Hoy, por fin, tú y yo seremos felices. —Me acerqué a él. Pero no recuerdo más que un montón de doctores entrando a la habitación, y la oscuridad pura.

trust meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora