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Miraba por la ventana la gran vista que este consultorio me brindaba. Las hojas de otoño bailaban con el viento un suave vals, mientras pintaban con sus colores marrones, amarillos y anaranjados cuadros que quedaban en mi cabeza, y que espero algún día recordar y sonreír cual adolescente enamorada del café. Los colores degradados de rosado a anaranjado, hacían la vista algo incomparable con el arcoiris tradicional. Esto era un retrato de las buenas tardes para un lector, para un apasionado de los atardeceres, o simplemente para alguien que desea perderse una vez en la vida.

— Dime, Lana. ¿Cuándo apareció este chico? —Preguntaba Becher, sentado en el gran sillón de cuero negro, que sostenía su espalda en un cómodo apoyo. Tenía sus lentes a la mitad de su nariz, y su libreta en manos, anotando todo lo que yo tenía para decir.

— Hace dos años. —Me encogí de hombros. No entendía por qué tanto escándalo con esto, sólo éramos amigos.

— ¿Y por qué no me hablaste nunca de él? —Volvía a preguntar, anotando cada palabra que de mí salía. Volví a encogerme de hombros.

— Es muy tímido, y era mi amigo secreto. Me gustan los secretos.

Asintió con una expresión neutra, mientras terminaba de anotar lo que sea que anotaba en su libreta.

— Te contaré un pequeño cuento, ¿Quieres? —Asentí entusiasmada.— Bien. Había una vez, una pequeña niña que tuvo muchos amigos, pero de un día a otro ellos no quisieron estar más con ella, y era porque decía tener otro amigo, uno mejor. Comenzó a confiar mucho en él, y se encerraba en su habitación tardes enteras con él. Decía que conversaban y eran muy unidos. Una tarde, ella decidió volver con sus antiguos amigos, pero fue una mala idea. Volvió llorando a casa, todos le dijeron que su amigo no existía, que estaba loca, y que no querían que una nena rara como ella se les acercase. Le contó a sus padres sobre su amigo, y ellos tampoco le creyeron. Ella era la única que podía verlo, Lana. Él no era real. —Finalizó tomando mi mano, esperando que hubiera entendido, pero no sucedió. 

— No sé qué intenta decirme con esto, señor. —Dije apenada. Él me sonrió cálidamente, como de costumbre.

— No importa, nena. Luego puedes analizarla mejor y decirme lo que piensas. —Asentí.— ¿Cómo conociste a tu amigo? —Sonreí al recordar esa historia.

Flashback.

Me encontraba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en uno de los pilares del gran pasillo del colegio. Miraba como los niños jugaban a pillarse, y las niñas contaban anécdotas de vacaciones con su familia y de series de televisión. Yo, en cambio, dibujaba algo sencillo, pero lindo y prolijo, como un bosque con una casa, junto a las montañas y una fogata. Algo que siempre quise.

— ¿Qué dibujas, niña rara? —Preguntó un niño rubio, tomando mi libreta, groseramente.

— Seguro algo tan horrendo como su cara. —Dijo otro, y todos rieron. No entendía por qué estos niños me hacían esto, nunca les hice nada.

— Dibujas horrible, gorda tonta. —Decía un ojiverde, mirando mi dibujo.

Todos reían y me decían palabras muy ofensivas. No iba a soportarlos durante todo el receso rodeándome e insultándome, así que corrí fuera del colegio, de las miradas lastimosas o de los gritos de los profesores.

No sabía a dónde me dirigía, dejé que mis piernas me llevaran a donde sea que a mi cabeza le haga bien para estar en paz.

Llegué a un gran bosque luego de haber corrido por toda la ciudad como por 15 minutos, y haber caminado otros 15. Me adentré en él, llorando y corriendo otra vez para que las voces de esos niños me dejaran en paz.

Llegué a un gran lago, y me senté en la orilla. Esto era como mi sueño, sólo que no era una ocasión muy bonita.

Lloré, para descargarme. Para que las lágrimas abandonaran mis ojos, y habitaran en el lago, donde pertenecen. Para poder ser débil ahora, y luego enfrentar aquellos insultos. Para poder estar bien.

— No tendrías que llorar por palabras tan tontas. —Sequé mis lágrimas y me paré instantáneamente al oír esa voz desconocida. Era un niño, y parecía de mi edad, pero eso no evitaba que estuviera alerta.

— ¿Q-quién eres? —Pregunté alejándome paso a paso, deseando no haber entrado a este lugar.

— Soy Noah, y seremos amigos por siempre.

trust meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora