XXII. Un nuevo comienzo.

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Un mes después...

Mi suerte ha mejorado notablemente. No sé si gracias a la presencia de Encantador, pero mejoró.

Sacando el incidente de estas últimas semanas, donde a mamá se le dio por venir casi todos los días a casa, en el horario que mi niñero estaba aquí.

Descarada...

Se le pasaba dando miraditas, y él, tonto, le seguía el jueguito.
Todo porque disfruta verme echar humo por las orejas.

"Istis cilisi" —goza decirme.
Pero por favor, no era eso, sólo era raro y enojadiso el hecho de que MI madre, una SEÑORA, esté coqueteando con un chico que podría ser SU HIJO, y encima él le sigue el juego.

Cabrones.

Pero por fin estoy bien, ya casi puedo saltar en una pata —justo esa—, pero no lo haremos por precaución. No quiero volver a dañarla, ni tener nunca más niñero.

Dioses, no, por favor.

En fin, poco a poco me acostumbré de nuevo a mi vieja, y ya olvidada, rutina.

—Estoy fuera de forma —le digo a Andrea, soplando los pelitos que se me pegan en la frente.

—Pensé que Emiliano te mantendría en ella —bromea.

—Qui grisiosi —me quejo.

Mi primer día pasa bastante rápido, al ser días mas calurosos oscurece más tarde, perfecto para comenzar mi "entrenamiento".

Si si, me niego rotundamente a que un idiota sea mi niñero eterno para que yo tenga buena suerte.
No.
La quiero mía, sólo y exclusivamente mía.

Egoísta me dicen...¡JÁ!

—Llegué, llegué... —le digo al chico, que me espera sentado en un banco de la plaza.

—Tarde —responde a secas.

—No seas tan duro —le digo, y me siento a su lado, la corrida del coche al banco me ha dejado cansadísima—, estoy recuperándome aún —intento justificarme.

—Si, claro, que buena excusa. Vámonos —ordena.

—¿A dónde? —pregunto.

Pero sin responder ni "mu", comienza a caminar.
Ruedo los ojos y le sigo.
Unas dos cuadras más tardes llegamos, supongo.

—¿A qué venimos? —vuelvo a preguntar.

—Compraremos agua —responde sin más.

—¿No me dejaste ni descansar para venir sólo por eso? ¿No podías venir solo? —indago.

—No. De aquí seguiremos... —responde.

Lo ignoro y dejo que compre el agua, no quiero perder la paciencia y tener que abofetearlo, sobretodo porque aún no puedo correr bien y, además, estoy segura que si me despego de él un auto me hace bolsa.

Literal.

Si si, desde esa horrible pesadilla, en la noche que el prometió no abandonarme —y hasta ahora cumplió—, no dejo de pensar en que algo malo podría pasarme.

—Toma tu agua —dice, pasnádome una botella.

—No quiero, gracias.

—¡Oye! Gasté un dolar en esto como para que lo desprecies —me regaña.

—Ay, cuidado, no vayas a quedar en banca rota... —me burlo—. En fin, ¿qué haremos?

Niega con la cabeza, y se dedica a tomar agua, al cabo de unos minutos se digna a hablar.

¿A DÓNDE VOLÓ MI SUERTE?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora