XXIII

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La información de Ryddle.

Las páginas del diario comenzaron a pasar, como si estuviera soplando un fuerte viento, y se detuvieron a mediados del mes de junio. Con la boca abierta, Cyrine vio que el pequeño cuadrado asignado al día 13 de junio se convertía en algo parecido a una minúscula pantalla de televisión. Las manos de Harry temblaban ligeramente. Levantó el cuaderno para acercarlo a sus ojos, y antes de que alguno comprendiera lo que sucedía, se estaban inclinando hacia delante. La ventana se ensanchaba, y sintieron que sus cuerpos dejaba la cama y eran absorbidos por la abertura de la página en un remolino de colores y sombras.

Cyrine notó que pisaba tierra firme y se quedó temblando, mientras las formas borrosas que los rodeaban se iban definiendo rápidamente. Se aferró al brazo de Harry casi por reflejo.

Enseguida se dio cuenta de dónde estaban. Aquella sala circular con los retratos de gente dormida era el despacho de Dumbledore, pero no era Dumbledore quien estaba sentado detrás del escritorio. Un mago de aspecto delicado, con muchas arrugas y calvo, excepto por algunos pelos blancos, leía una carta a la luz de una vela. Cyrine no había visto nunca a aquel hombre.

—Lo siento —dijo con voz trémula—. No quería molestarle...

Pero el mago no levantó la vista. Siguió leyendo, frunciendo el entrecejo levemente. Harry y Cyrine compartieron una mirada antes de decidir acercarse más al escritorio y Harry balbuceó:

—¿N-nos vamos?

El mago siguió sin prestarles atención. Ni siquiera parecía que les hubiera oído.

—Lamento molestarle, me iré ahora mismo —dijo Harry casi a gritos.

—No creo que nos escuche —murmuró Cyrine luego de analizar bien la situación. Harry se le quedó viendo expectante—. Se supone que estamos en el diario, ¿cierto? Entonces no estamos en febrero del año 1993, sino hace cincuenta años atrás. En las memorias de Ryddle, eso explicaría bien la situación si le ves desde otra perspectiva.

Harry se quedó en silencio, observando con detalle su alrededor y tragó.

—Es lo más probable.

Con un suspiro, el mago sentado en el escritorio dobló la carta que tenía en las manos, se levantó, pasó por delante de Cyrine y Harry sin reparar en ellos y fue hasta la ventana a descorrer las cortinas.

El cielo, al otro lado de la ventana, estaba de un color rojo rubí; parecía el atardecer. El mago volvió al escritorio, se sentó y, mirando a la puerta, se puso a juguetear con los pulgares.

Cyrine contempló el despacho. No estaba Fawkes, el fénix, ni los artilugios metálicos que hacían ruiditos. Aquello era Hogwarts tal como debía ser en los tiempos de Ryddle, y aquel mago desconocido tenía que ser el director de entonces, no Dumbledore, y ellos, era una especie de fantasma, completamente invisible para la gente de hacía cincuenta años, tal y como dedujo Cyrine.

Llamaron a la puerta.

—Entre —dijo el viejo mago con una voz débil.

Un muchacho de unos dieciséis años entró quitándose el sombrero puntiagudo. En el pecho le brillaba una insignia plateada de prefecto. Era mucho más alto que Harry pero tenía, como él, el pelo de un negro azabache. A Cyrine no le dio buena espina, y no explica el por qué.

—Ah, Ryddle —dijo el director.

—¿Quería verme, profesor Dippet? —preguntó Ryddle. Parecía azorado.

—Siéntese —indicó Dippet—. Acabo de leer la carta que me envió.

—¡Ah! —exclamó Ryddle, y se sentó, cogiéndose las manos fuertemente.

「Loyalty」 HPDonde viven las historias. Descúbrelo ahora