XXIX

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Los Grey.

Cyrine sabía de ante mano que las cosas no acabarían bien para ella como para Ron y Harry. Sus padres nunca perdían la oportunidad de echarle en cara que todo ocurría por su culpa y los castigos pasaban de ser malos a peores cada vez. Sin embargo, no tenía idea que podría pasar ahora; casi muere en un lugar olvidado por Dios en una batalla de esas que relatan los libros históricos de héroes y cuanta otra cosa.

Ahora tan solo tenia que esperar.

Su madre no había musitado palabra en todo el camino y su padre estaba actuando extraño; sin abandonar su lado y sin despegar la mano que tenía posada sobre su hombro derecho. Esa clase de gesto protector la descolocaba, porque no lo comprendía. Él jamás había hecho tal cosa antes, por ello, no dejaba pasar el pensamiento de que era demasiado sospechoso. Pero luego su cabeza se iluminó con la idea de que no era más que una actuación bien ensayada; tenía sentido.

Pero no dijo nada, se centró en mirar las piedras bajo sus pies todo el camino hasta llegar a la enfermería y ser rápidamente atendida por la señora Pomfrey, quien la llevó hacia una de las desocupadas camillas y le hizo una variada ronda de exámenes en los que no tuvo problema grave por el que preocuparse. Tan solo le dio un par de pociones, limpiándola con un movimiento de varita y, finalmente, entregarle una aromática taza de té de manzanilla que le calmo los nervios crispados por las constantes vueltas inquietantes de su padre, viendo por entre las rendijas que tapaban las demás camillas y deteniéndose en una.

—Listo, con esto te sentirás mejor —dice la señora Pomfrey asintiendo con firmeza y esbozando una leve sonrisa—. Ahora solo queda despertar a los petrificados y todo volverá a la normalidad.

Los ojos de Cyrine se abren de par en par, centelleantes por las gratificantes noticias.

—Entonces… Hermione, Sebastian… ¿estarán pronto con nosotros?

—Correcto. De acuerdo, iré con los Weasleys, Molly no ha parado de llorar y no dudo en que tendré que preparar más poción calmante.

Soltando una risa entre dientes, Cyrine asiente comprensiva, observando a la señora Pomfrey alejarse de ella, mientras sus padres se adentraban al cubículo donde Sebastian yacía aún petrificado. Apartó los ojos en cuanto vio a su madre taparse la boca y a su padre tomándola por los hombros con gesto compasivo, expresando reales sentimientos que para ella eran tan lejanos.

Tristeza burbujeo en su interior y se miró las manos, aquellas con las que empuñó una espada incrustadas de rubíes y con la que tomó la vida de un ser vivo criado a obedecer malas decisiones. Se preguntó qué más tendría que soportar de parte de ellos para saber lo poco que se preocupaban por ella, siendo incapaz de ver en dirección a los amorosos Weasleys consolar a su única hija mujer.

Dejó escapar un suspiro, y se echó sobre la cama, acurrucándose y abrazando su cuerpo con ambos brazos, deseando que todo fuera un mal sueño. Pero ella sabía, con dolor, que todo era real; sus heridas, la punzante sensación agónica de su pecho no era un grato recuerdo de ello. Quiso tener a tía Narcissa a su lado, por lo menos ella sí estaría al pendiente de ella, le acariciaría el cabello, en completo silencio y viéndola con preocupación en sus profundos ojos azules.

Cyrine ya no sabía diferenciar el dolor físico del emocional, todo era un completo caos. A su alrededor siempre lo era.

Cerró los ojos, queriendo descansar de esta vívida pesadilla.

De pronto, el sonido de una puerta siendo azotada resonó fuertemente en las paredes de la enfermería y Cyrine volteó a ver quien ocasionaba aquel escandalo, abriendo los ojos sorprendida al toparse con la estructurada figura de Freya, vistiendo una pijama de dos partes con la túnica sobre los hombros, botas acolchadas, la respiración entrecortada y el cabello castaño claro revuelto como nunca antes.

「Loyalty」 HPDonde viven las historias. Descúbrelo ahora