XXV

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Palabras de una araña.

Aquellos días, la sala común de Gryffindor estaba siempre abarrotada, porque a partir de las seis, los de Gryffindor no tenían otro lugar adonde ir. También tenían mucho de que hablar, así que la sala no se vaciaba hasta pasada la medianoche.

Después de cenar, Harry fue a su habitación para sacar su capa para hacerse invisible y pasó la noche sentado encima de ella, esperando que la sala se despejara. Fred y George los retaron a jugar al snap explosivo y Ginny se sentó a contemplarlos, muy retraída y ocupando el asiento habitual de Hermione. Cyrine declinó, prefiriendo leer algo, aunque no fuera más que una excusa barata, mientras que Harry y Ron aceptaron y perdieron a propósito, intentando acabar pronto, pero incluso así, era bien pasada la medianoche cuando Fred, George y Ginny se marcharon por fin a la cama.

Cyrine, Harry y Ron esperaron a oír cerrarse las puertas de los dos dormitorios antes de coger la capa, echársela encima y salir por el agujero del retrato.

Este recorrido por el castillo también fue difícil, porque tenían que ir esquivando a los profesores. Al fin llegaron al vestíbulo, descorrieron el pasador de la puerta principal y se colaron por ella, intentando evitar que hiciera ruido, y salieron a los campos iluminados por la luz de la luna.

—Naturalmente —dijo Ron de pronto, mientras cruzaban a grandes zancadas el negro césped—, cuando lleguemos al bosque podría ser que no tuviéramos nada que seguir. A lo mejor las arañas no iban en aquella dirección. Parecía que sí, pero...

Su voz se fue apagando, pero conservaba un aire de esperanza.

Llegaron a la cabaña de Hagrid, que parecía muy triste con sus ventanas tapadas. Cuando Cyrine abrió la puerta, Fang enloqueció de alegría al verlos. Temiendo que despertara a todo el castillo con sus potentes ladridos, se apresuraron a darle de comer caramelos de café con leche que había en una lata sobre la chimenea, de tal manera que consiguieron pegarle los dientes de arriba a los de abajo. Cyrine no pudo evitar sentirse mal, pero era necesario si no querían ser descubiertos en plena travesía que les cargaría con un montón de castigos y hasta la expulsión absoluta.

No quería ni pensar en la muerte aún.

Harry dejó la capa sobre la mesa de Hagrid. No la necesitarían en el bosque completamente oscuro de todas maneras.

—Venga, Fang, vamos a dar una vuelta —le dijo Harry, dándole unas palmaditas en la pata, y Fang salió de la cabaña detrás de ellos, muy contento, fue corriendo hasta el bosque y levantó la pata al pie de un gran árbol.

Cyrine sacó la varita, murmuró: « ¡Lumos!», y en su extremo apareció una lucecita diminuta, suficiente para permitirles buscar indicios de las arañas por el camino. Harry la imitó sacando la suya.

—Bien pensado —dijo Ron—. Yo haría lo mismo con la mía, pero ya saben..., seguramente estallaría o algo parecido...

Harry le puso una mano en el hombro y le señaló la hierba. Dos arañas solitarias huían de la luz de la varita para protegerse en la sombra de los árboles.

—Vale —suspiró Ron, como resignándose a lo peor—. Estoy dispuesto. Vamos.

Cyrine no pudo evitar resoplar, ligeramente divertida por el estado perturbado de Ron y Harry rodó los ojos, empujándola con el hombro en un claro mensaje que decía «No es el momento».

De esta forma penetraron en el bosque, con Fang correteando a su lado, olfateando las hojas y las raíces de los árboles. A la luz de las varitas mágicas de Harry y Cyrine, siguieron la hilera ininterrumpida de arañas que circulaban por el camino. Caminaron unos veinte minutos, sin hablar, con el oído atento a otros ruidos que no fueran los de ramas al romperse o el susurro de las hojas. Más adelante, cuando el bosque se volvió tan espeso que ya no se veían las estrellas del cielo y la única luz provenía de la varita de ellos dos, vieron que las arañas se salían del camino.

「Loyalty」 HPDonde viven las historias. Descúbrelo ahora