Comenzó el día que menos le gustaba del año. Marco se levantó de la cama, muy a su pesar. Seguía cansado, y lo seguiría estando aunque volviera a dormirse. Aquello era un cansancio psicológico, no se quitaría nunca.
Fue directo al baño para lavarse la cara. Por lo general nunca se miraba al espejo, pero ese día lo hizo. Cruzó una mirada consigo mismo rápidamente. Tenía unos rasgos bonitos. Era moreno de piel y su pelo era negro como el carbón. Nariz y labios finos, acordes con la forma afilada de su mandíbula. Luego estaban los ojos: uno era marrón oscuro mientras que el otro era azul cielo con algún que otro toque gris. Heterocromia.
Una vez acabó de asearse, bajó a la planta baja de su casa. Olía bien, supuso que su madre le habría hecho el desayuno. Llegó a la cocina y abrió la puerta.
—Buenos días, mamá. —Saludó con una sonrisa.
—Buenos días, cariño. Feliz cumpleaños, he hecho tu desayuno favorito.
Tostadas con miel y mermelada, y zumo de frutas. Eso fue lo único que hizo sonreír de verdad a Marco.
Desde que cumplió los dieciocho años había tenido que vivir con una extraña condición en su ojo azul-grisáceo. Ahora tenía veinte y parecía que su ojo seguiría viendo lo mismo. Miró finalmente a su madre. Al cabo de unos segundos, la sombra de un reloj de arena apareció unida a su cuello. La parte inferior estaba casi llena, quedaba un cuarto de la cantidad total. Suspiró. No le quedaba mucho.
—Marco, deja de preocuparte por el tiempo que me queda, ¿de acuerdo? No estoy enferma ni me pasa nada, aún me quedan unos años. —Dijo su madre acercándose a él y acariciando su cabello. Ella sufría la misma heterocromia que él, por tanto lo sabía todo.
—No puedo evitarlo. Lo siento, mamá. —Apartó su mirada de ella y de aquel reloj de arena, parecía que si lo miraba se vaciaba más rápido...— Será mejor que desayune ya o se me quedará fría la comida.
••••••
Iba de camino a clase. Estudiaba Musicología ya que desde pequeño le había llamado mucho la atención la Música, quizás la razón era que ella nunca envejecería por mucho que pasara el tiempo, no le dejaría solo.
No tardó mucho en llegar, estaba bastante cerca de la facultad. Una vez dentro, notó un pequeño tirón en su hombro.—¡Hey, Marco! ¡Feliz cumpleaños!
Era Elisabeth, una compañera de clase desde hacía muchos años. Fueron a primaria juntos. También aparecieron Lucas, Víctor y Diego. Venían riéndose e intercambiando bromas.
—Feliz cumpleaños, Marco. —Dijeron Víctor y Diego.
—Habíamos pensado en hacer algo por tu cumpleaños, como en los viejos tiem... —Lucas comenzó a hablar, pero no pudo terminar.
—No. Está bien así. —Cortó Marco. Elisabeth le miró, apenada.
—Antes siempre hacíamos cosas divertidas todos juntos, Marco... ¿qué ha cambiado?
Tenía razón. Antes de que aquellos relojes de arena aparecieran, todo iba bien. Salía, se divertía, era feliz. Pero tras sus dieciocho años, había decidido alejarse de todos. Ver el tiempo que le queda a cada persona le volvió loco, sobretodo si se trataba de sus amigos.
—Es simplemente que me gusta estar solo, Elisabeth. —¿realmente le gustaba estarlo? ¿Entenderían ellos lo que le pasaba? No lo creía. Agachó la mirada, agarró mejor su mochila y se fue de allí, faltaban unos minutos para empezar la clase y no quería llegar tarde.
"Les robas el tiempo" escuchó en su cabeza.
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¿Solo?
FantasíaMarco no encaja. Nunca lo ha hecho, en realidad... A pesar de ser un joven común con gustos comunes que compartía con otras personas, siempre se ha sentido distinto a ellos. Comúnmente diferente. Quizás es porque ve cosas que otros no ven. Qui...