Comienza la ansiedad.

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—¿¡Qué!? N-no... me estás mintiendo, ¿verdad? No puede ser. No puede...

Marco respiraba entrecortadamente, intentando asimilar aquella información. ¿Les estaba robando el tiempo? ¿Cómo podría ser aquello posible?

—Claro que puede ser, Marco. De hecho, está pasando. ¿Qué crees que pasará con tu madre si sigues cerca de ella? ¿Qué crees que pasará con Elisabeth? — Preguntaba Calypso, con aquella sonrisa tan perturbadora en la cara.

Marco la miraba, horrorizado. Aquella chica comenzaba a asustarle, pero no dejaba de ser parte de él. Le gustaría decirle que se fuera, que no volviera, que saliera de su cabeza y que nunca volviera a aparecer ante él. Un ligero tic apareció en los dedos de Marco, como una especie de temblor, del cual Calypso se dio cuenta. Se acercó un poco más a él, lo suficiente para darle un suave beso en la frente. Marco no reaccionó, notó como sus labios estaban fríos. Curioso, porque el beso le resultó cálido y reconfortante.

—Yo... ¿qué voy a hacer ahora? — Preguntó Marco, en un murmullo casi inaudible.

—Yo me quedaré contigo, Marco... a mí no puedes hacerme nada, ¿recuerdas? No ves mi reloj porque mi reloj es el tuyo. — Él no dejaba de temblar, la ansiedad estaba calando en sus huesos. A pesar de ser producto de su mente, la sentía tan real...

Entonces sonó la puerta.

—¿Marco? ¡Olvidé las llaves! ¡Sé que estás en el salón, te he visto por la ventana! —Era la voz de su madre tras la puerta. Marco estaba pálido, no sabía cómo reaccionar en ese momento. Pero no podía dejarla en la calle, su madre podría volver cuando fuera de noche y no poder entrar. 

Se levantó despacio y se dirigió a la puerta, mirando hacia el suelo. Ya hablaría de aquello con su madre. Abrió sin decir nada y la miró: las arrugas habían... ¿desaparecido? Sus músculos se destensaron ligeramente y soltó un suspiro de alivio. A lo mejor se había precipitado... Su reloj funcionaba con normalidad. 

—Gracias a Dios, Marco. Me estaba congelando. — Su madre entró rápidamente a casa y se dirigió a la mesita del pasillo, en la cual se encontraban las llaves. Después dirigió la mirada hacia el sofá. Al lugar donde estaba sentada Calypso. ¿Podía verla? No lo sabía, pero de lo que sí se dio cuenta fue de cómo su madre entrecerró los ojos y mantenía la mirada unos segundos. De pronto, como si nada hubiera pasado, miró a Marco sonriente y le dio un beso de despedida en la mejilla. — Esta noche nos vemos, cariño.

—E-está bien, mamá. Pasa buen día. 

Cuando la vio desaparecer por la puerta, miró hacia Calypso. Ella seguía allí sentada, pero esta vez no mostraba esa sonrisa dulce que solía tener siempre, sino una especie de mueca de odio dirigida directamente hacia Marco.

—Calypso... ¿q-qué ocurre? — Preguntó, un poco confuso. ¿Por qué le miraba así? 

Ella no dijo nada, pero estaba segura de que la madre de Marco la había sentido. Al fin y al cabo, en el pasado había estado unida a ella... pero sin conseguir su propósito.

No tardó mucho en borrar esa mueca de su rostro y volver a comportarse como siempre.

—No ocurre nada, Marco. Será mejor que me vaya, volveré a verte otro día, ¿está bien?

Dicho esto, se esfumó sin dejar responder a Marco, que aún seguía teniendo aquel tic extraño en los dedos.


"Vas a ser mío pronto, Marco. No lo olvides."  

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