Despertó. Habían pasado unos días desde la visita de Elisabeth. No sabía nada de Calypso, de vez en cuando la escuchaba hablar en su cabeza, pero ya lo veía algo normal.
Durante ese tiempo, había pasado muchos momentos con su madre, en la que notaba algunas arrugas que antes no estaban. Ignoró ese hecho como si fuera algo normal, y lo era, su madre se estaba haciendo mayor al igual que el resto de personas... pero, ¿tan rápido?
Sacudió la cabeza y borró esos pensamientos de su mente, mientras seguía tapado hasta la nariz con el edredón nórdico que cubría su cama. Por la ventana se podían ver la gran cantidad de copos de nieve que caían perezosos sobre el alféizar, dejando una fina capa blanca sobre este. Tenía pinta de hacer bastante más frío de lo normal fuera, así que su primera reacción fue cubrir el resto de su cuerpo con el edredón.
—¿Vas a quedarte en la cama todo el día?
Notó una ráfaga de frío y una voz conocida, la de Calypso. Asomó la mitad de la cabeza por el edredón, lo suficiente para dejar ver sus ojos. Estaba sentada en la ventana, la cual estaba abierta. De ahí la corriente de aire frío que había entrado.
—¿Y qué si lo hago? No tengo que hacer nada hoy. —Dijo Marco, mirándola con tranquilidad. Ya se había acostumbrado a ella.
—¿No tienes que estudiar? Te recuerdo que tienes un examen la semana que viene. —Touché. Tenía razón, debería ponerse a estudiar o le diría adiós a su buena nota media.
De todas formas, Marco ignoró su respuesta y la miró en silencio unos segundos.
—¿Dónde estabas? A veces apareces todos los días y otros, sin más, te vas y no vuelves hasta que te apetece. —El tono de voz de Marco delataba una extrema curiosidad.
—Aparezco cuando quiero o cuando tú quieres que aparezca. —Dijo acercándose a él, no sin antes cerrar la ventana. Cuando llegó, se sentó en la cama y le destapó. — ¿Acaso me echabas de menos? —Preguntó con una sonrisa.
—No. Simplemente me preguntaba dónde estabas. — Sabía que ella no le respondería, así que se dio por vencido. Nada más decir esto, se levantó de la cama y se estiró, haciendo que varias vértebras de su columna chasquearan inevitablemente. — ¿Tienes hambre? — Marco ya estaba pensando en su desayuno, así que no se dio cuenta de la tontería que acababa de preguntar.
—¿Hambre? ¿Te recuerdo que soy producto de tu cabeza? — Dijo ella, apunto de reírse. Marco se dio un golpe en la frente. Claro, era obvio.
—Lo siento, tienes razón. Entonces acompáñame. Es frustrante que te vayas y que aparezcas cuando te dé la gana.
Marco siguió su ritual matutino. Se vistió, se aseó y bajó a la cocina, siempre seguido por Calypso. Su madre le había dejado fuera los cereales y la leche antes de marcharse a quién sabe dónde. Marco preparó todo en silencio, lanzando alguna que otra mirada a Calypso. Hoy su ropa jugaba con tonos morados, y esta vez la sombra de ojos y los labios eran negros. Estaba preciosa, miraras por donde miraras. Se sorprendió a sí mismo pensando así y un leve rubor cubrió sus mejillas. Una vez estuvo su tazón de cereales listo, se fue al salón y se sentó en el sofá. Después encendió la televisión.
—¿Y tu madre? — Preguntó Calypso.
—No lo sé, quizás trabajando. No me ha dejado ninguna nota.
Desayunaba en silencio y se le vino la imagen de las arrugas que surcaban la piel blanca de su madre los días anteriores. Inconscientemente, se lo comentó a la chica de pelo blanco.
—Mi madre se está haciendo mayor. Hay arrugas en su rostro que antes no estaban. — Dijo con seriedad.
—Todos crecen, tú incluído. — Se encogió de hombros indiferente. A ella le daba igual, en cuanto Marco muriera ella se iría con él. Marco no se había explicado bien.
—Lo que quiero decir es que... no... ¿no es extraño? Hace apenas dos semanas, esas arrugas no estaban. — Calypso comprendió, su presencia hacía efecto en él. Sonrió satisfecha y se acercó a él.
—¿No te habías dado cuenta de eso antes? ¿Nunca has visto la arena de su reloj caer más rápidamente cuando está cerca de ti?
Marco se quedó en silencio. No solía mirar fíjamente el reloj de su madre, pero sí que había visto el de Elisabeth, y el de Víctor, Diego y Lucas. Y era cierto que la arena caía a más velocidad.
—S-sí... Pero creo que fueron imaginaciones mías... — Respondió Marco, con la voz temblorosa.
—No... No lo son. Marco, su vida se acorta más rápidamente cuando estás cerca. Les robas el tiempo.
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¿Solo?
FantasiMarco no encaja. Nunca lo ha hecho, en realidad... A pesar de ser un joven común con gustos comunes que compartía con otras personas, siempre se ha sentido distinto a ellos. Comúnmente diferente. Quizás es porque ve cosas que otros no ven. Qui...