Confesión.

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Aquella conversación había dado un giro demasiado drástico para el gusto de Marco. Podía verse en su mirada, fría como el hielo y cálida a la vez.

 Elisabeth sabía de sobra que a él le costaba mirar a los ojos al resto de personas, y Marco sabía que el resto de personas poco le importaban, solo ella. Había sido su amiga de la infancia, habían compartido más momentos juntos de los que podía llegar a recordar. Era la única que le había brindado su amistad tan rápido y tan real.

Estudió sus rasgos rápidamente, era guapa hasta estando triste... Pero no pudo disfrutar de ella mucho tiempo más, pues una suave sombra cruzó su cuello y le obligó a apartar la mirada. No quería saber aquello.

—Otra vez que me retiras la mirada, ¿no eres capaz de aguantar unos segundos, por lo menos?  

Su voz seguía sonando rota, Marco vio como dos gotas mojaban el pantalón de ella. Estaba llorando por su culpa. Justo era aquello lo que él no quería, no podría soportar verla así. Se acercó con cuidado y cogió una de sus manos.

  —Es complicado, Eli. De verdad que lo es... Créeme, yo no quería esto... Yo solo... creo que si me alejo todo irá mejor.

  — ¿Por qué mejor, Marco? ¿Acaso me ves feliz? No puedo estarlo sabiendo que te estoy perdiendo... —Entonces se echó a llorar de verdad y se abrazó sin pensarlo al chico. Él correspondió a aquel gesto y la abrazó de vuelta, dándole un ligero pero seguro apretón. Las palabras de su amiga sonaban distintas, parecía que gritaban que le quería a más no poder. Sacudió la cabeza para borrar esas ideas, no podía hacerlo. Era su amiga, aquello no pegaba con ambos. Y además... eran muy diferentes. O quizás no tanto.

De alguna manera, Elisabeth y Marco siempre se habían complementado. Ella le daba la calma que necesitaba y él le daba la fuerza que a ella le faltaba siempre que se encontraba mal. Puede que no fuera una locura...

"¿Por qué no se lo cuentas?" pensó para sí mismo. Quizás le comprendería... Eso, o le tachararía  de loco para el resto de su vida. Pero no quería que esa duda le acabara corrompiendo.

  —Verás, Eli... yo... quizás es hora de que te cuente el porqué de todo... Siento que tú, al menos, mereces saberlo todo. Ya sabes que hace dos años todo comenzó a cambiar, yo empecé a alejarme y a dejar de hablaros porque no quería que os viérais involucrados en mis problemas... —Suspiró. Debía decirlo ya.—Verás... mi ojo azul es capaz de ...

  — ... ver los años de vida que le quedan a otra persona. —Marco la miró, atónito. ¿Cómo podía ella saber aquello? —Marco... llevo sabiendo lo que te pasa durante todo este tiempo. ¿Recuerdas el día que me quedé a dormir aquí? ¿Cuando cumpliste los diecisiete? —Eli debía darle la verdadera razón por la cual lo sabía todo, desde el principio hasta el final. —Tengo que confesarte algo...

Marco asintió despacio, esperando.

—Tuviste pesadillas muy fuertes esa noche. Gritabas que tu ojo estaba maldito y que estabas harto de no poder vivir tranquilo... Yo me asusté y llamé a tu madre. Ella me contó todo...

El chico la miraba con los ojos abiertos como platos. A pesar de saber su condición, ella nunca le abandonó. Después dirigió la mirada al suelo, sin decir nada. Al cabo de unos minutos, rompió el silencio.

  — Entonces mi madre no tuvo otra opción que decirte qué es lo que me pasa, ¿verdad?

Ella asintió con suavidad. Parecía que las cosas no jugaban muy a su favor, como siempre.

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