Elisabeth se mudó cuando tenía siete años a aquella ciudad. No sabía por qué, solo era consciente de que sus padres no estaban bien. Ella marchó con su padre y desde ese día, no volvió a ver a su madre nunca más.
Su vida allí no habría sido la misma de no haber conocido a Marco, ese niño de ojos extraños y fascinantes, que no dudó en sentarse a su lado el primer día de colegio. Desde ese momento, no hubo ningún día que no pasaran juntos, incluso cuando empezaron la secundaria, aunque se vieran menos siempre sabrían que el uno estaría ahí para el otro. Con el paso del tiempo, el grupo se amplió. Ambos conocieron a Diego, Víctor y Lucas, y comenzaron a tejer una red de confianza que parecía que no se iba a romper nunca. Pero lo hizo.
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Elisabeth se despertó. Había soñado con el pasado, concretamente había soñado con el día en el que Marco se sentó a su lado el primer día de clases para ella en aquella ciudad. Suspiró pesadamente, le echaba de menos y le gustaría saber qué es lo que pasaba, así que no le dio más vueltas: estaba dispuesta a hacer hablar a aquel chico.
Se levantó de la cama y se dirigió al baño para mirarse al espejo y lavarse la cara. Había dormido demasiado... Era sábado, pero ella no estaba acostumbrada a despertarse tan tarde, así que algunas legañas cubrían sus lacrimales, impidiéndole abrir los ojos cómodamente. Abrió el grifo, esperando que saliera agua caliente, y cuando estuvo lista colocó sus manos haciendo una cuenca y las llenó de agua tibia. Una vez se hubo lavado y secado la cara, se miró al espejo de nuevo. Elisabeth era bastante guapa, tenía el pelo castaño y los ojos azules como el mar. Ese mar en el que aún se ve la arena en el fondo, creando junto con el cielo un agradable color azul celeste. Cuando sonreía, un par de hoyuelos se formaban en sus mejillas y por entre sus labios se asomaban dos filas de dientes blancos y pequeños. Pero hacía bastante tiempo que no lo hacía de verdad, y era algo que anhelaba: sonreír como si el mundo fuera a acabar el día siguiente.
No podía dejar de darle vueltas al tema de Marco. El hecho de que todo estaba cambiando entre ellos era más notable ahora que antes, y no quería que aquello acabara por romper su amistad. Tanto la que tenía con ella como la que tenía con Lucas, Víctor y Diego. Cogió su móvil y buscó en la agenda el número de Marco, quedaría con él esa misma tarde. Y si no quería, se presentaría en su casa.
Presionó el contacto y colocó el móvil en su oreja. Comunicaba, pero Marco no lo cogía. "Vaya, no me lo esperaba..." pensó con ironía. Supuso que le tocaría ir a su casa.
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Una vez hubo comido y lavado sus dientes, se fue a cambiar de ropa. Quería al menos estar un poco presentable. Tenía el pelo demasiado enmarañado como para peinarlo tan rápido, así que se hizo un moño para disimularlo. El tiempo corría pero ella tenía que ser más rápida.
Salió de su casa casi sin despedirse de sus padres y se encaminó hacia la casa del que aún consideraba uno de sus mejores amigos. Quizás el mejor de todos, realmente. Estaban a veinte minutos de camino, pero a causa de sus pasos y sus nervios, se presentó allí en diez. Tocó el timbre y esperó hasta que la madre de Marco abrió la puerta.
—¡Eli! ¡Qué gusto verte! —Preguntaba al tiempo que se apartaba y la invitaba a entrar.— Marco está en su habitación, seguro que le agradará verte.
—Muchas gracias por recibirme tan temprano, espero no haber interrumpido nada. —Al fin y al cabo, serían las cuatro de la tarde. Quizás no había elegido la mejor hora.
—No te preocupes, cielo. Ya sabes qué siempre eres bienvenida aquí. Sube, supongo que Marco nos habrá escuchado y ya sabrá que estás aquí.
Elisabeth asintió con una sonrisa y subió las escaleras directa a la habitación de Marco. Tocó la puerta con suavidad.
—Pasa, anda. —Escuchó desde dentro. Abrió con cuidado y allí estaba, afinando una de sus guitarras. Ni siquiera levantó la vista para mirarla.
—Hola, Marco. Eh... espero que no te moleste que haya venido a verte así, te llamé pero no...
—Lo sé. — Cortó.— No te preocupes. Pero te advierto que no puedes quedarte mucho porque tengo que...
—No tienes que hacer nada, es sábado. —Esta vez fue ella la que le cortó al hablar.—¿Se puede saber qué diablos te pasa, Marco? No nos diriges casi la palabra, los chicos y yo estamos comenzando a sentirnos mal, muy mal. No nos das explicaciones, no quieres hacer nada con nosotros, ni siquiera respondes a nuestros mensajes. Te echo... te echamos de menos. Queremos que vuelvas a ser como antes...
Marco no la miró, pero pasó de tener su vista puesta en las cuerdas a tenerla puesta en algún punto fijo del suelo.
—Es más complicado de lo que pensáis, Eli. Deja de darle vueltas ya. He cambiado como cambia toda la gente a lo largo de los años.
Elisabeth le miró con tristeza.
—¿Qué te pasó para que cambiaras, Marco? ¿Qué hay de malo en ti? —Sus palabras sonaban ligeramente rotas, como intentando gritar algo que no podía expresar pero que se moría de ganas por decir.
Por primera vez en mucho tiempo, Marco la miró.
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¿Solo?
FantasiaMarco no encaja. Nunca lo ha hecho, en realidad... A pesar de ser un joven común con gustos comunes que compartía con otras personas, siempre se ha sentido distinto a ellos. Comúnmente diferente. Quizás es porque ve cosas que otros no ven. Qui...