CAPITULO 13

191 9 0
                                    

ROMANOV

-¿¡TENGO QUE PONERTE UN MALDITO GPS!?- grité sin poderme contener más. Casi veinte minutos buscando a esta niña adentro. La busqué en los baños, ganándome el regaño de una fémina que estaba dentro semi-desnuda. Después recorrí cada centímetro del segundo piso y del tercero; finalmente llegué a la conclusión de que había escapado otra vez. Y aquí estaba. Sentada, durmiendo. ¿Qué demonios les pasa a las mujeres?

-Roma, lo siento...

-¡SUBE! - no quería ni verla. Me tenia de los nervios. Y no estaba bromeando con lo de ponerle el GPS. No quería volver a pasar por esto.

Ella se levantó con algún esfuerzo; pero en ese momento mi caballero de buenos modales se había alejado corriendo a causa de mi mal humor; levanté las llaves del auto y le di al mando para quitar los seguros.

Se metió en el auto sin decir palabra alguna; mi mal humor solo seguía en ascenso; pero ya no sabía por qué. Después de todo ella seguía conmigo. Estaba en mi auto. Y llevaba mi sudadera.

Respirar hasta diez a veces funcionaba; pero había intentado eso demasiadas veces ahí dentro. Este viaje había empezado mal; y no había llegado a desarrollarse mejor. Me paré contra un árbol que había en la mitad de la acera; sus ramas y sus hojas estaban cubiertas de escarcha de nieve. El sol del mediodía lo hacía brillar. La escarcha se derretía lentamente. Y recordé...

Ella me daba la espalda; su cabellera negra y lacia caía sobre sus hombros en dos trenzas bien formadas por los hábiles dedos de Caprice. Me acerqué a ella lentamente, sin hacer el más mínimo ruido, cuando estuve lo bastante cerca para ver que hacia; noté que jugaba con su muñeca preferida; un trapito blanco con escasa forma de cuerpo; un vestido, mechas de colores hechas de lana y un rostro dibujado con esmero con marcador.

-ya sé qué estás tras de mí, Roma- sonreí ante su insolencia. Luego en tono serio le dije:

-ya te he dicho que no me digas así. Soy tu hermano mayor. Me debes respeto.

Giró su rostro hacia mí, dos grandes ojos marrones me miraron con picardía; me mostró su lengua y dijo

-tú. Eres. Roma. Punto.- negué con la cabeza suspirando.

- eres tan cabezotas...

-y tú un amargado mandón. - me senté frente a ella. Sus cejas eran tan pobladas y perfectas; siempre fueron así; desde que nació. Y era algo tan propio de ella, que mostraba su carácter montaraz, alegre. No pude más que sentir adoración por esta pequeña monstruo.

Desde la muerte de nuestros padres; desde que nos trajeron al orfanato; ella se volvió un poco más solitaria. Su reserva era generalmente confundida por la gente con tranquilidad o timidez; yo sabía que era más desconfianza.

-Caprice quiere que vayas adentro. Es hora del baño.

-dile a la "madre superiora" que no me quiero bañar hoy.

-no puedes solo "pasar" del baño, Katia. No funciona así.

Suspiró disgustada y me miró ferozmente. Levanté mi ceja izquierda.

-biieen.- dijo, levantado sus ojos al cielo, en actitud resignada. -¡Oye Roma, mira eso!- dijo señalando con su dedito las ramas del árbol sobre nuestras cabezas.

Levanté mi mirada y vi un hermoso espectáculo de luces; el invierno se terminaba y el sol brillaba sobre el cielo; el árbol parecía una composición con luz propia. Las hojas a medio descongelar; las gotas descolgando de las puntas de las ramas.

ENTRE RUSIA Y ROMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora