ENTIERRO

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Dejamos a Pablo y a Andrea con mi cuñada Julia y mi sobrina Laura. Mónica no quería exponer a los niños al trauma de ver, a su abuelo muerto. Mi cuñada Julia se ofreció para ocuparse de ellos, ya que, según nos explico, no le gustaban los cementerios, ni los funerales.

Al llegar al cementerio nos llamo la atención la gran cantidad de personas que se aglomeraban en las puertas.

El día anterior, el empleado del seguro de vida, siguiendo las indicaciones que había dejado mi suegro por escrito en su testamento, había tramitado con el periódico local, la publicación de su esquela. Imaginé que gracias a esa publicación, se corrió la voz y acudió mucha gente a dar el último adiós a Fernando. No sabia que mi suegro pudiera tener tantos conocidos, personas a las que no habíamos visto nunca, se nos acercaban para darnos el pésame, con frases hechas y rostros serios.

-—¿Conoces a esta gente?— pregunte a Mónica, que seguía algo enfadada por mi ausencia el día de la muerte de su padre.

—La verdad es que a la mayoría no los he visto nunca—dijo con gesto de resignación.

De entre la multitud apareció un hombre con el pelo cano, la cejas pobladas y mirada triste. Se acercó visiblemente emocionado  y tomó la mano de Mónica.

—Le acompaño en el sentimiento— dijo con un hilo de voz.

—¿Conocía usted a mi Padre?—quiso saber Mónica.

—Si — afirmó el anciano —Fernando y yo hicimos el servicio militar juntos , y aunque no nos veíamos mucho, siempre mantuvimos el contacto y de vez en cuando me hacia alguna visita. La ultima vez que lo vi, fue hace tres semanas, estaba muy animado, nada me podía hacer pensar, que esa seria la ultima vez que lo vería con vida —dijo con los ojos vidriosos, por la emoción contenida.

—Ninguno nos lo esperábamos—añadió Mónica.

—Por cierto, me llamo Nicolás— dio dos besos a mi mujer y estrecho mi mano con firmeza—Tu eres Mónica ¿verdad?,Fernando siempre hablaba de ti, se notaba que estaba orgulloso de su hija— dijo el anciano.

Esas palabras hicieron que Mónica se emocionara por un segundo y note, que hacía un gran esfuerzo para mantener la compostura. A Mónica no le gustaba exteriorizar sus emociones y aunque se le notaba afectada, aún no la había visto llorar.pide

Me acerque a Mónica y le puse mi chaqueta por encima de sus hombros, ella me miró agradecida y empecé a darle vueltas a mi anillo inconscientemente, con la esperanza de que Mónica olvidase pronto mi ausencia el día de la muerte de su padre.

— cuénteme más cosas sobre mi padre, por favor— pidió Mónica.

— Era un hombre muy fuerte y noble, un gran compañero. El toro blanco, así lo llamaban en el cuartel —añadió el anciano.

—¿Toro blanco?— pregunte en un acto reflejo.

—Si, cuando era joven era muy blanco de piel y muy corpulento, no se quien empezó a llamarlo así, pero en el cuartel todo el mundo lo conocía por ese mote—.

—¿Tu sabias eso?— pregunte mirando a Mónica.

—No, nunca nos lo había contado, mi padre era un hombre bastante reservado—.

— ¿Como ha muerto?— quiso saber Nicolás.

—Parece ser que ha sido un infarto—dije.

— Sí hace una semana alguien me dice que el toro blanco iba a morir por un infarto, lo hubiese tomado por loco— dijo Nicolás.

— No es tan extraño que una persona de la edad de mi suegro muera de infarto— afirme.

—Eso puede ser verdad — dijo Nicolás no muy convencido— mi abuelo me enseñó que la muerte nos acecha desde el mas iluminado jardín, hasta el rincón mas oscuro y nadie puede escapar de ella. Pero también decía que no me fiarse de las apariencias y que dos más dos no son siempre cuatro— añadió el anciano, que se despido afectuosamente.

El cementerio se fue vaciando, Mónica inmóvil, miraba compungida la lápida de su padre.

Andrés mi compañero de trabajo se acercó a darnos el pésame, tenía unas ojeras horrorosas, y su tez, tenía un tono amarillento poco saludable.

— gracias amigo — le dije mientras le daba un afectuoso abrazo—¿Cómo estás?—

—No muy bien— su mirada desprendida tristeza — vi tu mensaje pero ya era tarde y no quise molestarte —

— tranquilo, lo que tienes que hacer es cuidarte, en cuanto tenga algo de tiempo tenemos que quedar y me explicas que ha pasado, y porque estas tan hecho polvo—

— si, hay que hacerlo, hay que hacerlo — dijo mientras se despedía.

El cementerio se había quedado vacío, Mónica permanecía inmóvil. Sergio se había llevado a mi suegra que había estado durante toda la ceremonia en estado de shock.

Mi hermano Javi se acercó a mí con rostro serio y me susurró:

— he hablado con Julia, dice que Pablo está algo indispuesto, tiene un poco de fiebre y le sangra la nariz, nada grave no te preocupes, es que Julia ha insistido en que te lo comunicase—

— vale, gracias por contarmelo— le dije a mi hermano.

Aproveche la pequeña dolencia de mi hijo, como excusa para sacar a Mónica del cementerio, del que parecía que no tenía prisa por salir. Como si quedándose más rato, no tuviera que afrontar, que habían enterrado a su amado padre y que no lo volvería a ver, jamás.

PALABRAS EXTERMINANTESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora