Pasaron dos meses en que el tiempo no tenía sentido, como estar flotando en algún lugar y no encontrar suelo firme. El museo se había convertido en mi segunda casa desde que vi los ojos de Edward.
Ahora solía gastar el dinero que debía usar para almorzar en las entradas, todos los días era una nueva visita. Habría bajado de peso de no ser por John, Travis y Mike que me alimentaban. Mi madre volvía ocasionalmente a casa, pues mi padre se había lesionado y se encontraba en Francia recuperándose.
Pero nada de ello me angustiaba tanto como el hecho de que Edward no volvía a abrir sus ojos. Seguía dormido en aquella vitrina, por más que yo susurrara y suplicara él no reaccionaba. Temía haberlo imaginado y que fuera solo una estatua.
Pensé dejar esta obsesión de lado pero mi instinto y corazón superaban la razón, sabía que dentro de esa jaula de cristal estaba vivo.
"¿Por qué está ahí?" me preguntaba a diario.
Habrían sido meses peores de no ser por John, su compañía siempre era un alivio para mi alma. Él leía con facilidad mis gestos y viceversa, yo los leía en sus ojos. No tardé en comprender que John me gustaba más que antes, pero nada en comparación a Edward. Él se había impuesto de una manera tan poderosa que era aterrador.
En cuanto a Travis y Mike, ellos prácticamente me consideraban como a una mascota. Me llenaban de regalos como si toda la vida hubieran deseado una hermana, o por lo menos eso concluí al saber que eran hijos únicos. Me encantaba cómo eran capaces de transmitir tanta alegría a quien tuviera la suerte de escucharlos.
La gran imaginación que tenía Travis era impresionante, inventaba historias para mis comics todos los días.
Mike prefería regalarme peluches, en tan sólo un mes ya tenía unos 15 peluches de razas distintas que se encontraban en un rincón de mi pieza. Cada vez que llegaba a casa ellos estaban ahí mirándome, pidiendo a gritos que los lavara.
En sí, la vida era más agradable gracias a ellos. Pero aun con eso le mentía a todo el mundo, ellos incluidos. No sabía cómo justificar el que no llevara almuerzo al colegio, tampoco sabía como explicar que pasaba sola sin que culparan a mis padres.
Ese día hice el mismo ritual de siempre, entré al museo que ya me parecía conocer de memoria. Todo seguía monótonamente igual pero aun así me llenaba de ansias, me senté cerca de Edward mientras habían pocos turistas y saque mi croquera.
—¿Otra vez aquí Elena?
Su voz incluso me era familiar, Dalia se acercó a saludarme.
Ella era guardia de este lugar aunque su trabajo de policía era conocido en el pueblo, una mujer de unos 45 años muy agradable. Su cabello dorado siempre estaba bien amarrado en una coleta, era siempre prolija en su vestimenta y tenía una postura solemne.
Su cuerpo estaba tonificado, ojos azules como el mar y una voz que me abrazaba siempre maternalmente. Sus labios formaban una mueca de consternación aunque creía que le agradaba mi compañía, siempre se acercaba a perder el tiempo conmigo.
—Si, ¿Cómo estás? —masculle con el lápiz sobre el papel, mirando hacía ella.
—Yo excelente...sin embargo no puedo decir lo mismo de ti, pareces fatigada ¿deseas una taza con chocolate caliente?
Luego de esas palabras se fue sin dudarlo, supuse que iba a hacer lo mismo de siempre y traer algo para tomar. No tenía caso que me preguntara si luego lo haría de todas formas.
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El pianista de las tijeras (Fanfic, Joven manos de tijeras)
RomanceHistoria Completa La mansión de Edward lleva años abandonada y su existencia no es mas que un mito. Para sobrellevar la miseria del pueblo deciden convertirla en un centro turístico. Pero el secreto se desmorona cuando Elena llega... fanfic: El jov...