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Ese día en el B comprendí algo importante: no importaba lo experto que me creyera por haberme pasado horas jugando a Resident Evil o Dead Space en nivel maestro o por haber visto todas y cada una de las películas y series sobre zombis que habían pasado por mis manos. A la hora de la verdad ninguno estaba preparado para enfrentarse a esto. Los zombis reales no tenían nada que ver con los de ficción: eran rápidos, impredecibles y mortales, especialmente si eran muchos, estaban en un pasillo medio en penumbra y se abalanzaban sobre un puñado de chiquillos histéricos y asustados. Porque no nos engañemos, a pesar del expediente delictivo de cada uno, eso es lo que éramos.

Cuando las puertas empezaron a abrirse, dos de ellos salieron de la que estaba a nuestra derecha. En una sincronización perfecta, digna de cualquier coreografía, se abalanzaron sobre Lewis, que se hallaba algo separado del resto. Lo derribaron con una facilidad pasmosa en medio de un coro de rugidos que pronto se mezclaron con los gritos del chico, primero de terror y después de puro dolor.

En el bloque B eran ocho. Dos estaban muertas y Angie seguía sin moverse, exhibiendo su sonrisa macabra. Eso dejaba cinco posibles zombis sueltos en aquel pasillo de la muerte. Nosotros éramos trece, pero ellos tenían todas las ventajas: era su territorio y nos habían pillado por sorpresa.

- ¡CORRED! - grité. Algunos aún estaban paralizados pero la mayoría habían empezado a reaccionar y se dispersaban en todas direcciones. Vi de refilón a Connor intentando entrar en una de las habitaciones y encerrarse, pero uno del B conocido como Stebbins surgió del interior. Sujetó con sus manazas la cabeza del chico y la hizo girar con brusquedad, tras lo cual le hincó los dientes en un lateral del cuello. Un chorro de sangre brotó de la herida recién abierta con la potencia de un surtidor.

El pasillo se convirtió en un hervidero de gritos.

Brandon fue de los primeros en conseguir salir. Se abrió paso profiriendo aullidos, casi como un loco, y lanzando tajos al aire con el cuchillo, sin importarle si se llevaba por delante amigos o enemigos. Supongo que fue aquí donde perdió la cordura definitivamente. Más chicos del B salían de las habitaciones, elegían metódicamente un objetivo entre los que trataban de abandonar el bloque y lo derribaban con una precisión casi metódica. No se entretenían demasiado, una vez dejaba de moverse se levantaban y elegían otro.

Max, Richard y yo nos mantuvimos juntos e intentamos alcanzar la salida del bloque esquivando la masacre que tenía lugar a nuestro alrededor. Por absurdo que suene, el tiempo pareció ralentizarse, porque todo ocurrió como mucho en un par de minutos pero para los que estábamos allí fue como si lleváramos horas. Era como cuando en un sueño intentas correr con todas tus fuerzas pero apenas consigues avanzar, y aunque sólo estábamos a la mitad del pasillo la salida parecía hallarse a kilómetros de distancia.

Alguien chocó contra Max y éste se lo quitó de encima con un grito de horror mientras Richard blandía el garrote que llevaba tratando de mantener el camino despejado. Pareció que íbamos a lograrlo y sentí un súbito acceso de esperanza, que se desvaneció cuando algo se enredó en mis tobillos - algo que a todas luces era una mano - y caí de bruces al suelo.

En medio del caos habíamos olvidado a Sullivan, pero él no se había olvidado de nosotros.

En algún momento, antes de que todo se fuera a la mierda, Sullivan había sufrido lo que alguien con conocimientos médicos denominaría "una crisis". Se había desplomado, sus órganos internos habían colapsado y finalmente habían dejado de funcionar. Después se reactivaron lo suficiente para que volviera a ponerse en pie, pero ya había dejado de ser Sullivan. Sin embargo mantengo la teoría de que una parte de él seguía presente, algo del inmenso odio que acumulaba aquel chico, del placer que obtenía torturando a otros, aún seguía ahí.

Remember our namesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora