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No se dio cuenta de que había alguien frente al mostrador hasta que escuchó a esta persona toser por lo bajo, entonces levantó la mirada de su celular para encontrarse con unos ojos de un brillante verde, una diminuta sonrisa y un leve sonrojo, todo sobre una piel demasiado blanca.

La chica (¿o chico?) que se encontraba frente a él tenía el pelo negro y despeinado hasta los hombros y un sweater rosa con un conejo dos tallas mas grandes de la necesaria.

—Hola —dijo la persona de sexo indefinido. Tenía una voz suave y algo aguda que no ayudaba a definir su género.

—Buenas tardes, qué vas a pedir? —respondió el castaño que se encontraba en la caja.

—Yo, uh... No lo sé... El brownie se ve delicioso pero la tarta de limón también...

La indecisión de la persona frente a él hizo que a Frank se le escapara una ricita.

—Deberías llevarte los dos —respondió todavía sonriendo.

—Oh, no, es que no traigo suficiente dinero... —el rubor en sus mejillas aumentó.

Frank lo miró unos segundos, pensando que era la cosa mas tierna del mundo y dio unos pasos hasta la vitrina de pasteles, preparando una porción de cada uno que el cliente había dicho.

—No hay problema con eso —dijo el empleado mientras embolsaba las dos porciones recién cortadas—. El brownie va por mi cuenta —y guiñó un ojo.

La cara de la persona frente a él se iluminó y comenzó a boquear, pero no decía nada hasta que, luego de unos segundos, habló.

—Y-yo... Gracias, en serio, pero no puedo aceptar eso. En serio, solo... —pero no pudo terminar porque fue interrumpido por Frank, que ya había dejado la bolsa lista en el mostrador que los separaba.

—No hay problema, trabajar aquí tiene sus beneficios —empujó la bolsa un poco hacia el lado de su cliente, este la tomó sonriendo tímidamente y dejó sobre el mostrador todo el dinero que traía consigo.

—Muchas gracias, pero prometo pagarte luego el brownie, tal vez vuelva en un rato... —por segunda vez en menos de cinco minutos fue interrumpido por el castaño que negó con la cabeza y estiró una mano como indicando que se calle.

—Deja de insistir, son solo unos pocos dólares. Mi nombre es Frank, el tuyo?

—Gerard.

"Ah, entonces es un chico" pensó el empleado.

—Te gustaría tomar un chocolate? —preguntó despreocupadamente mientras caminaba hacia un termo en la otra punta del mostrador.

—No, gracias. Ya debería irme —dijo de una forma pausada—. Adiós, Frank —se despidió con una mano mientras sonreía y salió por la puerta.

Frank se quedó mirando hacia la calle de una forma ingenua. No sería la última vez que vería a ese chico, se prometió.

Sweater's BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora