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Se encontraban caminando hacia un simple restaurante que se encontraba en la peatonal del centro, Frank nunca había oído sobre él, pero Gerard se mostró muy emocionado cuando lo sugirió para ir a comer y el castaño, simplemente, no pudo negarse.

Caminaban en silencio, dejando una cantidad aceptable de centímetros entre ellos. De pronto, el pelinegro pisó una baldosa floja y trastabilló, cerró fuerte los ojos esperando el golpe en su trasero, pero jamás llegó. En su lugar, estaba siendo sostenido por el más bajo, como si lo estuviera abrazando, y sonreía, no podía evitar hacerlo. Y el chico de los sweaters, por su parte, no pudo evitar sonrojarse hasta las orejas.

Se miraron por unos segundos más y, lentamente, Frank despegó los brazos del cuerpo de Gerard y metió sus manos en los bolsillos de su campera. Empezaba a hacer frío.

Siguieron caminando en silencio hasta que pasaron por una tienda de ropa y el mas alto se quedó mirando la vidriera con los ojos brillantes. "No es gran cosa" pensó el más bajo pero, luego de seguir la mirada de si acompañante, lo vio. Era un lindo sweater, largo hasta la mitad de los muslos, de un color celeste pastel y una gran capucha con cuello alto pero holgado.

Luego de unos segundos, el castaño sintió que tiraban de él y casi termina de cara en el piso, pero Gerard lo sostuvo por el pecho y entró al local de ropa con una gran sonrisa y preguntó a una vendedora por un talle L de la prenda en la vidriera, que fue traída a los pocos minutos de ser pedida. El pelinegro lo llevó arrastrando de una punta a la otra hacia los probadores y entró en uno, dejando a Frank en la puerta.

No pasaron más de unos segundos cuando la puerta de abrió y el más alto se dejo ver usando esa linda prenda.

—¿Que te parece, Frankie? —preguntó con una gran sonrisa en su pálido rostro, y el otro tuvo que contener los impulsos de abrazarlo y alejarlo de todo el mundo, para que nadie nunca que haga daño.

—Es muy bonito —rio—. Te queda estupendo.

Gerard sonrió tan ampliamente que Frank por un momento se asustó y luego su cara se volvió un tomate, roja y redonda. Le dio una última mirada y cerró la puerta del probador para volver a cambiarse y tratar de calmar su respiración y bajar su sonrojo, pero el castaño no tenía por qué enterarse de eso ¿no?

**

Ya se encontraban en la calle de nuevo, caminando rumbo al restaurante, con un feliz y sonriente Gerard con una bolsa rosa de cartón colgada al hombro y un congelado Frank, que se maldijo a si mismo por haber agarrado una simple campera de media estación.

El más alto observó a su compañero temblar una gran parte del camino hasta que tubo una brillante idea. Había pensado darle al castaño su nuevo sweater, pero recordó que este era demasiado grande para su pequeña figura y no quería correr el riesgo de que lo arrastre por el piso y se ensucie (esta bien, estaba exagerando, pero él en serio era muy pequeño como para tener veinte años). Entonces se despojó de su abrigo gris y se lo entregó a Frank, que lo miró ceñudo.

—No, Gee, estoy bien —no se dio cuenta del apodo que usó hasta que salió de sus labios, y sonrió al ver el sonrojo que se dejó ver en la cara del contrario—. Deberías abrigarte tú.

-—Frank, yo tengo mi sweater nuevo, póntelo, te vas a hacer cubito —apretó la prenda contra el pecho del otro y, finalmente, lo tomó y se lo puso, rodando los ojos.

Gerard por, su parte, hizo lo mismo con su nueva prenda celeste. Siguieron caminando y el de ojos verdes sintió que le tocaban el brazo. Y giró la cabeza para mirar al chico a su lado, que lo agarró por la espalda.

Sweater's BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora