15. ¡Ay, bésense ya!

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Siempre creí que el amor era pura mierda, que las personas sólo estaban juntas por algún interés en particular o simplemente un objetivo en común. Lo encontraba tan lejano a mí, que pensé que jamás lo viviría en carne propia.

Hasta que la vi por primera vez en la universidad, arrastrada por el imbécil de Chase. Supe, entonces, que debía hacer algo, debía ayudarla de alguna forma manteniendo el perfil bajo de un estúpido niño tímido e indefenso, una típica rata de biblioteca. Y así fue, ella me defendió y demostró que no era una chica cualquiera.

Su cabello del color del fuego cayendo sobre su espalda como una cascada. Sus ojos mieles llenos de ternura e inocencia observándome con un brillo especial que no había visto en nadie más, parecían tan sinceros. Las pecas que reinaban sobre su pequeña y respingada nariz, y parte de sus tiernas mejillas, haciéndola parecer una niña buena. Su delgado cuerpo y, sus largas y envidiables piernas eran el paraíso. Nunca había visto nada igual. Toda ella era perfecta, era un sueño del cual no quería despertar.

Pero todo cambió esa misma noche, cuando tuve aquél intercambio. Esa noche me di cuenta de que el amor a primera vista podía existir, de lo contrario no tendría explicación de lo que me estaba ocurriendo.

Cuando encontré a aquella chica, detrás de aquél viejo tanque de agua, estaba decidido a matarla y hacerla pagar por arruinarme mis planes. Y como mi madre me había enseñado, saqué el pasamontaña que cubría su rostro. 

"— Drew, cada vez que matas a alguien, debes mirarlo a los ojos. Te sentirás Dios al ver cómo sus ojos se van apagando y su alma sale de su cuerpo —Dijo con una sádica sonrisa en su perfecto rostro y luego me hizo dispararle a aquél hombre que suplicaba por su vida."

La primera vez que maté a alguien, aún no podía sacarme aquella mirada cargada de miedo de la cabeza. Pero, haciéndole "honor" a esa mujer que decía llamarse mi madre, realicé ese pequeño ritual con cada persona que mataba. Quería demostrarme a mí mismo que no era un maldito cobarde, como ella siempre me había dicho; quería sentir ese poder tan sádico que te otorga el quitarle la vida a alguien.

Y eso mismo era lo que estaba por hacer con esa chica, ver como su alma dejaba este mundo para partir a un lugar mejor –lugar al que jamás iría-, pero cuando saqué el pasamontañas que cubría su rostro, todo en mi se detuvo. Mi respiración se volvió artificial y lo único que pasó por mi mente fue "Ay, no"; porque sí, mi cabeza dejó de funcionar en el momento en que mis ojos se encontraron con los suyos.

La única persona que había llamado mi atención de una manera única y estaba en el bando contrario, ella pertenecía a los buenos y yo a los malos. En ese momento me había preguntado algo irritado: "¿Es que acaso las malditas cosas pueden empeorar?", y como si el destino se burlara de mí y tuviera ganas de que la ironía me persiguiera, en el siguiente intercambio me di cuenta de que Adam era su hermano. ¡SU MALDITO HERMANO! ¿Es que no podía ser su primo o simplemente un compañero de trabajo? NO, claro que no, debía ser su HERMANO.

Me imaginaba al estúpido destino sentado en un cómodo sillón, comiendo palomitas y riéndose de mi irónica y particular vida, como si fuera una ridícula película cómica.

Tomé una profunda bocanada de aire y me acomodé en la silla giratoria de mi oficina. Con mi pie contra el suelo me impulsé, para quedar de frente a la enorme ventana de cristal que hace un momento se encontraba a mis espaldas.

Detrás de ésta, se levantaba una fabulosa cascada artificial en el patio de mi casa. Era algo tan hermoso y parecía tan natural, que mi padre había pedido que la oficina se hiciera justo enfrente de ella. El agua caía por las rocas haciendo su particular y relajante sonido, y terminaba en el estanque lleno de peces de muchos colores. La verdad aquél trabajo era algo de admirar verdaderamente.

El final acechaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora